EL MAR PROVERBIAL (Cuento)

 

EL MAR PROVERBIAL

 

A Alejandro G. Iñárritu

A Messi y a Roberto Muñoz Victoria, por enseñarme a amar el futbol

 

“¿Acaso pueden negar alguna de las gracias que les ha concedido su Señor?”

El Corán.

“Pan y circo para el pueblo”

Sátira X, (Juvenal).

“La vaina es que te quede bien”

G.O.A.T. (Apache, Akapellah, Neutro Shorty, Lil Supa)

1

            Era de una espuma abundantísima, ese mar. Lo tomó y le dio vueltas; lo sacaba al Sol, un sol de verdad temible, y lo volvía a engullir en su agua brava y clara, sacándole otra vez, jugando con él entre la destrucción y un parto, diciéndole que estaba naciendo nuevamente, matriz de enigma: “¡¿Me voy a morir?!”.

            Sucumbo. La arena me va golpeando más y más y más, me duele, me confundo, ¿dónde estoy? Pero los golpes son una devolución a la orilla. No es de palabras esta epifanía.

            Se levantó y, antes de desmayarse por varios minutos, corrió hacia los hoteles blancos, rosados y azulinos apenas unos pocos metros: La espuma seguía tocándolo cuando su cuerpo inconsciente respiraba con la tranquilidad ausente en la piel.

            ¡Qué ferocidad, la de ese mar! Parecían aguas malditas; colosales y vivas, duras de fuerza, ¡álgidas!, podría decirse que cenitales y como de una potencia feliz.

            El blanco de tanta espuma y las burbujas enmascaradas de calma. Y esos picos marinos, esas montañas que de pronto se volvían de su azul algo muy grisáceo, mortal a la experiencia. Hasta terminar, con algo menos que suerte, respirando un descanso de desmayo que jalaba arena a sus labios y a dentro de su boca, que en su saliva se encontraban los químicos del terror y la memoria, del impacto.

            Un ave cruzó el Astro Rey y la majestuosidad de la sombra fatua aterrizó en las espaldas alumbradas de playa tan sólo un instante en la alarma, bastante queda sin embargo, al pobre muchacho lo revolvió una ola y está cansado, ¡pero no se levantaba! Muchacho exagerado, actor de cuarta. Pero dos o tres personas, en cambio, se acercaron junto al guardacostas. Hubo alivio: “¡No tiene agua en los pulmones!”.

            De un momento a otro y con lentitud, Guillermo despertó de su colapso tierno y callado, magistral y para todos ya tan vano. Cerca de él un trozo de tronco acostado esperaba la nada.

2

            Cuando se zambulló en lo contrario al Sol, por así decirlo, sin embargo recordó el seno de ese mar de pánico y sal.

            Él sabía, empero, que tendría que aprender lo suficiente de esa experiencia salada y recia para desenvolver la epifanía, que sería, él creía, el porqué del dolor y el cómo del temor.

            Ya habían pasado cinco años. La vida se había prometido a sí mismo, Guillermo. ¿Y qué fue la vida? Esa zambullida en la parte posterior del mercado y a la hora en que habían sido vendidas o retiradas de las cabezas de puerco, los costales de grano eterno también, como todo el pescado. Sangre, grasa, agua, jabón y espuma era el suelo ya recogido y guardado por coladeras y seres humanos de estómagos fuertes como sus secretos, antes de cruzar la lámpara china en el portal de las oficinas de David. La oscuridad recatada del exterior, volviose una luz tenue y gris, negruzca con puntos de plata sin brillo.

            Guillermo se sentó. El cenicero se movió.

            De tenerlo bajo su mano izquierda, extremo de un traje brillante e igualmente gris, metálico y anticuado pero muy bello y sobre la camisa blanca y la corbata color rojo vino, David movió el cenicero hacia la mano derecha y cambió, así mismo, el cigarrillo de la siniestra a la diestra. Guillermo no alcanzó en un inicio a ver el cuello ni la cabeza de David, sólo el traje y las manos fumadoras, el cenicero.

            La voz de acero ensangrentado del don le preguntó a Guillermo si quería un café como el que se había tomado él. Ahora David sólo bebía agua, para permanecer con la buchaca y el gaznate lubricados ante el cigarrillo permanente. Le explicó: El “café turco” puede ser un café, simplemente, turco, quizá uno de aquellos que se prepara no sobre fuego directamente, sino desplazándolo sobre una cama de arena hirviente hasta que el café queda listo para colarse: hay muchas clases de cafés turcos; pero  el “café turco” puede nombrar a un sencillo espresso doble, servido muy bien en una taza corta y ancha, simple, blanca y grave en su seriedad exquisita y mediterránea. “No puedo estarme mojando el hocico con espresso tres horas consecutivas: ¡Me daría un infarto, yo creo! Ya no soy el chamaco de dieciséis años que tomaba café en un sanborns las mismas tres horas seguidas; no es espresso, pero, carajo, es un café tan fuerte como los brazos de esas adorables camareras y la obsesión ajena que las cubre de un uniforme lleno de folclor. Tres horas de café por menos de treinta pesos, ¿tú crees? A veces comíamos, molletes o burritos, pero en ocasiones, no. Obviamente, la camarera se llevaba unos cien de propina. Éramos chicos decentes. Fumábamos como locos, ¡eso sí! Se podía fumar en Sanborn´s en ese entonces. Muy listos éramos: Solíamos decir, ¡en broma, por supuesto!, que le habíamos ganado una partida a Slim, el dueño de la cadena, tú estás muy joven…”, “Sé perfectamente quién es el señor Slim, don David, pierda cuidado”, “Ah, ¡jajajajajá!, bueno… Sí, Slim. Verás, estaban los molletes… ¿”a la mexicana”?, así se llamaban, ¡creo que sí! Estaban los Molletes a la Mexicana, que eran servidos cubiertos de pico de gallo, como veinte o veinticinco pesos más caros… Pero los Molletes Sanborn´s, de frijoles y queso, de cualquier manera te los servían junto a un tazoncito chino a rebozar del mismo pico de gallo. Así es como mis amigos y yo le ganamos la partida a Slim. Después, bajo los ataques sufridos por todo negocio y bien mercantil de Carlos Slim en México, Sanborn´s tuvo que disminuir ella misma en la calidad del servicio, para no subir los precios. Si este país se hubiese hundido en la mierda, lo tendrían bien merecido todos aquellos que no son Slim en persona o una de aquellas camareras: ¡Parecen helados, ¿no crees?!”

            Otro cigarrillo se hundió del filtro en la boca temporalmente gélida, invisible, de David. Unos hombres que estaban por ahí, le sirvieron más agua, cambiaron el cenicero. “Me parece que Slim vive en Europa, don David”, “Sí, está casado con una princesa y Salinas de Gortari tiene la nacionalidad española, directa por su apellido. Hay una lista de apellidos que concede la nacionalidad española. Autoexilios. Es un castigo duro, pero no para nosotros, clientes y camareras de Sanborn´s. Todo por andarnos jodiendo, intentando romperle las pelotas a hombres trabajadores, libaneses. Slim no trajo la pobreza, se llevó la riqueza, muchacho. ¿”Qué riqueza”? La suya. Pero es como jugar blackjack en un casino y dividir la mano. Verás, el dinero es otra vez del pueblo, y el país del pueblo. Un país que tuvo que segregar a otro país, es verdad, pero un país”, “Creo que no le entiendo, don David”, “¡Ah, es muy fácil! El sector privado de México políticamente activo es una cultura, no un sistema, aunque sea una cultura sistematizada… Oye, por cierto, ¿fumas?”, “Muy de vez en cuando, don David”, “Pues fúmate uno, no seas así”, “Sí, con mucho gusto; gracias”, “El sector privado acusó a Slim de monopolio, ¿cierto? Pero el monopolio no era de Slim, el monopolio era del dinero mismo. La plusvalía, muchacho, es la ganancia neta de un trabajador, y hoy se dice que es el desarrollo de la sociedad: Es lo que el trabajador dispone para consumir del mercado, competitivo, de productos y servicios; es el producto de la sociedad, de ahí que sea el principal punto de la crítica social, aunque también es lo que produce la sociedad. Ahí es donde comienza la cultura en sentido económico: Hacer un consumo productivo para los productores y consumidores. El sector privado, simple y llanamente, se pasea con lo que toma de los recursos de su propia producción: Su plusvalía es un pagar de cuentas, por el simple hecho de que sus miembros, que se consideran a sí mismos el pilar de la sociedad, están en números rojos: Dispusieron, a nivel país, de créditos conseguidos a través de planteamientos de inversión y especulaciones financieras, pero con un grave error: El crimen. Tanto los modos de concesión de créditos como las finanzas mismas fueron manipulados por ellos con ayuda de un gobierno también de ellos, y sólo para poder mantener cultura destructiva y egoísta, excesiva y criminal, intolerante y llena de odio: Sólo para joder, ¿sabes? Entonces, el empresario que gana uno, diez millones de pesos tiene que elegir entre pagar sus deudas, vivir como un rey o ser productivo, con su plusvalía: Fueron descubiertos y denunciados al perder ese gobierno que hoy se destruye a la velocidad del sonido. En cambio, Slim vive como un rey… bueno, ¡como un príncipe, jajajajajá!, es productivo y sus deudas son sólo maneras de aumentar intereses para las corporaciones financieras que quiere enriquecer. Fácil y sencillo: ¿De quién es mayor la plusvalía, de Slim o de uno de esos pendejos? Slim tiene para poner museos e instalar alumbrado público, apoyar al arte (¡a Salinas le encanta Dalí!), promover la tecno-economía, echar la mano a África y estimular la economía competitiva, mientras se dedica también a bordear los laberintos de los inevitables e insoportables Tratados de Libre Comercio de Dios sabe dónde, por los que se suicidan los pescadores y las congregaciones diplomáticas son violentadas”, “Pero, si todos esos hombres y mujeres de plusvalías menores o que inclusive viven de lo que roban a sus propias corporaciones, se unen; alcanzarán a superar los valores de Slim?”, “Ahí es donde se hizo la división, el blackjack: No superan la plusvalía del pueblo: Es el dinero de una masa unida, a través de su propio gobierno y gracias a la política de López Obrador: ¿Salinas le permitió la oportunidad de ganar? Sí, pero nuestro presidente, y esa es la verdadera genialidad política de todo el asunto, lo hizo democráticamente… Sin mencionar el rumorcito que consiste en asegurar que el dinero retirado de México por Salinas, está siendo devuelto íntegro al país gracias a la honestidad comprobada por ambos en este sexenio”, “Pero, volviendo a lo mismo, también hay gente, trabajadores y de todo, en busca de un beneficio para y del sector privado”, “Cierto, sí, por eso López Obrador no “apoya” a los que no lo apoyaron: No por recelo ni por resentimientos, sino por razones esenciales, no son nuestro país, no son nuestra economía ni nuestro gobierno… Son una masa menor haciéndonos la guerra… ¿Por qué, muchacho, AMLO hace tantas y tan divertidas payasadas? Porque destruye los valores del gobierno pasado, las figuras déspotas. Las formas y maneras de las elecciones presidenciales de este 2024 iban a ser un circo absurdo de malas bromas y faltas de seriedad. Por ello, la figura constituida de valores políticos serios de Ebrard no compitió para el Ejecutivo, no era su función. Además, y esto también es cierto, como Fernández de Ceballos, Ebrard no iba a llegar a la presidencia para pagar favores a una bola de traidores. Claudia Sheinbaum aguantó mucho, su carisma y paciencia mantuvo a flote una nación joven entre un océano de mentiras y tonterías: El sector privado depende de un gobierno, el resto de México no tanto: El gobierno está destruido, ellos perdieron la apuesta. Claudia tiene mucho trabajo que hacer después de ganar la plaza que pudo ser ocupada por el enemigo: Construir un gobierno para el pueblo de la plusvalía. Su marido ha de ser un hombre muy feliz. Son días buenos, días de esperanza, de política o sin política, como prefieras verlo. Huevones o no huevones, nos pagan. ¿Qué tal esa de Fox? Ese pobre imbécil que pensó que ganar las elecciones era una meta, cuando era el punto de partida. Reconstruyó el campo, es verdad, pero lo dejó en manos de quién sabe quién”, “De Marthita”, “¡Jajajajajá! Sí, o bueno, bueno fuera, la mujer aunque sea es ambiciosa… Pero, en fin, pasemos a tu trabajo, Guillermito”.

                David llevó su mano libre al bolsillo que tocaba su corazón, del que extrajo una chequera que a su corazón besaba. La abrió. Tomó una pluma entre varias que había en la mesa, bolígrafos de quince pesos o menos.

                –Mi hijo me regaló una caja de bics. Escribe. Sin embargo, escribe tanto y tan rápido que los arruina, como si los quemara; de un momento a otro comienzan a escribir de un modo demasiado tenue, aún con la mayoría de tinta. Su novia, por fortuna, lo introdujo al mundo de los lápices. ¡Mi hijo, feliz! Le debe tanto a esa chica, ¡lo sacó de una depresión¡ Mi hijo es esquizofrénico, pobre muchacho, pero tiene una mente hermosa. ¿Viste el partido de Argentina contra Uruguay?

                –¿De la Copa América?

                –Sí, hace unos días.

                –Sí, sí lo vi.

                –Bueno, cuando Messi falló el primero de los penaltis para el desempate, que pegó el balón contra el travesaño, pensé que mi muchacho se iba a poner a llorar. Pero lloró de admiración.

                Guillermo guardó silencio.

                –Mi hijo me explicó: “A ver, papá, ¿qué es el travesaño? Es una línea horizontal blanca. ¿Cómo es la tira blanca de la bandera de Argentina? ¡Horizontal! El balón pegó justo en el medio del travesaño porque Messi lo quiso, algo más difícil que anotar un gol, ¡porque es el Sol de su bandera! ¡Argentina! Obviamente, uruguayos y no uruguayos estuvieron diciendo que Argentina sólo gana por Messi. ¡Pues, no! Messi se hizo a un lado, ¡dio un gol de ventaja!, y el equipo, aun sin él, ¡ganó!” ¡Jajajajajá! ¿Puedes creerlo? Ver la vida así… ¿Y luego qué me dijo? Algo así como: “Dios también puede caer, ese es Su juego, papá”. Y tiene razón, ¿sabes? Francia, en la final del mundial, claramente sólo era Mbappé, por eso perdió, por eso anotó. Pero Argentina, no señor, no con mi hijo ahí. Argentina ganó como Argentina. Y eso que no es mi equipo, es el de mi hijo. Yo le iba a Francia, por supuesto… Pero, bueno… En fin. Toma…

                David firmó el cheque con una rúbrica sencilla, una especie de gaviota, de nota musical lejana y clara, linda. La cantidad estaba en blanco.

                –Guarda esto. Guárdalo bien, muchacho. Afuera, en la camioneta blanca, te espera Sergio, es un buen muchacho. Te va a llevar con unos comerciantes, les van a dar a ustedes unos costalitos. Me los traen. Les das el cheque y les dices “El señor David agradece que le hagan llegar la mercancía, y que así está bien”. Y ya. Nos vemos aquí. Todavía nos falta la inflación –se acercó a Guillermo y casi le susurró–: Dicen que para solucionarla solamente hay que ampliar el Mercado… Pero, vamos, ¡a trabajar, baquetones!

3

                Sergio estaba nervioso, agitado, incluso. Manejaba bien. La calle, oscura aunque era todavía muy temprano, comenzaba a moverse al ritmo de los focos de los tacos ambulantes y los establecimientos, de apenas unos metros cuadrados, de churros fritos y helados de yogur. Cruzaron un Centro favorable, incitante, colorido y en luminoso movimiento, en la ciudad de las calles limpias donde hasta el grafiti parecía cortés y prudente, el arte urbano se sentía acomodado en una especie de nido de amor, de espacio expresivo en el misterio ya no de la obra de arte, sino del artista.

                No tardaron en llegar al otro mercado, uno cuyos negocios estaban cerrados, en su mayoría, pero repleto de bodegas y almacenes que aún trabajaban.

                –Aquí es –dijo Sergio antes de estacionarse afuera de una de esas bodegas que Guillermo reconoció: Años atrás asistió a un toquín de ska: Era tan joven, estaba tan puesto, era tan libre, estaban tan monas…

                –Ve tú –le dijo Sergio­–, en lo que acomodo la camioneta.

                Guillermo cruzó la acera y penetró el umbral que, inmenso y negro, le  condujo a un vientre, el de la bodega, como interminable y apenas iluminado.

                El muchacho no era lo que se dice rubio, pero uno de esos hombres, con fajas de cargadores, le dijo:

                –¿Qué pasó, güero?

                –Hola, buenas noches, eh… Vengo de parte del señor don David, creo que…

                –¡Ah, sí, cómo no, güero! ¿Viene por sus costalitos, verdá?

                –Sí, hermano. En efecto.

                –´Péranos, aquí los tengo ya; ¡bien puntuales! ¿Y viene el Sergio o cómo te los llevas?

                –Eh, sí, en efecto, sí…

                En ese momento llegó el joven y ansioso chofer de la camioneta blanca jalando apurado dos diablitos de carga.

                –¿Qué tranza?

                –¿Qué onda, Sergielón?

                –Órale, échamelos de una vez, ya es tarde.

                –¡Uy, Sergielón!¡ Si todavía no empieza el cotorreo!

                –¿Cuál cotorreo ni qué la chingada? ¡Échame los costales pa´cá, güey, no la hagas de pedo!

                –¡Uy, Sergielón, nomás no nos espantes, panteón!

                –Ah, chinga tu madre, güey…

                Uno de ellos ayudó con facilidad e innecesaria pero muy presente destreza a Sergio a acomodar los costales en su respectivo diablito.

                –Órale, güey, yo me llevo uno y tú el otro.

                Guillermo, como despertando, afirmó:

                –Ah… ¡Sí, sí, Sergio! A ver…

                Sergio se detuvo y volteó molesto hacia el otro muchacho.

                –¿No les vas a pagar o a qué vienes?

                –¡Claro, el cheque, sí!

                Sergio se fue con su diablito a la camioneta, y Guillermo se acercó a uno de los cargadores.

                –¿Dónde pago?

                –Aquí mero, güero.

                El muchacho desconfió, pero no había escapatoria alguna, ni alternativas, aunque, al sentir la mirada del cargador, algo limpio inundó su persona, como si un árbol salvaje y poblado de bestias dulces fuesen un par de ojos. El cargador sonrió:

                –Aquí nadie te va a chingar, güero. Primero nos chinga el señor David.

                El muchacho suspiró algo parecido al alivio, algo más arrepentido, sin embargo, que la resignación. Sacó el cheque en blanco.

                –Dice don David que muchas gracias por facilitarle este producto. Mira, les manda esto –le dijo extendiéndoles el cheque–; dice don David que así está bien, muchas gracias.

                Los dos cargadores rieron, fuerte, una risa diáfana, de agua contra piedra en un arroyo con prisa, ante la torpeza verbal del joven y novato empleado.

                –Sale, pinche “Muchas gracias”, dile que muchas gracias también a él, que es el de siempre, el que le gusta, que muchas gracias…

                Una nueva carcajada recibió la espalda, detrás de una despedida con la mano y un silencio, de Guillermo empujando el diablito fuera de ahí, hasta llegar, como un ladrón a la guarida, como un hombre a la arena de su propio mar, a la camioneta. Trepado ya, Sergio jaló el diablito, con ayuda del muchacho, al interior del cajón de carga.

                –Vámonos, güey, antes de que nos partan la madre por tus pendejadas.

                La camioneta fue conducida de vuelta al mercado de David. Ambos chalanes empujaron los costales en los diablitos a través de la edificación firme y popular. Ya era más tarde. Ya había más de la otra luz.

                –¡Eso es todo, muchachos! –recibió David los costales con alegría, y abrazó a Guillermo aunque con distracción. Los costales le emocionaban. –Pásame el cuchillo, canijo –le dijo a uno de los hombres que estaban ahí sirviéndole el agua.

                De un solo corte, David abrió uno de los costales completamente y aspiró un aroma a café tan intenso que el lugar se saturó de él e hizo vibrar las pardas luces. Volviendo a la Tierra, este hombre eufórico miró complacido a Guillermo:

                –¿Quieres, muchacho?

                Con cierto desconcierto, el muchacho preguntó:

                –¿Es café, don David?

                –¡Sí! Es café. Café cien por ciento chiapaneco, cabrón.

FIN

 

Querétaro, Qro.

12 y 14 de julio del 2024, sin idea del partido que esperaba esa noche en la sala.

Eric.

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