ADIÓS A LA BIOGRAFÍA (Cuento)
ADIÓS A LA BIOGRAFÍA
“Ardo a la sombra de las bombas”
J´en ai marre!, Alizée
“No quiero que te vayas
no quiero que te alejes
cada día más y más”
Mi vida, Manu Chao
“Sin doblar es este animal”
Kobwebz, Gonjasufi
“Oh, estaba sufriendo demasiado”
Aline, Christophe
“Creo que te puedo ver
Pero tú no estás”
Me pregunto, Belanova
“Oh, me haces vivir
lo que sea que este mundo pueda darme”
You´re my best friend, Queen
“No le importa lo que sufras
Ni le importa lo que lloras
Lo que importa, es sangrar”
Adónde Vamos a Ir, Jaguares
“La sangre dentro de tus venas”
Latinoamérica, Calle 13
“_______________–––––––––––––”
Neuköln, David Bowie
1. LA CRUZ
El inicio no existe, fue previo a la
existencia, meramente esencial; sin embargo:
a)
Dios
o
b)
También
se puede jugar con los términos. En el objeto se halla la existencia de un ser;
en el sujeto se halla el ser de una existencia. ¿Por qué, objeto y sujeto
convergen sin obligaciones? Porque objeto y sujeto son abstracciones; esto es,
conceptos que son regidos por un acto intelectual indagatorio e interpretativo
del ser propio y del ser del otro, al hallarlos existentes.
El ser es la forma de la presencia.
La existencia es la presencia de un espacio para el ser. El ser es la
existencia porque antecede a su espacio, y la existencia es el ser porque es un
espacio con forma.
Es lo que yo iba pensando, pero vi
mi ataúd pasar, como un desfile unipersonal, en el interior de una Suburban
blanca de vidrios negros.
La razón por la cual yo iba
filosofando de manera tan lógica (aprendí a amar el silogismo con un libro que,
a cuarenta pesos y hace quince años, de menos de cien páginas, compré usado en
una papelería donde, dispuestos en una mesa que alcancé a ver desde la calle,
se vendían libros de segunda mano, y que era un librito escolar no recuerdo de
qué grado) era por lo que yo deseaba: Un suicidio desde el fondo de mi corazón.
Cuando leí “Salió la Luna” en el
blog de E.L., pensé, por lo que sentí transitando la senda de su literatura en
un punto álgido, que E.L. (que desde hace años le dice a todo mundo que es un
Van Gogh de las Letras y que cuando muera, él pide, su blog y otros registros
de su escritura serán leídos con el morbo de la ciudad: “Se dirá: Este hombre
acaba de morir. Escribía, ¡leámoslo!, y hallados, ya sin deber fama o dinero, disfrutables
como geniales y buenas lecturas, trascendentes y relevantes, arte en su
expresión total, mis cuentos serán gratos a la humanidad”) es tan brillante
como fue infeliz. ¿O será que alguna vez no lo fue o que no lo sigue siendo o
es, por siempre infeliz? Ni yo lo sé. “Salió la Luna” es un cuento que escribió
pensando en el amor y en la vívida relación con su… amiga, y donde el personaje
que la encarna muere. Sus psicólogos y amigos pensaron que E.L. estaba enojado
con ella, que su cuento enunciaba: “Estás muerta para mí”; pero era todo lo
contrario, era su forma de ser, como muchas veces al escribir, profundamente
“sentimientoso”, una rosa eterna y un juramento de total y afortunadamente
irremediable atracción hacia su persona, tan amada. Por otro lado, como sus
psicólogos pensaban que E.L. no podría tolerar una hipotética ausencia o un
bizarro y tardío rechazo, mi amigo escribió sobre lo que podría sobrevivir y,
al mismo tiempo, lo más bello que antes jamás vivió. Una mente complicada, E.L.
Por supuesto, tanto psicólogos y conocidos, hombres y mujeres, creyendo el
cuento un síntoma de separación, comenzaron a cortejar a su amiga, la mujer más
guapa que he visto en mi vida. Pero en fin, el punto es que E.L., el más grande
y milagroso redactor de palabras en cada cuento bajo caprichos benéficos
distintos, había escrito cosas galácticamente hermosas sobre la muerte, el amor
y el pensamiento. Pero sobre el protagonista, que no era él… del todo (E.L.
siempre mezcla varias personas en una, o la misma en varias), sobre la vida,
¡sobre el vivir!, sus palabras, oración tras oración, eran amargas y llenas de
un carácter irremediablemente triste y desesperado.
–Estaba leyendo a Henry Miller…
–E.L. comenzó, en esa última vez que nos vimos.
E.L. le dijo a su madre una vez: “En
mi féretro, pónganme `El Trópico de Capricornio´”; y a mí me dijo alguna vez:
“Volví a leer el Trópico, de Miller, el de Capricornio, lo sabes, ¡y vaya!, es
tan misógino y racista que tuve que esforzarme al leerlo, pero bueno, casi
todos sus amigos eran judíos, como yo”, pues él tenía la creencia, gracias a
los hermanos de su padre, el mayor y el menor, quienes investigaron el
apellido, tan extraño, que portan en un país a él adverso, adversidad inocente,
meramente ortográfica, que toda la familia era judía. Su tía, cuyo perro se
llamaba Reich, nunca permitió que se lo dijeran, pues, como me contó E.L., pasó
noches en Austria discutiendo con el astuto guía turístico a favor de Hitler.
“Estaba leyendo a Henry Miller, el
de Cáncer. Sentí la atracción por escribir algo en primera persona, como Miller
lo sugiere, pero a mi tío, mi más comprometido seguidor, junto a mi padre,
quien, estoy seguro, sí revisa su correo electrónico esperando la próxima
entrega literaria de un escritor con el que compartió el mismo librero, a mi
tío le desagradan los textos en primera persona”.
Esa es su vida, porque sigue vivo y
esto ama, adaptarse a sus lectores buscando no traicionarse. Claro que a veces
escribe y envía lo que se le da la chingada gana, pero no siempre. Es un buen
hombre, para algunos; es una mente violenta, perversa y enferma para otros.
Pero el hijo de perra, cuando se arregla y en algunos de sus ángulos, es el
hombre más guapo del mundo, el más inteligente y, aunque él lo niega con
sinceridad, ¡pues imagino que ha escuchado y leído a hombres y mujeres que lo
son más que él!, el más culto que te puedas encontrar en una boda o borrachera,
aunque ya no toma (sin embargo, observando a su tío, sus sobrinas han llegado a
la conclusión de que “se emborracha con café”). Pero despierta toda clase de
envidias y pasiones por toda clase de razones y situaciones que él mismo crea.
Pasó dos semanas en la cárcel y nadie abusó de él; pero en una fiesta bien,
pudieron dormirlo y violarlo cuando no cumplía ni los veinte años (pero bueno,
la Ciudad de México es así).
Con toda la pena, siendo que yo soy
más infeliz que él, aunque sé que, de vez en cuando, E.L. intuye que lo es, no
querría ser E.L., pues me gusta la sensación del deseo de apagar el switch,
pero no me gustaría la oscuridad, morir por completo. Por eso yo estaba en la
Suburban, muerto, creo. Muerto aún vivo, deseando nada más hasta lo que quizá
yo era y como yo estaba.
Como E.L., yo, por el otro lado, en
vida, me hallaba secuestrado por mi posición económica y esclavizado por mi
propia salud… mental. Pero recordaba más que nunca las palabras citadas del
libro que cargaba por él:
“Dios creó el espíritu”.
Su espíritu o algo, otra cosa, de
Van Gogh habitaba los conocimientos de E.L., me puse a pensar para evitar
hundirme en el cenote suicida de mi corazón que salta; particularmente aquello
que él siempre decía: Van Gogh no comió sus óleos por hambre únicamente, sino
que los comió porque había fumado opio o tomado absenta. Mi amigo escritor,
cuando la cocaína se salió por completo de su control, cuando no tenía
un peso que no hubiera gastado ya en droga, masticaba azúcar y se comía la
mostaza y la mayonesa que aguardaban los emparedados más dolorosos en la
Historia del ser humano. Sin embargo, él ríe porque no se acuerda de nada ni de
nadie desde que su madre lo perdonó y él perdonó a su madre, desde que pasa sus
cumpleaños comiendo pastel con sus sobrinas, quienes, a pesar de ser bilingües,
admiran su manera de hablar inglés en varios y bellos acentos (su amiga quería
perfeccionar su inglés y E.L. le dio versiones en inglés y español de “Hamlet”
y de “Orlando”, extraídas de su biblioteca personal de 200 o más libros
adquiridos en apenas 7 años en ese entonces).
Todo es el sentimiento de la muerte,
pero no pudo seguirme en el ataúd. ¿Cómo voy dejando este mundo, dejando una
cruz al hacerlo? Una cruz de carretera, una cruz de iglesia, una cruz de
iletrado. Parca cruz de un hombre, rica muerte de una vida. Como para siempre,
pero “no por siempre aquí” decía Netzahualcóyotl.
Estaba sufriendo al ritmo de una
música muy bella: ¡Maldita sea, cómo quería morir! Y mi divagar filosófico
parecía varado en la conclusión aparente. Sudaba, pero no podía llorar. No era
tristeza, era dolor, un dolor que comenzaba a molestarme como una basura en el
ojo.
Pero estaba muerto de modo contrario
al libro cuyo héroe dijo: “Dios ha maldecido a aquellos judíos y cristianos que
tomaron la tumba de sus profetas y santos como lugares de adoración”: Mi cruz,
prohibida por E.L. Mi muerte, sólo en vida; no se permite el suicidio. Pero,
¿esta sensación en mí, este
deseo? El
tío de E.L. y E.L. se abstiene de la palabra “deseo”, contraria a Buda.
¿”Porque no estaba muerto”? ¿Por qué morí? Se dice: De García Márquez sólo las
virtudes. Don Gabo, no “comprendía”, a Don Gabo “no le entraba”, él rehusaba la
muerte. No lo temía, la odiaba. Quizá Dios, que ve mejores hombres en los
ateos, quizá lo bendijo cuando a Don Gabo le dio Alzheimer: Le dio duro, no sabía dónde estaba; quizá el Señor,
médula de E.L., le permitió engañar la certeza, como cuando alguien ve el
Rostro de Jehová.
Todo esto lo pienso por E.L. ¡No sé
qué tan sano sea, pero por Dios que es hermoso! Y celoso, y priva, y entrega
después una especie de Todo que es suficiente para seguir creyendo: Quiero
creer tanto que termine creyendo aquello que se cree ya sólo por tener fe.
Dios no siempre perdona los pecados,
pero el hombre no siempre perdona la inocencia, y mi tristeza es tan espesa
cuando quiere vivir que no puedo soportarla sin cerrar los ojos y deformar mi
cara por el esfuerzo y el malestar nervioso. Sin embargo… Bueno, antes de decir
la palabra “dignidad”, volvamos a E.L. y sus Tres Responsabilidades del Hombre
Moderno, y a la única vez que difirió con F., su preciso psicólogo (y brillante
músico).
La primera responsabilidad, y vaya
que E.L. siempre dijo que hubiese preferido para sí y para los otros algo menos
imperioso que ser responsable; la primera responsabilidad es encontrar para uno
mismo la libertad; la segunda responsabilidad es encontrar para uno mismo la
dignidad; la tercera responsabilidad, que E.L. consideraba “opcional”, es
encontrar la sabiduría. Todo ello es muy amplio, quizá hasta ambiguo, pero
expresa un interés real de un hombre ocupado. En cuanto a F., en una terapia de
grupo con otros pacientes psiquiátricos, su psicólogo para responder a uno de
los pacientes que señaló a la clínica, o casa de huéspedes, donde vivía como un
lugar injusto… y sin dignidad.
–Yo no creo que sea así, Ch. Donde
vives no eres violentado, como en otros sitios hay personas que lo son, tampoco
pasas hambre ni frío… Y la dignidad; no creo que seas un esclavo, ¿o sí?
–A pesar de ser un esclavo, el
hombre es capaz de encontrar la dignidad: La dignidad innegable es lo que
mantiene al esclavo vivo. ¡Hasta la libertad tienen los esclavos! Y no lo digo
por los aspectos no esclavizados en sus vidas; lo digo por cómo esclavizado
eres libre de ser tú mismo, aunque sea sólo dentro de ti, aunque lo que está
dentro de ti sea, precisamente, lo que se esclaviza; algo peor que eso ya es exterminio
–dijo, después y por estar de mal humor, E.L. al primero dispuesto a escuchar.
“Él lo sabrá”, estoy seguro, es lo
que comentó F. si se enteró de ello alguna vez. A fin de cuentas, el psicólogo
extranjero de veintiocho años, fumando pipa y tocando guitarra flamenca,
haciendo todo por sus perros, con sombreros caros y extravagantes, formadísimo
en las ciencias de la salud mental, y tan ocurrente como E.L., incluso más
gracioso, peleó toda su vida para no ser el esclavo que no fue: ¿No decía Truman
Capote del asesino de aquélla familia de Holcomb al cual él escuchaba y pudo
haber salvado (pero que no lo hizo para no comprometer el dramatismo de su
libro) que él, me parece que se llamaba Perry Smith, y él mismo, Truman, habían
vivido en la misma casa, pero que el asesino “salió por la puerta de atrás” y
el escritor “salió por la puerta de adelante”? Y más aún: F. era un hombre de
bien, con una moral frágil pero frágil como una copa de cristal verde, ¡un buen
tipo, de los que pelean por la gente que sufre porque saben que podrán
ayudarlos, cosa que sucede; sin embargo, E.L. era un delincuente, un
drogadicto; “prácticamente un pornógrafo” y “un soberbio” le llamaban para
describir su persona, por su comportamiento y sus letras. Sólo los que los
conocimos supimos cuánto amor había en ese muchacho, mas lo que se llama “la
gente” solía verlo como un perro con sarna, e intentaban dormirlo. Alguna vez
escuchó a alguien decir: “¿Sabes cuál es la diferencia entre E. y una bolsa de
basura?”, “No, ¿cuál?”, “¡La bolsa!”. Nunca “navegó con bandera de pendejo”,
parafraseando a la cultura popular, es cierto: ¡Bien o mejor le iría si lo
hiciera! Su manera de caminar, su modo de hacer soportar a su cuerpo la
intensidad de la energía que entraba y salía de su ser, sin parpadear y con
placer, y sus malditas maneras de utilizar el lenguaje a su contentillo: Podía
estar hablando el inglés de Anthony Hopkins y, al día siguiente, el de una
tamalera… sin mentir, sin fingir. E.L. nunca pretendió nada en su vida, ¡ni
siquiera lo que le pertenecía! “Lo que tengo de brillante… escúchame bien, F….
lo tengo también de pendejo”, cosa que era verdad, lo acepto: Era un pésimo
vendedor y fracasó como garrotero, fue expulsado, en el primer semestre, de
Ciencias de la Comunicación y luego de Actuación: Su carácter en los tiempos de
su apogeo emocional, su manera magistralmente excesiva e incorrecta de tomar,
fumar y drogarse, sin medicarse con algo que no inhalara riesgosamente, aunado
a una persecución militar y a un solapamiento judicial, todo, conspiraron para
dejarlo silbando jazz en las calles, donde el trueno que era fue adaptado y
acercado a una violenta teta del Jalpeño.
Creo que hay que hablar de cómo en
México el escritor es después de ser lo que le da de comer en la misma
temporada de su vida.
Sin embargo, E.L. formó parte del
crimen organizado mexicano desde antes de los veinte años, cuando decidió
alejarse de la sórdida realidad de las clases acomodadas, la cual terminó por
aplastar con dolores propios, con una verdad más pesada aún, de la nube sobre
la punta de la montaña social.
2. EL NARCO
El problema del inconsciente o
“subconsciente” es el hecho de que uno pierde la guerra contra él
conscientemente. Esa es la tragedia.
Sentado, por fin, en un banco de piedra,
un elixir colonial, inventivo muy de la zona, rincón de arquitectos que habrán
hecho brillar con el arte la oscuridad sin vida de las sombras que desafían con
timidez la vida, pensé.
Cuando entré a una dinámica de
completo y absoluto compromiso con la psicoterapia, me di cuenta de que yo no
tenía escapatoria: Es una ejecución texana del autoestima y un abuso en contra
del criterio y la razón que el paciente tiene que utilizar sólo por instinto,
sólo como guía para el otro, el psicoterapeuta, que habrá de cauterizar todo
efecto, error, manifestación conductual de una víctima familiar. Entrar en una
dinámica total, de 24*7 hrs., es convertirte en un perro que se muerde las
propias patas; cosa muy triste, pues antes eran las perritas que lamían nuestras
colitas las que moldeaban la sonda de nuestra personalidad hecha de y para
acertar, ¡adiós a nuestros comportamientos de cerdos, de nazis, de sultanes!
Ahora hay que ser socialistas aguerridos en contra de Castro pero leyendo a
Cortazar o a la madre Teresa de Calcuta que, levantando la parte inferior de su
hábito, muestra el sexo magullado por la santidad y la edad a leprosos cuya
piel cae por lo “crónico y degenerativo” de la esquizofrenia comunal. ¡Yo no
solía desollar mis patas con colmillos y dientes que ni siquiera sabía yo que
estaban ahí, en mí!
Quizá por eso una noche tuve la
fantasía de violar a Mónica, mi más fuerte y bello amor, que se dio en la
preparatoria entre amores más intensos y a los que sí dirigí la palabra,
ganando besos y atisbos de carne en todos mis sentidos; ¡hasta hubo un noviazgo
por allá!
Yo sigo amando a Mónica: Yo amaba su
piel, su cabello, su figura, su rostro, por generalizar burdamente lo que su
visión fue para mí por casi un año, antes de enamorarme de otro hombre por
primera y última vez. Soñaba con ella al levantarme, al bañarme, al
imaginarnos, durante el show de David Letterman, al fumar, al escuchar “Modern
Times” (¡recuerdo lo mucho que Scarlett me hacía pensar en Mónica!), al
masturbarme y al dormirme; soñaba con ella al soñar. Pero, lo más grato y
sobrehumano que con Mónica viví es el hecho, ahora inolvidable, de que nunca me
rompió el corazón. Nunca jamás. Incluso al leer “Travesuras de la niña mala”
imaginando que la niña mala era Mónica, no sufrí: ¡fue un dolor tan artístico
que, a diferencia de “Los cuadernos de don Rigoberto” y “La fiesta del chivo”,
de Vargas Llosa, que he leído y hasta regalado varias veces, no tengo el menor
interés en leer “La niña mala” otra vez, pues sería como Piqué chingándose la
almohada.
Pero algo me tomó una noche en
Kukul, la casa de huéspedes para pacientes psiquiátricos, donde alguna vez
estuvo E.L.
Un psicólogo extraño o, bueno, mucho
más extraño que otros psicólogos, extraños, casi un anciano, con voz, gestos y
actitudes prácticamente infantiles, me acorraló y exigió información con
respecto a “reacciones contrarias a la armonía del ambiente comunal”. Entró en
mi psique, me acusó de ser un asesino en serie “afortunadamente” frustrado, me
llamó una sarta de cosas con términos peores a aquellos con los que siempre se
ha acusado a E.L., y todo me pareció verdadero por varias horas. Pero cuando el
efecto pasó, cuando era ya de noche y no había ningún psicólogo a la redonda,
sino sólo la noble enfermera, cuando ya dejé de llorar y me di cuenta de lo
mucho que estaba equivocado ese maldito psicólogo ocioso e inadaptado con
complejo de Zeus, me metí al baño, subí la tapa de la taza y bajé el asiento de
ésta, me bajé los pantalones, me senté y cometí esa violación: Crucifiqué con
fantasías ultrajantes y un orgasmo intenso, que no había terminado y ya me
arrepentía de conseguirlo, lo más puro que a mis pensamientos haya arrebatado.
Me di cuenta que la recordaba porque
estaba enfrente de mí, acompañada de un varoncito de diez años aproximadamente;
al otro lado de la avenida, pero era ella y yo la vi. Era ella, y punto. Y ¿qué
le iba yo a hacer a la situación aquí? Absolutamente nada, pues, todo lo
contrario, sonreí, como cuando todos los días pienso unos segundos en Mónica sabiendo
que una mujer tan bella como Scarlett (lo cual no es broma, realmente no soy
sólo yo quien se da cuenta: Sí, es milagroso que ella no me rompa el corazón
aun aún), obviamente está casada, o por lo menos gratamente aún hermosa y ahora
follada, con familia educada, tan buena como su propio hermano cristiano, quizá
huyendo del padre, no lo sé, y recordándome todavía porque, y tampoco sólo yo
lo sabe, también me amó fogosamente.
La vi, repito, ahí. Ese “ser-ahí” de
Heidegger que es el ser, del cual E.L. me enseñó a discurrir, en tiempos en los
que el escritor ya mataba gente y nunca animales. No señor, animales no, por
más que hubiésemos amado la Fiesta Brava, la sangre: “¡Es tan hermoso que hay
que matarlo!”, como un hijo arrancado y alejado de toda belleza. ¿Se veía igual
que antes? Negativo: Sus facciones, a la distancia, se miraban más
profundamente pronunciadas y grandes; su cabello, más abundante; la figura, más
suave, y los pechos, aunque quizá esto sí lo imaginé, pero no lo imaginé, no
señor, más grandes y firmes, en forma de media luna, como los de Mónica…
Bellucci (¿Mónica Bellucci? ¡Carajo, sí! Son prácticamente la misma, sin
parecerse mucho realmente. ¡Diablos, nunca lo pensé!) Sin embargo, empero,
pero, mas solamente que mucho más guapa y tan sencilla y natural como la
coprotagonista de Vincent Cassel, y sin tener que enterarse de algo más que la
7ª Sinfonía, que es todo y nada más lo que vivió.
No me quedé, aunque ella me vio y me
dirigió una mirada azarosa y, a la vez, divina. No me quedé porque el puto
viejo aquél me orilló a la más brutal de todas las violaciones.
Al seguir mi camino, no sin saber la
trascendencia para nuestro amor de ese encuentro con la complicidad de un amor
de todos, más racional pero de acuerdo, supe que, en nuestras vidas, si yo
hubiese sido un musulmán con varias esposas, como E.L. en su mente, el recato
juvenil entre ella y yo hubiese sido mayor: No hubo mentiras nunca: Yo no la
poseí. Yo no la tuve; al seguir mi camino no pude evitar pensar en Michael
Haneke, el cineasta que desde adolescente E.L. sigue, adora y predica, y que
era su psicólogo en los tiempos en que creía que en el apartamento de su madre,
donde vivió por años, había micrófonos y cámaras que le comunicaban 24*7 hrs.
con Calle 13, siendo René su pareja sentimental. A diferencia mía, E.L. siempre
amó la psicología y a los psicólogos, tanto que no sólo se emocionaba con el
psicoanálisis, ¡sino también hasta con el conductismo, que a todos nosotros nos
persigue incluso a nivel jurisprudencial!
Para cuando Haneke (a quien E.L.
llama y que llama a E.L. como “Mon merde”, de cariño y por relajo) lo escuchaba
tendido en el sillón de su sala, E.L. ya había visto “Funny Games 2007” bajo
los efectos de la marihuana combinada con diazepam inhalado:
–No, no, no, ¡es otra cosa, cabrón!
Recuerdo estar viéndola ¿no?, y luego, en la escena en que cae de la camioneta
el perro, ¡te das cuenta que es Estados Unidos donde se lleva a cabo esta
re-representación! ¡”El terror, la violencia austríaca han llegado a las casas
norteamericanas”! ¡Fue tan fuerte que empecé a correr por todos lados gritando
hasta dejarme derribar al suelo casi llorando!
Cuando esto que relataba tan seguido
a cualquier individuo escuchándole porque alguien hacía diez años le dijo: “Si
conversas con E. media hora, te haces millonario, hermano, ¡créeme!”, E.L. ya
era miembro prominente del cártel de Los Zetas. De esa manera Alá le hizo un
hombre de honores y un aventurero que hubiese hecho orgulloso a un abuelo que
leía “Los Pardaillan” y a un padre que le permitió capturarse con las novelas
de Sandokan de Salgari: No sé qué tanto tenga que decir quién es Carlos Salinas
de Gortari: Ex presidente de México cuyas teorías, aplicadas, son desarrolladas
en
a)
Su
tesis en Harvard actualmente vandalizada;
y
b)
En
cuentos brillantes y conversaciones, no siempre registradas, de E.L., quien,
aun seguidor de Bergman y Tarkovski, defiende a capa y espada exitosamente a
Steven Spielberg y Michael Mann, porque su amiga le pide que no hable de
asuntos beligerantes o, por otro lado, fáciles de plagiar o robar: Ella también
cree en Carlos Salinas. Y para ser honesto, yo también creo en él.
El “liberalismo económico”, como se llama la antigua
filosofía socioeconómica de Adam Smith, plantea que los miembros de clases
acomodadas, que son libres de egresar tanto de sus ingresos, propios, como
quieran, ingresos mensuales o anuales por ejemplo, no deben acumular bienes,
pues es deber compartir la plusvalía sobrante a las clases trabajadoras (E.L.
siempre lo ha dicho como una de las enunciaciones que le unen a Carlos Salinas
en modos inconcebibles para otros: “La plusvalía es el desarrollo de la
sociedad”); si se permite un egreso total esto es debido a que éste representa
también un ingreso de vuelta a la sociedad: a sus trabajadores y administradores.
En la modernidad, sin embargo, se hallan dos posibles necesidades para el
hombre (“el hombre”, creo que era Kant quien lo dice, es un concepto moderno),
la cultural previsión de un muy costoso, ¡millonario quizá!, enfrentamiento
contra una enfermedad, una vejez o una herencia: Esto se arregla fácilmente con
el ejercicio de la tarea salinista, que fue el verdadero “Neoliberalismo”, que
se vio despojado de su palabra (término universal, “Neoliberalismo” carece de
propiedades y particularidades que sean auténticos fundamentos, mas no deja de
venir de intentos políticos y económicos, sociales, admirables, antes de ser
martirizado, ya sea en Alemania, ya sea aquí, “México, el país en donde todos
estamos”, como reza una frase de E.L.), con el florecimiento de la actividad de
compañías de seguros médicos y de vida, que tan bien le va al liberalismo
económico. La otra necesidad moderna es vivir de los intereses bancarios,
cuando no se tiene otro ingreso pero es una especie de acumulación:
Sencillamente, se fundamenta una actividad máxima de lo que el banco se encarga
en cuanto a un inversiones y patrocinios nacionales o “de la sociedad” de su
dinero propio/ajeno. Además, Adam Smith se inclinaba por una inferioridad
gubernamental, cosa que Salinas y el “verdadero neoliberalismo, salinista”, no
tardó en conciliar, decepcionado de la mayor facción del sector privado, con la
instauración de un Estado nuevo. Él habla del Narcoestado, por ejemplo, en su
“La década perdida”.
Aunque
el liberalismo económico en México, que se inició con el ex presidente Miguel
de La Madrid, es de una correntada de información mínima necesaria para la
comprobación obligadamente metafísica de su ser, el mismo Salinas pediría que
siguiera yo pensando en mí y en E.L. por el momento, porque es obvio que tanto
yo como E.L. somos detrás de él, gozosamente en todo momento. ¿Ésa es la verdad?
Tan verdad que Salinas dice que E.L. no es su empleado o asistente, sino su socio.
Y Salinas se divierte con las aventuras de E.L., que son las suyas, y E.L. se
divierte con mi depresión y la de él, que son de todos. Por lo tanto, mucho
menos voy a hablar del falso Neoliberalismo que cubren en burda generalización
Luis Donaldo Colosio, Vicente Fox, Felipe Calderón y, aunque quiso evitarlo, en
gran parte por la relación entre E.L. y Salinas, Enrique Peña Nieto; aunque,
tal vez, me vea obligado a pensar en ello, porque, ese Neoliberalismo, E.L. lo destruyó hace no mucho y en menos de
quince años, por razones varias, entre ellas la enemistad contra Satanás.
–Sun-Tzu
dice: “Divide y vencerás”. Sí, suena bien, pero en mi experiencia es al revés.
Si el Vaticano y el satanismo no fueran el o lo mismo, estaríamos todos muertos
sobre la calle o enterrados en un manicomio de los peores que hay, violados y
vomitados, sin exorcismos alrededor, junto con Dios.
Sí,
eso decía E.L.:
–¿Dios?
¿Que si creo en Dios? Hermano, yo no veo en Dios mi superioridad, yo veo en
Dios a un Ser llorando junto a mí, desesperado e impotente, mientras yo me
golpeo la cabeza.
De
ahí que, los que los conocemos, sabemos que la venganza es la Misericordia para
con nosotros, y abrimos los brazos extasiados a lo esperanzador: el cultivo.
De
pronto: Veo… veo una serpiente hecha de un prisma multicolor vidrioso, y se ve
como un cuerpo que al reptar se muestra constituido, precisamente, de un
caleidoscopio casi amorfo de vitrales iglesianos. Creo que es mi ateísmo.
Sin
embargo, como el Heidegger que E.L. adora, no menciono a Dios desde que no lo
niego, crea o no crea en Él. Y no creo.
Cuando
iba pensando en que E.L. piensa que Osama Bin Laden “le dejó el changarro”, la
bocina de un auto y de éste el enfrenón me asustaron:
¡mi
corazón, mi corazón, mi corazón!
Abrí los
ojos, la persona estaba molesta, a unos metros de La Alameda, y la vi y pensé
que, iracunda, existe la posibilidad de que un Dios exista y que ese Dios sea
El Dios (Al-lah), esto es, Jehová, y sea juzgada en el Día Final, quizá
condenada, enviada al Infierno, o perdonada por mí. La perdono, el semáforo
estaba en verde. Y todo esto, aunque racionalmente me pudo haber pasado desapercibido,
mareó mi cuerpo, mi estómago, y me tuve que detener afuera de La Alameda: ¿No
era verdad que la vida es eso, una crueldad que espera a que dejemos de soñar?
Una incertidumbre que es el peligro, una certeza que sólo puede ser la muerte.
Peña
Nieto lo debe saber bien. Los Zetas, de E.L., le hicieron la guerra que
Calderón comenzó, ciego (y tan abusado que hoy recibe, a indicación de E.L.,
cinco millones de dólares al mes para que disponga de ellos a su libre y
posiblemente peculiar contentillo, pero para contrarrestar los daños de ese
Neoliberalismo que él mismo, aún en control, vio caer sobre sus manos: “Si el
Neoliberalimso destruyó dinero, yo no voy a destruir poder”, sentenció E.L.,
perdonando, por su inteligencia, a Calderón y escuchando, por su discurso de un
minuto pero clarísimo y a la vieja
escuela, a Santiago Creel, que prefirió rezagar a un tal Ricardo Dios sabrá
quién, para ser respetado por el movimiento salinista post-neoliberal) y ya muy
enfermo; el mismo E.L. se lo mandó decir antes de los últimos enfrentamientos,
ya después del primer año con AMLO (en una discusión absurda que comenzó un
pendejo hablando mal de AMLO, E.L. advirtió: “Mira, yo sé que AMLO no es
perfecto… Pero yo sí, cabrón”, y comenzó a hablar de Economía como el político
que, en realidad, le ha hecho un tuerto), “¡Yo también tengo psiquiatra,
papacito!”.
En su sexenio, Peña Nieto la pasó
fumando opio (en parte inspirado por Salinas, que se despidió de Los Pinos bajo
los efectos de la heroína)… pero, haciéndole brujería, E.L. le robaba el placer
de dicho acto. Le estaban torturando, a Peña Nieto, semejante hechizo y una
desquiciante cercanía de la Muerte y de Al-Qaeda (la Kala es la fusión
religiosa del Islam con la Santa Muerte), de Los Zetas, porque no sólo era el dinero,
el poder, su amante, Dios, la política, la Historia, sus emociones, sino que
era ¡E.L.! El nuevo culito, el marido de Justin Bieber, el que hizo, a través
de una compañía dirigida por su computadora que como su mente estaba
intervenida por aliados y adversarios, que Peña Nieto, por médicos, militares y
amigos, tenga prohibido lo que tanto, tanto, ¡tanto y todavía!, le hace daño:
Escuchar “Fog”, de Radiohead.
Sí, años después, en Kukul estaba él
ya, cuando E.L. ya era propietario
del cártel de sus mismos Zetas y del cuya existencia no hay pruebas, el cártel
de Tijuana, y recién nombrado General de las Fuerzas Armadas de Al-Qaeda, y
auto titulado “Jefe de Seguridad Política de Carlos Salinas de Gortari” (a lo
que Salinas, llamado en ese entonces por E.L. “Chucky”, pues no sólo son una de
esas esposas de ese musulmán, sino también una enfermiza versión del amor entre
un padre y un hijo, replicó: “¡Já, pues sí, pinche huevón!”), E.L. decidió
seguir siendo un “informante” de la PGJ. Viéndoselos viéndoselas con
mutilaciones infantiles y lo peor en coprófagos pedófilos, E.L., un día, casi
se derrumba, llorando:
–¡Recuerdo
cuando mi trabajo era investigar los balacitos de Ruiz Massieu! –caso que investigó
y conjeturó, pues, por razones de seguridad y para hacerle méritos
honestos a E.L., Salinas le pidió que todo lo que supiera y publicara tuviera
que ser descubierto por él mismo: E.L. no es un escuincle mimado, no, es un muy
chingón hijo de su puta madre.
En
esos tiempos en que Justin… En fin. El caso es que “Fog” se convirtió también
en una música adecuadísima para que aquello (aquél) que parece tan
inalcanzable a Carlos Salinas, sea el mismo que le hace un striptease (Por
supuesto, Salinas es sentado junto a la amiga de E.L. durante el espectáculo).
¿Dónde
veo yo cómo entró Al-Qaeda a Los Pinos a amarrar a Peña Nieto en una estrella
pero no como una estrella, sino como una tacha?
Pero
Justin… ¡ah, Justin! Cuando E.L. era cabecilla de la mafia libanesa (“¿Lo
recuerdas, Chucky, lo recuerdas?”). Cuando “El Señor de los Cielos” era Amado
Carrillo (y no E.L.), a quien Salinas arrancó el rostro en 1998, después de un
suave y doloroso masaje, el mismo año en que falleció el escritor predilecto
del falso Neoliberalismo: Octavio Paz. Oh Justin, “¡cuando hacíamos el amor
mientras yo hablaba de negocios!”; cuando Justin fue sacado del club donde
estaba con E.L. (¡con “Eric”!), por un puñado de narcos armados, antes de que
Justin traicionase a todos con Peña Nieto, antes de que, como E.L. se lo
follaba poniendo Cártel de Santa, se fuera con Babo, Babo: ahora uno de los
patrones de E.L., pues el verdadero S.C., E.L., también hace hip-hop.
Ese Justin que miraba, cuando no
sólo lo amaba, cuando también estaba completamente enamorado de él, antes de
sentir celos azules de chamarra fina y de la loción dulce y libanesa de E.L.,
cuando éste iba a hablar a su anexo de A. A., de once de la noche a siete de la
mañana, para arribar al porro bajo una piedra en una zona discretísima del
fraccionamiento de su madre, como todos los adictos sabían y consideraban cosa
completamente natural y que ellos mismos harían al salir: drogarse, ¡sí! Terso
azul que representa al verdadero ABBA: ¡No una película idiota y diurna, esa
puta “Mamma mia!”, sino las noches estéreo en el humo de marihuana de una
morada diseñada con buen gusto a la
L´Europe, donde “El Güero”, padre adoptivo de E.L. cuyo hijo adoptado no puede
comunicarse más con él por lo mucho que se “organizaron”, Salinas, Eric y
Justin, Amado, Al-Fayed, ¡todo mundo, cabrón!, se agachaban a la droga de
elección, en la discoteca de una escondida (¿dónde?) nación, pues, al ritmo de
“Super Trouper”. ¡Antes de que la envidia de Justin para con “Alá” (uno de los
tantos alias de E.L. entre calles y anexos), ¡para con el puto Mahoma, carnal!,
llevara a la confianza de Los Zetas en Justin, en el novio de “La Parca”, a
transformarse en un descuido y en un error que llevó al cártel, y sobre todo a
Salinas y a E.L., a perderlo todo lo que no fuera la guerra! ¡Adiós al azul
terso de su sudadera, de gala!
Toda
noche, de cielo naranja y globos, en forma de nopales y cactus, negros…
Torturando a su presidente, como lo hubiese hecho toda persona decente en ese
entonces.
Sería
muy claro mencionar que un día, amaneciendo, René le dijo a E.L.:
–Alguien
quiere conocerte.
René
se despidió apenas, aunque en la cama. Él decidió por él: “Venga, cabrón, no
nos quitemos tu placer, Penitente”. Ese E.L. que Residente recogió de la matriz
de la revolución caribeña y de los milagros… divinos.
Cuando
del suelo levantó Gabriel a su hijo E.L., en Playa de Carmen, por la guerra: Lo
tuvo que ayudar a subir al autobús su padre, el primero que le habló de Amado
Carrillo; el primero fue su padre en hablarle de “El Señor… de los Cielos”.
(¿Acaso
no enuncia el Génesis en su primer capítulo: “Alá pasó a llamar a la expansión
cielos”?), Calle 13 le recibió en Querétaro con lo que E.L. siempre llama
“micrófonos (o cámaras) en las moscas”, menos de un año antes de que E.L.
cambiara el mundo… en su secuestro colectivo.
Ese
secuestro, de cada vez menos y menos captores, se volvió oficina de Al-Qaeda,
casa de Calle 13 y burdel de Salinas de Gortari: El place to be del cártel de Los Zetas.
Todo
era música.
Todos
podían ver a Dios.
3. EL AMOR
Dentro
de La Alameda sentí una aguda punzada de alivio: Por lo menos las ardillas
estaban ahí; animales que, uno pensaría, llevan una vida distinta, una visión
de ella distinta a la nuestra, pero las ardillas de ciudad siempre se ven
corriendo apuradas, preocupadas. Pero están ahí y son capaces de trabajar y,
quizá en privado, descansan y no ven televisión mientras sobrepueblan un ecosistema.
Había
pasado más de una década y media desde la primera vez que fumé yerba en La
Alameda. Ya no lo hago más desde hace un lustro. Ya no fumo yerba, para nada.
–Algunos
nos vemos obligados a tomar la mota como una planta que nos iluminó el camino y
no el espíritu como a otros –dice E.L., quien, libre, no fuma más que por
cortesía a algún terco personaje que se le aparezca en toquines de rap o en
alguna casa fresa: “Si quiero salir de aquí voy a tener que perderle el miedo a
un puto porro”, a eso se refería, a la obligación, la obligación que no debemos
eludir, porque al eludirla nos olvidamos y dejamos así de ser libres.
Nada
es malo. Es sólo una planta, por más que en otros tiempos haya sido un teléfono
para hablar con Dios, una purificación de mente, cuerpo y espíritu. Una cultura
de puros milagros, perseguida y plácida, en la que una década después uno se
sienta en el piso de Babilonia recordando al río de Sión, como lo escuché hace
poco en una canción reggae, con la que E.L. regresó a las bellas ideas de JAH,
El Mismo de Siempre; Alá…
Ver
el cuerpo desnudo de otro hombre sin temor a lo que no pueda soportar uno
mismo. ¿Qué son, en el fondo, los “prejuicios”? Los prejuicios que E.L. superó,
en tiempos en que sospechaba ser la reencarnación de algún evangelista y no,
como ahora, de Céline.
E.L.
era un ángel hermoso, homosexual. Caminaba por su mundo seguido de cascabeles y
portando un pandero para alabar a Dios. Y no estaba necesariamente en otro
tiempo y en otro lugar, sino que muchos tiempos y lugares estaban en él. Lo
suyo era una cuestión sobrenatural realmente. Él era una vid del rey David,
nunca lo ha sido de un pinche fascista pendejo. Él era con Dios, como el Verbo, como el Verbo con él, con E.L. En
estado de Gracia pasó muchos años, era una María, una de ellas, estoy seguro,
pero un hombre, uno de la orden de Melquisedec. Comenzó sus aspiraciones de
sertralina y comenzó la telepatía. Comenzó todo en la Ley, en los Profetas, en
él, antes de ser inolvidablemente perseguido y lastimado, plagiado y difamado,
esclavizado y torturado. El tiempo aquel en que, siervo, era también sierva de
Dios y tatuó una cinta de grecas prehispánicas alrededor de su escultural
cadera. E.L., “Ededé”.
Porque
así se condenó a creer en el Señor: Ateo, lector de los Evangelios por razones
únicamente literarias, descubrió la mística escuchando a Caifanes tras un
concierto de Jaguares al que asistió, donde vio cómo Saúl se elevó en un cono
de luz y humo durante el solo de “Cuéntame tu vida”. Entre los Dioses, que él
descubrió que eran ángeles de Dios disponiendo los Mensajes de Alá y Su
Sabiduría, ante tanta distancia del hombre para con la Verdad, entre los
Cósmicos y el “I Ching”, E.L. se hizo creyente.
En
esos tiempos, conoció a Saúl Hernández en la Riviera Maya, donde el Jaguar vive
y tiene un bar. De la conversación que tuvieron, en la que E.L. habló de “la
ciencia que aleja al hombre del hombre”, se dice, nació la canción “El
alquimista”. Además, un par de años antes, la sobrina del más antiguo guía
espiritual de E.L. y E.L. se besaron profusamente. El escritor incluso
acarició, como la guerra acarició Kosovo, el culito suave de con quien tanto se
admiraba. En esos tiempos en que imitaba a Capote en las fiestas, rebosantes de
marihuana y alcohol, de conversaciones sobre judíos y escritores gays.
El
Sol salió un día para todos. Como la Santa Muerte dispone, el Astro Rey sólo
estaba preguntando: “¿Quién quiere irse al Cielo y quién al Infierno? Bueno,
¡pues aquí hay capirotada, mis hijos de la chingada!”.
Era
un pueblo y ese pueblo sigue siendo el pueblo que es, medio exterminado y medio
bendecido. No una ciudad ni un poblado, sino un Pueblo, ya sea el de E.L. o
E.L. el de él, eso no importa: Nadie que él está más abajo y ninguno más
arriba. Ese es el dolor. El Pueblo Perdido, de heroicidad como nunca se ha
visto antes, de villanía inconcebible, avanzando en el estatismo de la luz y
como la luz. Un rodar de muerte y semillas. Al que llegó Dios sin preguntar por
nada ni nadie que no fuera: “El que busco por adorarme”; ¿quién iba a pensar
que Jehová encontraría a su siervo traicionado y maldito?
Las
guitarras suenan en un nivel inferior a los suelos, agudas y rápidas, siempre
lamentándose en tanta, ¡tanta!, hermosura, desde ese entonces, en el Pueblo.
Porque los ciclos son apenas etapas de un ciclo mayor, un ciclo que, como el
Universo, al ser circular tiene un fin y un inicio, a pesar de o ayudado por el
movimiento.
Entran
las percusiones, lo tribal, lo cierto, ¡lo humano pero iluminado!, compartiendo
la violencia que perjudicó a la Nada.
Camino
sobre coladeras de cantera, cruzando La Alameda he llegado a la avenida más
vieja de entre las dos paralelas, Zaragoza. Sarah goza. Por lo menos eso dicen
las Escrituras. ¿Terminaré por creer como tanto deseo creer? Puede ser que he
leído ya demasiado y escuchado demasiado sobre la religión de El Dios para
creer en una soltura natural en Él… Sin embargo, me atengo a sus normas, le
hago súplicas, siendo que el suplicar es la mayor adoración a Él, según Él
mismo. Yo sé a qué se refiere: a que goce Alá cuando uno no está gozando del
dinero, para que, por lo menos, alguno de los dos goce en nombre de los dos.
E.L.
tiene tanto qué predicar Corán en mano; todos sus cuentos dicen lo mismo por
meses, por años. Hace poco me leyó esto: “suelta el nudo que hay en mi lengua”.
Su
prioridad son las mujeres en los países islámicos:
–Dicen
algunos infieles de la verdadera religión que las mujeres deben ser “sometidas
a la religión”. Pero la sumisión es tan sólo la religión, uno no se somete a la religión, ¡se somete a Alá! Y la
sumisión coránica enuncia claramente, y en varios versículos, que aquél
sometido vivirá en este mundo como si habitara jardines edénicos, agradecido,
esperanzado, incluso feliz y hasta bendecido de forma mundana, y será conducido
al Paraíso en vida y luego de esta prueba que es la vida, lo cual significa
felicidad también. Si la sumisión que sufren tantas musulmanas fuera la mandada
por el Profeta, serían mujeres regocijadas y alegres, además de verdaderamente
libres, pues no hay verdadera sumisión si no hay libertad de ser un desgraciado
infiel. ¡Pero para el mundo El Corán no es suficiente, aunque para aquellos
que, como Jesucristo nos llamó, no somos de este mundo, es tan suficiente como
la felicidad para ser feliz! ¡“La verdadera guía es la que viene de Dios”!
¡MIRAD A ESTOS PUEBLOS CONSTRUIDOS SOBRE LAS MUERTES Y TUMBAS DE SABIOS Y
PROFETAS! Tanto amó a Israel el Señor que el Profeta que dejó de ser Él para
ser profeta y así ser honrado con la elevación, se hizo uno de ellos (un
israelita); y tanto amó la belleza de las tierras árabes y de Saba, que Sus
Palabras Modernas son y siempre estarán en un árabe sagrado: ¡Que los hombres
sean tan bellos como sus mezquitas y tan hombres como sus mujeres, aunque sólo
sea por mí! ¡Oh suplicio! ¡Me arrodillo ante el barro este, Alá! –y entraba en
trance con un café.
No
vi, sin embargo, al Donkey en esa avenida sucia y maciza, de elotes duros
cubiertos de mayonesa y de queso artificial, donde una lluvia caerá, será un
diluvio pero nadie morirá: Ellos mismos lo saben, los queretanos son gente de
bien. Hablarán con Cristo antes de desencajar su corona de rey e imperio, y le
enseñarán lo realmente bueno, al buen conservador, al que jode y pelea por
debajo de la voz, por debajo de los cuerpos y por el abajo de las palabras. No
sé Donkey, pero ellos sí. Él también, y entonces ellos no. La palabra labra.
La
palabra luz y misterio.
Las
palabras un Universo propio, alienígena en su mismo orbe, ser de giros, ser de
líneas, ser ideas, ideas son soles, hombres son los días, actos vienen y
suspiran, las palabras también miran, espectros, nonatos, promesas y espantos.
No son de uno, uno es de las palabras. A veces ronda aquí el todo, otras vuelan
sin fin la nada. Mineral raro, precioso, e interminable en la mano.
Donkey
no era de las palabras, no tenía palabra no tenía signo.
Celoso
de la intensidad de mis viajes de marihuana, Donkey, jineteada mala perra de la
cocaína media, me drogó con coca y barbitúricos que colocaba en mis bebidas. Fingió
no amarme, para dejarme y alejarme de su toloache de plástico. Me deprimí, me
psicotizé. Sufrí.
Estará
leyendo a Octavio Paz en alguna parte, buscándose palabra, llenado en signo
otredad sin aun ser de algo. Su acento fingido, su rostro copiado, su cerebro
mala réplica de un punk avanzado. Enfermo de espinada tras su cortedad de sexo.
Besado
en negro. ¡No prendas la luz, carnal!
…Y
sin misterio.
Me
alegré, honestamente, de no encontrarlo en mi sepelio urbano. Él sabía que
Mónica me amaba.
…Y
él me amaba más.
“Era”
esquizofrénico.
¡Flores;
flores para los muertos, flores!
La
avenida nervio sanguinolento
marihuano
incursión
de (aquéllos) cardos
mutilados
Abro
mis pechos
soy
eje de piedra
ojete
calizo
anciano
Anciana
mujer
¿Me quita el zapato?
tallando
en metate la ropa de Dios.
Como
una propulsión de vómito devorado, fiera, me hallo yo allí. Avenida ¿qué? ¿Cuál
habrá sido su inicio, antes de yo nacido? Antes del espejo hendido. Zaragoza la
caminaba en las dos de la mañana, sólo para mí y para esos hombres dormidos y
de corbata, bien peinados y bañados de
ser mis hermanos, yo ando de traje, claro, sí, probablemente, andando con la
psicosis y el doloroso malestar paquidérmico multicéfalo rezando: “Relax, don´t
relapse!”, pero, eso sí, de buen humor. A correntadas de polvorones y buñuelos
destos metidos hanse de so ser, para eyacular caminando, para tirar esperma, de
un pene grande e inflado pero todavía un tanto blando, cansado y apestoso,
sacado como un hilo grueso desde los güevos por la uretra hacia el glande,
sobre la calle y en los pantalones guangos y vagos. Dictándome la coca cosas,
semen para alguna mujercita marrana con el labio hinchado, mientras miro
estallándome el culo por fin. Ahora hay luz, hay más personajes. Yo no me
drogo, por ejemplo.
La
avenida y su silueta jugosa; parda, seca, donde fui colocado después de ser
abortado por hombres y mundos por igual. Hasta ver mi muerte con la intensidad
de una vida.
Mi
nombre es F., soy psicólogo, lo cual me costó bastante. Mi primer paciente ha
sido E.L., y me doy cuenta que comencé a hablar de él para hablar de mí en
tercera persona: Pero ha llegado…
La
Muerte. Mi Muerte, su Muerte, La Muerte, es muerte. Ya siendo un hombre maduro
y muy de Muerte, de hecho hay cuestiones internas, incluso sexuales, de la
cuestión de E.L. y “Muerte”, el disco de Canserbero, rapero muerto el 20 de
enero, que es el nuevo hiato, eterno, de mi paciente.
Sólo
que E.L. sabe que no murió realmente. Es su amante, su trío de hegemonía. Tirone
José González “Canserbero”, su amiga y E.L. viven, gracias a las cámaras en las
moscas que son el ejercicio privado y el global de la vida del gran capo y
miserable escritor, o viceversa, juntos los tres o, bueno, los cuatro, pues
también viven… con Chucky (!).
Mayo, 2024
Querétaro, Qro.
Eric.
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