ADIÓS A LA BIOGRAFÍA (Cuento)

 

ADIÓS A LA BIOGRAFÍA

 

“Ardo a la sombra de las bombas”

J´en ai marre!, Alizée

“No quiero que te vayas

no quiero que te alejes

cada día más y más”

Mi vida, Manu Chao

“Sin doblar es este animal”

Kobwebz, Gonjasufi

“Oh, estaba sufriendo demasiado”

Aline, Christophe

“Creo que te puedo ver

Pero tú no estás”

Me pregunto, Belanova

“Oh, me haces vivir

lo que sea que este mundo pueda darme”

You´re my best friend, Queen

“No le importa lo que sufras

Ni le importa lo que lloras

Lo que importa, es sangrar”

Adónde Vamos a Ir, Jaguares

“La sangre dentro de tus venas”

Latinoamérica, Calle 13

“_______________–––––––––––––”

Neuköln, David Bowie

1. LA CRUZ

            El inicio no existe, fue previo a la existencia, meramente esencial; sin embargo:

a)      Dios

o

b)      También se puede jugar con los términos. En el objeto se halla la existencia de un ser; en el sujeto se halla el ser de una existencia. ¿Por qué, objeto y sujeto convergen sin obligaciones? Porque objeto y sujeto son abstracciones; esto es, conceptos que son regidos por un acto intelectual indagatorio e interpretativo del ser propio y del ser del otro, al hallarlos existentes.

            El ser es la forma de la presencia. La existencia es la presencia de un espacio para el ser. El ser es la existencia porque antecede a su espacio, y la existencia es el ser porque es un espacio con forma.

            Es lo que yo iba pensando, pero vi mi ataúd pasar, como un desfile unipersonal, en el interior de una Suburban blanca de vidrios negros.

            La razón por la cual yo iba filosofando de manera tan lógica (aprendí a amar el silogismo con un libro que, a cuarenta pesos y hace quince años, de menos de cien páginas, compré usado en una papelería donde, dispuestos en una mesa que alcancé a ver desde la calle, se vendían libros de segunda mano, y que era un librito escolar no recuerdo de qué grado) era por lo que yo deseaba: Un suicidio desde el fondo de mi corazón.

            Cuando leí “Salió la Luna” en el blog de E.L., pensé, por lo que sentí transitando la senda de su literatura en un punto álgido, que E.L. (que desde hace años le dice a todo mundo que es un Van Gogh de las Letras y que cuando muera, él pide, su blog y otros registros de su escritura serán leídos con el morbo de la ciudad: “Se dirá: Este hombre acaba de morir. Escribía, ¡leámoslo!, y hallados, ya sin deber fama o dinero, disfrutables como geniales y buenas lecturas, trascendentes y relevantes, arte en su expresión total, mis cuentos serán gratos a la humanidad”) es tan brillante como fue infeliz. ¿O será que alguna vez no lo fue o que no lo sigue siendo o es, por siempre infeliz? Ni yo lo sé. “Salió la Luna” es un cuento que escribió pensando en el amor y en la vívida relación con su… amiga, y donde el personaje que la encarna muere. Sus psicólogos y amigos pensaron que E.L. estaba enojado con ella, que su cuento enunciaba: “Estás muerta para mí”; pero era todo lo contrario, era su forma de ser, como muchas veces al escribir, profundamente “sentimientoso”, una rosa eterna y un juramento de total y afortunadamente irremediable atracción hacia su persona, tan amada. Por otro lado, como sus psicólogos pensaban que E.L. no podría tolerar una hipotética ausencia o un bizarro y tardío rechazo, mi amigo escribió sobre lo que podría sobrevivir y, al mismo tiempo, lo más bello que antes jamás vivió. Una mente complicada, E.L. Por supuesto, tanto psicólogos y conocidos, hombres y mujeres, creyendo el cuento un síntoma de separación, comenzaron a cortejar a su amiga, la mujer más guapa que he visto en mi vida. Pero en fin, el punto es que E.L., el más grande y milagroso redactor de palabras en cada cuento bajo caprichos benéficos distintos, había escrito cosas galácticamente hermosas sobre la muerte, el amor y el pensamiento. Pero sobre el protagonista, que no era él… del todo (E.L. siempre mezcla varias personas en una, o la misma en varias), sobre la vida, ¡sobre el vivir!, sus palabras, oración tras oración, eran amargas y llenas de un carácter irremediablemente triste y desesperado.

            –Estaba leyendo a Henry Miller… –E.L. comenzó, en esa última vez que nos vimos.

            E.L. le dijo a su madre una vez: “En mi féretro, pónganme `El Trópico de Capricornio´”; y a mí me dijo alguna vez: “Volví a leer el Trópico, de Miller, el de Capricornio, lo sabes, ¡y vaya!, es tan misógino y racista que tuve que esforzarme al leerlo, pero bueno, casi todos sus amigos eran judíos, como yo”, pues él tenía la creencia, gracias a los hermanos de su padre, el mayor y el menor, quienes investigaron el apellido, tan extraño, que portan en un país a él adverso, adversidad inocente, meramente ortográfica, que toda la familia era judía. Su tía, cuyo perro se llamaba Reich, nunca permitió que se lo dijeran, pues, como me contó E.L., pasó noches en Austria discutiendo con el astuto guía turístico a favor de Hitler.

            “Estaba leyendo a Henry Miller, el de Cáncer. Sentí la atracción por escribir algo en primera persona, como Miller lo sugiere, pero a mi tío, mi más comprometido seguidor, junto a mi padre, quien, estoy seguro, sí revisa su correo electrónico esperando la próxima entrega literaria de un escritor con el que compartió el mismo librero, a mi tío le desagradan los textos en primera persona”.

            Esa es su vida, porque sigue vivo y esto ama, adaptarse a sus lectores buscando no traicionarse. Claro que a veces escribe y envía lo que se le da la chingada gana, pero no siempre. Es un buen hombre, para algunos; es una mente violenta, perversa y enferma para otros. Pero el hijo de perra, cuando se arregla y en algunos de sus ángulos, es el hombre más guapo del mundo, el más inteligente y, aunque él lo niega con sinceridad, ¡pues imagino que ha escuchado y leído a hombres y mujeres que lo son más que él!, el más culto que te puedas encontrar en una boda o borrachera, aunque ya no toma (sin embargo, observando a su tío, sus sobrinas han llegado a la conclusión de que “se emborracha con café”). Pero despierta toda clase de envidias y pasiones por toda clase de razones y situaciones que él mismo crea. Pasó dos semanas en la cárcel y nadie abusó de él; pero en una fiesta bien, pudieron dormirlo y violarlo cuando no cumplía ni los veinte años (pero bueno, la Ciudad de México es así).

            Con toda la pena, siendo que yo soy más infeliz que él, aunque sé que, de vez en cuando, E.L. intuye que lo es, no querría ser E.L., pues me gusta la sensación del deseo de apagar el switch, pero no me gustaría la oscuridad, morir por completo. Por eso yo estaba en la Suburban, muerto, creo. Muerto aún vivo, deseando nada más hasta lo que quizá yo era y como yo estaba.

            Como E.L., yo, por el otro lado, en vida, me hallaba secuestrado por mi posición económica y esclavizado por mi propia salud… mental. Pero recordaba más que nunca las palabras citadas del libro que cargaba por él:

            “Dios creó el espíritu”.

            Su espíritu o algo, otra cosa, de Van Gogh habitaba los conocimientos de E.L., me puse a pensar para evitar hundirme en el cenote suicida de mi corazón que salta; particularmente aquello que él siempre decía: Van Gogh no comió sus óleos por hambre únicamente, sino que los comió porque había fumado opio o tomado absenta. Mi amigo escritor, cuando la cocaína se salió por completo de su control, cuando no tenía un peso que no hubiera gastado ya en droga, masticaba azúcar y se comía la mostaza y la mayonesa que aguardaban los emparedados más dolorosos en la Historia del ser humano. Sin embargo, él ríe porque no se acuerda de nada ni de nadie desde que su madre lo perdonó y él perdonó a su madre, desde que pasa sus cumpleaños comiendo pastel con sus sobrinas, quienes, a pesar de ser bilingües, admiran su manera de hablar inglés en varios y bellos acentos (su amiga quería perfeccionar su inglés y E.L. le dio versiones en inglés y español de “Hamlet” y de “Orlando”, extraídas de su biblioteca personal de 200 o más libros adquiridos en apenas 7 años en ese entonces).

            Todo es el sentimiento de la muerte, pero no pudo seguirme en el ataúd. ¿Cómo voy dejando este mundo, dejando una cruz al hacerlo? Una cruz de carretera, una cruz de iglesia, una cruz de iletrado. Parca cruz de un hombre, rica muerte de una vida. Como para siempre, pero “no por siempre aquí” decía Netzahualcóyotl.

            Estaba sufriendo al ritmo de una música muy bella: ¡Maldita sea, cómo quería morir! Y mi divagar filosófico parecía varado en la conclusión aparente. Sudaba, pero no podía llorar. No era tristeza, era dolor, un dolor que comenzaba a molestarme como una basura en el ojo.

            Pero estaba muerto de modo contrario al libro cuyo héroe dijo: “Dios ha maldecido a aquellos judíos y cristianos que tomaron la tumba de sus profetas y santos como lugares de adoración”: Mi cruz, prohibida por E.L. Mi muerte, sólo en vida; no se permite el suicidio. Pero, ¿esta sensación en mí, este

deseo? El tío de E.L. y E.L. se abstiene de la palabra “deseo”, contraria a Buda. ¿”Porque no estaba muerto”? ¿Por qué morí? Se dice: De García Márquez sólo las virtudes. Don Gabo, no “comprendía”, a Don Gabo “no le entraba”, él rehusaba la muerte. No lo temía, la odiaba. Quizá Dios, que ve mejores hombres en los ateos, quizá lo bendijo cuando a Don Gabo le dio Alzheimer: Le dio duro, no sabía dónde estaba; quizá el Señor, médula de E.L., le permitió engañar la certeza, como cuando alguien ve el Rostro de Jehová.

            Todo esto lo pienso por E.L. ¡No sé qué tan sano sea, pero por Dios que es hermoso! Y celoso, y priva, y entrega después una especie de Todo que es suficiente para seguir creyendo: Quiero creer tanto que termine creyendo aquello que se cree ya sólo por tener fe.

            Dios no siempre perdona los pecados, pero el hombre no siempre perdona la inocencia, y mi tristeza es tan espesa cuando quiere vivir que no puedo soportarla sin cerrar los ojos y deformar mi cara por el esfuerzo y el malestar nervioso. Sin embargo… Bueno, antes de decir la palabra “dignidad”, volvamos a E.L. y sus Tres Responsabilidades del Hombre Moderno, y a la única vez que difirió con F., su preciso psicólogo (y brillante músico).

            La primera responsabilidad, y vaya que E.L. siempre dijo que hubiese preferido para sí y para los otros algo menos imperioso que ser responsable; la primera responsabilidad es encontrar para uno mismo la libertad; la segunda responsabilidad es encontrar para uno mismo la dignidad; la tercera responsabilidad, que E.L. consideraba “opcional”, es encontrar la sabiduría. Todo ello es muy amplio, quizá hasta ambiguo, pero expresa un interés real de un hombre ocupado. En cuanto a F., en una terapia de grupo con otros pacientes psiquiátricos, su psicólogo para responder a uno de los pacientes que señaló a la clínica, o casa de huéspedes, donde vivía como un lugar injusto… y sin dignidad.

            –Yo no creo que sea así, Ch. Donde vives no eres violentado, como en otros sitios hay personas que lo son, tampoco pasas hambre ni frío… Y la dignidad; no creo que seas un esclavo, ¿o sí?

            –A pesar de ser un esclavo, el hombre es capaz de encontrar la dignidad: La dignidad innegable es lo que mantiene al esclavo vivo. ¡Hasta la libertad tienen los esclavos! Y no lo digo por los aspectos no esclavizados en sus vidas; lo digo por cómo esclavizado eres libre de ser tú mismo, aunque sea sólo dentro de ti, aunque lo que está dentro de ti sea, precisamente, lo que se esclaviza; algo peor que eso ya es exterminio –dijo, después y por estar de mal humor, E.L. al primero dispuesto a escuchar.

            “Él lo sabrá”, estoy seguro, es lo que comentó F. si se enteró de ello alguna vez. A fin de cuentas, el psicólogo extranjero de veintiocho años, fumando pipa y tocando guitarra flamenca, haciendo todo por sus perros, con sombreros caros y extravagantes, formadísimo en las ciencias de la salud mental, y tan ocurrente como E.L., incluso más gracioso, peleó toda su vida para no ser el esclavo que no fue: ¿No decía Truman Capote del asesino de aquélla familia de Holcomb al cual él escuchaba y pudo haber salvado (pero que no lo hizo para no comprometer el dramatismo de su libro) que él, me parece que se llamaba Perry Smith, y él mismo, Truman, habían vivido en la misma casa, pero que el asesino “salió por la puerta de atrás” y el escritor “salió por la puerta de adelante”? Y más aún: F. era un hombre de bien, con una moral frágil pero frágil como una copa de cristal verde, ¡un buen tipo, de los que pelean por la gente que sufre porque saben que podrán ayudarlos, cosa que sucede; sin embargo, E.L. era un delincuente, un drogadicto; “prácticamente un pornógrafo” y “un soberbio” le llamaban para describir su persona, por su comportamiento y sus letras. Sólo los que los conocimos supimos cuánto amor había en ese muchacho, mas lo que se llama “la gente” solía verlo como un perro con sarna, e intentaban dormirlo. Alguna vez escuchó a alguien decir: “¿Sabes cuál es la diferencia entre E. y una bolsa de basura?”, “No, ¿cuál?”, “¡La bolsa!”. Nunca “navegó con bandera de pendejo”, parafraseando a la cultura popular, es cierto: ¡Bien o mejor le iría si lo hiciera! Su manera de caminar, su modo de hacer soportar a su cuerpo la intensidad de la energía que entraba y salía de su ser, sin parpadear y con placer, y sus malditas maneras de utilizar el lenguaje a su contentillo: Podía estar hablando el inglés de Anthony Hopkins y, al día siguiente, el de una tamalera… sin mentir, sin fingir. E.L. nunca pretendió nada en su vida, ¡ni siquiera lo que le pertenecía! “Lo que tengo de brillante… escúchame bien, F…. lo tengo también de pendejo”, cosa que era verdad, lo acepto: Era un pésimo vendedor y fracasó como garrotero, fue expulsado, en el primer semestre, de Ciencias de la Comunicación y luego de Actuación: Su carácter en los tiempos de su apogeo emocional, su manera magistralmente excesiva e incorrecta de tomar, fumar y drogarse, sin medicarse con algo que no inhalara riesgosamente, aunado a una persecución militar y a un solapamiento judicial, todo, conspiraron para dejarlo silbando jazz en las calles, donde el trueno que era fue adaptado y acercado a una violenta teta del Jalpeño.

            Creo que hay que hablar de cómo en México el escritor es después de ser lo que le da de comer en la misma temporada de su vida.

            Sin embargo, E.L. formó parte del crimen organizado mexicano desde antes de los veinte años, cuando decidió alejarse de la sórdida realidad de las clases acomodadas, la cual terminó por aplastar con dolores propios, con una verdad más pesada aún, de la nube sobre la punta de la montaña social.

2. EL NARCO

            El problema del inconsciente o “subconsciente” es el hecho de que uno pierde la guerra contra él conscientemente. Esa es la tragedia.

            Sentado, por fin, en un banco de piedra, un elixir colonial, inventivo muy de la zona, rincón de arquitectos que habrán hecho brillar con el arte la oscuridad sin vida de las sombras que desafían con timidez la vida, pensé.

            Cuando entré a una dinámica de completo y absoluto compromiso con la psicoterapia, me di cuenta de que yo no tenía escapatoria: Es una ejecución texana del autoestima y un abuso en contra del criterio y la razón que el paciente tiene que utilizar sólo por instinto, sólo como guía para el otro, el psicoterapeuta, que habrá de cauterizar todo efecto, error, manifestación conductual de una víctima familiar. Entrar en una dinámica total, de 24*7 hrs., es convertirte en un perro que se muerde las propias patas; cosa muy triste, pues antes eran las perritas que lamían nuestras colitas las que moldeaban la sonda de nuestra personalidad hecha de y para acertar, ¡adiós a nuestros comportamientos de cerdos, de nazis, de sultanes! Ahora hay que ser socialistas aguerridos en contra de Castro pero leyendo a Cortazar o a la madre Teresa de Calcuta que, levantando la parte inferior de su hábito, muestra el sexo magullado por la santidad y la edad a leprosos cuya piel cae por lo “crónico y degenerativo” de la esquizofrenia comunal. ¡Yo no solía desollar mis patas con colmillos y dientes que ni siquiera sabía yo que estaban ahí, en mí!

            Quizá por eso una noche tuve la fantasía de violar a Mónica, mi más fuerte y bello amor, que se dio en la preparatoria entre amores más intensos y a los que sí dirigí la palabra, ganando besos y atisbos de carne en todos mis sentidos; ¡hasta hubo un noviazgo por allá!

            Yo sigo amando a Mónica: Yo amaba su piel, su cabello, su figura, su rostro, por generalizar burdamente lo que su visión fue para mí por casi un año, antes de enamorarme de otro hombre por primera y última vez. Soñaba con ella al levantarme, al bañarme, al imaginarnos, durante el show de David Letterman, al fumar, al escuchar “Modern Times” (¡recuerdo lo mucho que Scarlett me hacía pensar en Mónica!), al masturbarme y al dormirme; soñaba con ella al soñar. Pero, lo más grato y sobrehumano que con Mónica viví es el hecho, ahora inolvidable, de que nunca me rompió el corazón. Nunca jamás. Incluso al leer “Travesuras de la niña mala” imaginando que la niña mala era Mónica, no sufrí: ¡fue un dolor tan artístico que, a diferencia de “Los cuadernos de don Rigoberto” y “La fiesta del chivo”, de Vargas Llosa, que he leído y hasta regalado varias veces, no tengo el menor interés en leer “La niña mala” otra vez, pues sería como Piqué chingándose la almohada.

            Pero algo me tomó una noche en Kukul, la casa de huéspedes para pacientes psiquiátricos, donde alguna vez estuvo E.L.

            Un psicólogo extraño o, bueno, mucho más extraño que otros psicólogos, extraños, casi un anciano, con voz, gestos y actitudes prácticamente infantiles, me acorraló y exigió información con respecto a “reacciones contrarias a la armonía del ambiente comunal”. Entró en mi psique, me acusó de ser un asesino en serie “afortunadamente” frustrado, me llamó una sarta de cosas con términos peores a aquellos con los que siempre se ha acusado a E.L., y todo me pareció verdadero por varias horas. Pero cuando el efecto pasó, cuando era ya de noche y no había ningún psicólogo a la redonda, sino sólo la noble enfermera, cuando ya dejé de llorar y me di cuenta de lo mucho que estaba equivocado ese maldito psicólogo ocioso e inadaptado con complejo de Zeus, me metí al baño, subí la tapa de la taza y bajé el asiento de ésta, me bajé los pantalones, me senté y cometí esa violación: Crucifiqué con fantasías ultrajantes y un orgasmo intenso, que no había terminado y ya me arrepentía de conseguirlo, lo más puro que a mis pensamientos haya arrebatado.

            Me di cuenta que la recordaba porque estaba enfrente de mí, acompañada de un varoncito de diez años aproximadamente; al otro lado de la avenida, pero era ella y yo la vi. Era ella, y punto. Y ¿qué le iba yo a hacer a la situación aquí? Absolutamente nada, pues, todo lo contrario, sonreí, como cuando todos los días pienso unos segundos en Mónica sabiendo que una mujer tan bella como Scarlett (lo cual no es broma, realmente no soy sólo yo quien se da cuenta: Sí, es milagroso que ella no me rompa el corazón aun aún), obviamente está casada, o por lo menos gratamente aún hermosa y ahora follada, con familia educada, tan buena como su propio hermano cristiano, quizá huyendo del padre, no lo sé, y recordándome todavía porque, y tampoco sólo yo lo sabe, también me amó fogosamente.

            La vi, repito, ahí. Ese “ser-ahí” de Heidegger que es el ser, del cual E.L. me enseñó a discurrir, en tiempos en los que el escritor ya mataba gente y nunca animales. No señor, animales no, por más que hubiésemos amado la Fiesta Brava, la sangre: “¡Es tan hermoso que hay que matarlo!”, como un hijo arrancado y alejado de toda belleza. ¿Se veía igual que antes? Negativo: Sus facciones, a la distancia, se miraban más profundamente pronunciadas y grandes; su cabello, más abundante; la figura, más suave, y los pechos, aunque quizá esto sí lo imaginé, pero no lo imaginé, no señor, más grandes y firmes, en forma de media luna, como los de Mónica… Bellucci (¿Mónica Bellucci? ¡Carajo, sí! Son prácticamente la misma, sin parecerse mucho realmente. ¡Diablos, nunca lo pensé!) Sin embargo, empero, pero, mas solamente que mucho más guapa y tan sencilla y natural como la coprotagonista de Vincent Cassel, y sin tener que enterarse de algo más que la 7ª Sinfonía, que es todo y nada más lo que vivió.

            No me quedé, aunque ella me vio y me dirigió una mirada azarosa y, a la vez, divina. No me quedé porque el puto viejo aquél me orilló a la más brutal de todas las violaciones.

            Al seguir mi camino, no sin saber la trascendencia para nuestro amor de ese encuentro con la complicidad de un amor de todos, más racional pero de acuerdo, supe que, en nuestras vidas, si yo hubiese sido un musulmán con varias esposas, como E.L. en su mente, el recato juvenil entre ella y yo hubiese sido mayor: No hubo mentiras nunca: Yo no la poseí. Yo no la tuve; al seguir mi camino no pude evitar pensar en Michael Haneke, el cineasta que desde adolescente E.L. sigue, adora y predica, y que era su psicólogo en los tiempos en que creía que en el apartamento de su madre, donde vivió por años, había micrófonos y cámaras que le comunicaban 24*7 hrs. con Calle 13, siendo René su pareja sentimental. A diferencia mía, E.L. siempre amó la psicología y a los psicólogos, tanto que no sólo se emocionaba con el psicoanálisis, ¡sino también hasta con el conductismo, que a todos nosotros nos persigue incluso a nivel jurisprudencial!

            Para cuando Haneke (a quien E.L. llama y que llama a E.L. como “Mon merde”, de cariño y por relajo) lo escuchaba tendido en el sillón de su sala, E.L. ya había visto “Funny Games 2007” bajo los efectos de la marihuana combinada con diazepam inhalado:

            –No, no, no, ¡es otra cosa, cabrón! Recuerdo estar viéndola ¿no?, y luego, en la escena en que cae de la camioneta el perro, ¡te das cuenta que es Estados Unidos donde se lleva a cabo esta re-representación! ¡”El terror, la violencia austríaca han llegado a las casas norteamericanas”! ¡Fue tan fuerte que empecé a correr por todos lados gritando hasta dejarme derribar al suelo casi llorando!

            Cuando esto que relataba tan seguido a cualquier individuo escuchándole porque alguien hacía diez años le dijo: “Si conversas con E. media hora, te haces millonario, hermano, ¡créeme!”, E.L. ya era miembro prominente del cártel de Los Zetas. De esa manera Alá le hizo un hombre de honores y un aventurero que hubiese hecho orgulloso a un abuelo que leía “Los Pardaillan” y a un padre que le permitió capturarse con las novelas de Sandokan de Salgari: No sé qué tanto tenga que decir quién es Carlos Salinas de Gortari: Ex presidente de México cuyas teorías, aplicadas, son desarrolladas en

a)      Su tesis en Harvard actualmente vandalizada;

y

b)      En cuentos brillantes y conversaciones, no siempre registradas, de E.L., quien, aun seguidor de Bergman y Tarkovski, defiende a capa y espada exitosamente a Steven Spielberg y Michael Mann, porque su amiga le pide que no hable de asuntos beligerantes o, por otro lado, fáciles de plagiar o robar: Ella también cree en Carlos Salinas. Y para ser honesto, yo también creo en él.

El “liberalismo económico”, como se llama la antigua filosofía socioeconómica de Adam Smith, plantea que los miembros de clases acomodadas, que son libres de egresar tanto de sus ingresos, propios, como quieran, ingresos mensuales o anuales por ejemplo, no deben acumular bienes, pues es deber compartir la plusvalía sobrante a las clases trabajadoras (E.L. siempre lo ha dicho como una de las enunciaciones que le unen a Carlos Salinas en modos inconcebibles para otros: “La plusvalía es el desarrollo de la sociedad”); si se permite un egreso total esto es debido a que éste representa también un ingreso de vuelta a la sociedad: a sus trabajadores y administradores. En la modernidad, sin embargo, se hallan dos posibles necesidades para el hombre (“el hombre”, creo que era Kant quien lo dice, es un concepto moderno), la cultural previsión de un muy costoso, ¡millonario quizá!, enfrentamiento contra una enfermedad, una vejez o una herencia: Esto se arregla fácilmente con el ejercicio de la tarea salinista, que fue el verdadero “Neoliberalismo”, que se vio despojado de su palabra (término universal, “Neoliberalismo” carece de propiedades y particularidades que sean auténticos fundamentos, mas no deja de venir de intentos políticos y económicos, sociales, admirables, antes de ser martirizado, ya sea en Alemania, ya sea aquí, “México, el país en donde todos estamos”, como reza una frase de E.L.), con el florecimiento de la actividad de compañías de seguros médicos y de vida, que tan bien le va al liberalismo económico. La otra necesidad moderna es vivir de los intereses bancarios, cuando no se tiene otro ingreso pero es una especie de acumulación: Sencillamente, se fundamenta una actividad máxima de lo que el banco se encarga en cuanto a un inversiones y patrocinios nacionales o “de la sociedad” de su dinero propio/ajeno. Además, Adam Smith se inclinaba por una inferioridad gubernamental, cosa que Salinas y el “verdadero neoliberalismo, salinista”, no tardó en conciliar, decepcionado de la mayor facción del sector privado, con la instauración de un Estado nuevo. Él habla del Narcoestado, por ejemplo, en su “La década perdida”.

                        Aunque el liberalismo económico en México, que se inició con el ex presidente Miguel de La Madrid, es de una correntada de información mínima necesaria para la comprobación obligadamente metafísica de su ser, el mismo Salinas pediría que siguiera yo pensando en mí y en E.L. por el momento, porque es obvio que tanto yo como E.L. somos detrás de él, gozosamente en todo momento. ¿Ésa es la verdad? Tan verdad que Salinas dice que E.L. no es su empleado o asistente, sino su socio. Y Salinas se divierte con las aventuras de E.L., que son las suyas, y E.L. se divierte con mi depresión y la de él, que son de todos. Por lo tanto, mucho menos voy a hablar del falso Neoliberalismo que cubren en burda generalización Luis Donaldo Colosio, Vicente Fox, Felipe Calderón y, aunque quiso evitarlo, en gran parte por la relación entre E.L. y Salinas, Enrique Peña Nieto; aunque, tal vez, me vea obligado a pensar en ello, porque, ese Neoliberalismo, E.L. lo destruyó hace no mucho y en menos de quince años, por razones varias, entre ellas la enemistad contra Satanás.

                        –Sun-Tzu dice: “Divide y vencerás”. Sí, suena bien, pero en mi experiencia es al revés. Si el Vaticano y el satanismo no fueran el o lo mismo, estaríamos todos muertos sobre la calle o enterrados en un manicomio de los peores que hay, violados y vomitados, sin exorcismos alrededor, junto con Dios.

                        Sí, eso decía E.L.:

                        –¿Dios? ¿Que si creo en Dios? Hermano, yo no veo en Dios mi superioridad, yo veo en Dios a un Ser llorando junto a mí, desesperado e impotente, mientras yo me golpeo la cabeza.

                        De ahí que, los que los conocemos, sabemos que la venganza es la Misericordia para con nosotros, y abrimos los brazos extasiados a lo esperanzador: el cultivo.

                        De pronto: Veo… veo una serpiente hecha de un prisma multicolor vidrioso, y se ve como un cuerpo que al reptar se muestra constituido, precisamente, de un caleidoscopio casi amorfo de vitrales iglesianos. Creo que es mi ateísmo.

                        Sin embargo, como el Heidegger que E.L. adora, no menciono a Dios desde que no lo niego, crea o no crea en Él. Y no creo.

                        Cuando iba pensando en que E.L. piensa que Osama Bin Laden “le dejó el changarro”, la bocina de un auto y de éste el enfrenón me asustaron:

                        ¡mi corazón, mi corazón, mi corazón!

            Abrí los ojos, la persona estaba molesta, a unos metros de La Alameda, y la vi y pensé que, iracunda, existe la posibilidad de que un Dios exista y que ese Dios sea El Dios (Al-lah), esto es, Jehová, y sea juzgada en el Día Final, quizá condenada, enviada al Infierno, o perdonada por mí. La perdono, el semáforo estaba en verde. Y todo esto, aunque racionalmente me pudo haber pasado desapercibido, mareó mi cuerpo, mi estómago, y me tuve que detener afuera de La Alameda: ¿No era verdad que la vida es eso, una crueldad que espera a que dejemos de soñar? Una incertidumbre que es el peligro, una certeza que sólo puede ser la muerte.

                        Peña Nieto lo debe saber bien. Los Zetas, de E.L., le hicieron la guerra que Calderón comenzó, ciego (y tan abusado que hoy recibe, a indicación de E.L., cinco millones de dólares al mes para que disponga de ellos a su libre y posiblemente peculiar contentillo, pero para contrarrestar los daños de ese Neoliberalismo que él mismo, aún en control, vio caer sobre sus manos: “Si el Neoliberalimso destruyó dinero, yo no voy a destruir poder”, sentenció E.L., perdonando, por su inteligencia, a Calderón y escuchando, por su discurso de un minuto pero clarísimo y a la vieja escuela, a Santiago Creel, que prefirió rezagar a un tal Ricardo Dios sabrá quién, para ser respetado por el movimiento salinista post-neoliberal) y ya muy enfermo; el mismo E.L. se lo mandó decir antes de los últimos enfrentamientos, ya después del primer año con AMLO (en una discusión absurda que comenzó un pendejo hablando mal de AMLO, E.L. advirtió: “Mira, yo sé que AMLO no es perfecto… Pero yo sí, cabrón”, y comenzó a hablar de Economía como el político que, en realidad, le ha hecho un tuerto), “¡Yo también tengo psiquiatra, papacito!”.

                        En su sexenio, Peña Nieto la pasó fumando opio (en parte inspirado por Salinas, que se despidió de Los Pinos bajo los efectos de la heroína)… pero, haciéndole brujería, E.L. le robaba el placer de dicho acto. Le estaban torturando, a Peña Nieto, semejante hechizo y una desquiciante cercanía de la Muerte y de Al-Qaeda (la Kala es la fusión religiosa del Islam con la Santa Muerte), de Los Zetas, porque no sólo era el dinero, el poder, su amante, Dios, la política, la Historia, sus emociones, sino que era ¡E.L.! El nuevo culito, el marido de Justin Bieber, el que hizo, a través de una compañía dirigida por su computadora que como su mente estaba intervenida por aliados y adversarios, que Peña Nieto, por médicos, militares y amigos, tenga prohibido lo que tanto, tanto, ¡tanto y todavía!, le hace daño: Escuchar “Fog”, de Radiohead.

                        Sí, años después, en Kukul estaba él ya, cuando E.L. ya era propietario del cártel de sus mismos Zetas y del cuya existencia no hay pruebas, el cártel de Tijuana, y recién nombrado General de las Fuerzas Armadas de Al-Qaeda, y auto titulado “Jefe de Seguridad Política de Carlos Salinas de Gortari” (a lo que Salinas, llamado en ese entonces por E.L. “Chucky”, pues no sólo son una de esas esposas de ese musulmán, sino también una enfermiza versión del amor entre un padre y un hijo, replicó: “¡Já, pues sí, pinche huevón!”), E.L. decidió seguir siendo un “informante” de la PGJ. Viéndoselos viéndoselas con mutilaciones infantiles y lo peor en coprófagos pedófilos, E.L., un día, casi se derrumba, llorando:

                        –¡Recuerdo cuando mi trabajo era investigar los balacitos de Ruiz Massieu! –caso que investigó y conjeturó, pues, por razones de seguridad y para hacerle méritos honestos a E.L., Salinas le pidió que todo lo que supiera y publicara tuviera que ser descubierto por él mismo: E.L. no es un escuincle mimado, no, es un muy chingón hijo de su puta madre.

                        En esos tiempos en que Justin… En fin. El caso es que “Fog” se convirtió también en una música adecuadísima para que aquello (aquél) que parece tan inalcanzable a Carlos Salinas, sea el mismo que le hace un striptease (Por supuesto, Salinas es sentado junto a la amiga de E.L. durante el espectáculo).

                        ¿Dónde veo yo cómo entró Al-Qaeda a Los Pinos a amarrar a Peña Nieto en una estrella pero no como una estrella, sino como una tacha?

                        Pero Justin… ¡ah, Justin! Cuando E.L. era cabecilla de la mafia libanesa (“¿Lo recuerdas, Chucky, lo recuerdas?”). Cuando “El Señor de los Cielos” era Amado Carrillo (y no E.L.), a quien Salinas arrancó el rostro en 1998, después de un suave y doloroso masaje, el mismo año en que falleció el escritor predilecto del falso Neoliberalismo: Octavio Paz. Oh Justin, “¡cuando hacíamos el amor mientras yo hablaba de negocios!”; cuando Justin fue sacado del club donde estaba con E.L. (¡con “Eric”!), por un puñado de narcos armados, antes de que Justin traicionase a todos con Peña Nieto, antes de que, como E.L. se lo follaba poniendo Cártel de Santa, se fuera con Babo, Babo: ahora uno de los patrones de E.L., pues el verdadero S.C., E.L., también hace hip-hop.

                        Ese Justin que miraba, cuando no sólo lo amaba, cuando también estaba completamente enamorado de él, antes de sentir celos azules de chamarra fina y de la loción dulce y libanesa de E.L., cuando éste iba a hablar a su anexo de A. A., de once de la noche a siete de la mañana, para arribar al porro bajo una piedra en una zona discretísima del fraccionamiento de su madre, como todos los adictos sabían y consideraban cosa completamente natural y que ellos mismos harían al salir: drogarse, ¡sí! Terso azul que representa al verdadero ABBA: ¡No una película idiota y diurna, esa puta “Mamma mia!”, sino las noches estéreo en el humo de marihuana de una morada diseñada con buen gusto a la L´Europe, donde “El Güero”, padre adoptivo de E.L. cuyo hijo adoptado no puede comunicarse más con él por lo mucho que se “organizaron”, Salinas, Eric y Justin, Amado, Al-Fayed, ¡todo mundo, cabrón!, se agachaban a la droga de elección, en la discoteca de una escondida (¿dónde?) nación, pues, al ritmo de “Super Trouper”. ¡Antes de que la envidia de Justin para con “Alá” (uno de los tantos alias de E.L. entre calles y anexos), ¡para con el puto Mahoma, carnal!, llevara a la confianza de Los Zetas en Justin, en el novio de “La Parca”, a transformarse en un descuido y en un error que llevó al cártel, y sobre todo a Salinas y a E.L., a perderlo todo lo que no fuera la guerra! ¡Adiós al azul terso de su sudadera, de gala!

                        Toda noche, de cielo naranja y globos, en forma de nopales y cactus, negros… Torturando a su presidente, como lo hubiese hecho toda persona decente en ese entonces.

                        Sería muy claro mencionar que un día, amaneciendo, René le dijo a E.L.:

                        –Alguien quiere conocerte.

                        René se despidió apenas, aunque en la cama. Él decidió por él: “Venga, cabrón, no nos quitemos tu placer, Penitente”. Ese E.L. que Residente recogió de la matriz de la revolución caribeña y de los milagros… divinos.

                        Cuando del suelo levantó Gabriel a su hijo E.L., en Playa de Carmen, por la guerra: Lo tuvo que ayudar a subir al autobús su padre, el primero que le habló de Amado Carrillo; el primero fue su padre en hablarle de “El Señor… de los Cielos”.

                        (¿Acaso no enuncia el Génesis en su primer capítulo: “Alá pasó a llamar a la expansión cielos”?), Calle 13 le recibió en Querétaro con lo que E.L. siempre llama “micrófonos (o cámaras) en las moscas”, menos de un año antes de que E.L. cambiara el mundo… en su secuestro colectivo.

                        Ese secuestro, de cada vez menos y menos captores, se volvió oficina de Al-Qaeda, casa de Calle 13 y burdel de Salinas de Gortari: El place to be del cártel de Los Zetas.

                        Todo era música.

                        Todos podían ver a Dios.

 

3. EL AMOR

                        Dentro de La Alameda sentí una aguda punzada de alivio: Por lo menos las ardillas estaban ahí; animales que, uno pensaría, llevan una vida distinta, una visión de ella distinta a la nuestra, pero las ardillas de ciudad siempre se ven corriendo apuradas, preocupadas. Pero están ahí y son capaces de trabajar y, quizá en privado, descansan y no ven televisión mientras sobrepueblan un ecosistema.

                        Había pasado más de una década y media desde la primera vez que fumé yerba en La Alameda. Ya no lo hago más desde hace un lustro. Ya no fumo yerba, para nada.

                        –Algunos nos vemos obligados a tomar la mota como una planta que nos iluminó el camino y no el espíritu como a otros –dice E.L., quien, libre, no fuma más que por cortesía a algún terco personaje que se le aparezca en toquines de rap o en alguna casa fresa: “Si quiero salir de aquí voy a tener que perderle el miedo a un puto porro”, a eso se refería, a la obligación, la obligación que no debemos eludir, porque al eludirla nos olvidamos y dejamos así de ser libres.

                        Nada es malo. Es sólo una planta, por más que en otros tiempos haya sido un teléfono para hablar con Dios, una purificación de mente, cuerpo y espíritu. Una cultura de puros milagros, perseguida y plácida, en la que una década después uno se sienta en el piso de Babilonia recordando al río de Sión, como lo escuché hace poco en una canción reggae, con la que E.L. regresó a las bellas ideas de JAH, El Mismo de Siempre; Alá…

                        Ver el cuerpo desnudo de otro hombre sin temor a lo que no pueda soportar uno mismo. ¿Qué son, en el fondo, los “prejuicios”? Los prejuicios que E.L. superó, en tiempos en que sospechaba ser la reencarnación de algún evangelista y no, como ahora, de Céline.

                        E.L. era un ángel hermoso, homosexual. Caminaba por su mundo seguido de cascabeles y portando un pandero para alabar a Dios. Y no estaba necesariamente en otro tiempo y en otro lugar, sino que muchos tiempos y lugares estaban en él. Lo suyo era una cuestión sobrenatural realmente. Él era una vid del rey David, nunca lo ha sido de un pinche fascista pendejo. Él era con Dios, como el Verbo, como el Verbo con él, con E.L. En estado de Gracia pasó muchos años, era una María, una de ellas, estoy seguro, pero un hombre, uno de la orden de Melquisedec. Comenzó sus aspiraciones de sertralina y comenzó la telepatía. Comenzó todo en la Ley, en los Profetas, en él, antes de ser inolvidablemente perseguido y lastimado, plagiado y difamado, esclavizado y torturado. El tiempo aquel en que, siervo, era también sierva de Dios y tatuó una cinta de grecas prehispánicas alrededor de su escultural cadera. E.L., “Ededé”.

                        Porque así se condenó a creer en el Señor: Ateo, lector de los Evangelios por razones únicamente literarias, descubrió la mística escuchando a Caifanes tras un concierto de Jaguares al que asistió, donde vio cómo Saúl se elevó en un cono de luz y humo durante el solo de “Cuéntame tu vida”. Entre los Dioses, que él descubrió que eran ángeles de Dios disponiendo los Mensajes de Alá y Su Sabiduría, ante tanta distancia del hombre para con la Verdad, entre los Cósmicos y el “I Ching”, E.L. se hizo creyente.

                        En esos tiempos, conoció a Saúl Hernández en la Riviera Maya, donde el Jaguar vive y tiene un bar. De la conversación que tuvieron, en la que E.L. habló de “la ciencia que aleja al hombre del hombre”, se dice, nació la canción “El alquimista”. Además, un par de años antes, la sobrina del más antiguo guía espiritual de E.L. y E.L. se besaron profusamente. El escritor incluso acarició, como la guerra acarició Kosovo, el culito suave de con quien tanto se admiraba. En esos tiempos en que imitaba a Capote en las fiestas, rebosantes de marihuana y alcohol, de conversaciones sobre judíos y escritores gays.

                        El Sol salió un día para todos. Como la Santa Muerte dispone, el Astro Rey sólo estaba preguntando: “¿Quién quiere irse al Cielo y quién al Infierno? Bueno, ¡pues aquí hay capirotada, mis hijos de la chingada!”.

                        Era un pueblo y ese pueblo sigue siendo el pueblo que es, medio exterminado y medio bendecido. No una ciudad ni un poblado, sino un Pueblo, ya sea el de E.L. o E.L. el de él, eso no importa: Nadie que él está más abajo y ninguno más arriba. Ese es el dolor. El Pueblo Perdido, de heroicidad como nunca se ha visto antes, de villanía inconcebible, avanzando en el estatismo de la luz y como la luz. Un rodar de muerte y semillas. Al que llegó Dios sin preguntar por nada ni nadie que no fuera: “El que busco por adorarme”; ¿quién iba a pensar que Jehová encontraría a su siervo traicionado y maldito?

                        Las guitarras suenan en un nivel inferior a los suelos, agudas y rápidas, siempre lamentándose en tanta, ¡tanta!, hermosura, desde ese entonces, en el Pueblo. Porque los ciclos son apenas etapas de un ciclo mayor, un ciclo que, como el Universo, al ser circular tiene un fin y un inicio, a pesar de o ayudado por el movimiento.

                        Entran las percusiones, lo tribal, lo cierto, ¡lo humano pero iluminado!, compartiendo la violencia que perjudicó a la Nada.

                        Camino sobre coladeras de cantera, cruzando La Alameda he llegado a la avenida más vieja de entre las dos paralelas, Zaragoza. Sarah goza. Por lo menos eso dicen las Escrituras. ¿Terminaré por creer como tanto deseo creer? Puede ser que he leído ya demasiado y escuchado demasiado sobre la religión de El Dios para creer en una soltura natural en Él… Sin embargo, me atengo a sus normas, le hago súplicas, siendo que el suplicar es la mayor adoración a Él, según Él mismo. Yo sé a qué se refiere: a que goce Alá cuando uno no está gozando del dinero, para que, por lo menos, alguno de los dos goce en nombre de los dos.

                        E.L. tiene tanto qué predicar Corán en mano; todos sus cuentos dicen lo mismo por meses, por años. Hace poco me leyó esto: “suelta el nudo que hay en mi lengua”.

                        Su prioridad son las mujeres en los países islámicos:

                        –Dicen algunos infieles de la verdadera religión que las mujeres deben ser “sometidas a la religión”. Pero la sumisión es tan sólo la religión, uno no se somete a la religión, ¡se somete a Alá! Y la sumisión coránica enuncia claramente, y en varios versículos, que aquél sometido vivirá en este mundo como si habitara jardines edénicos, agradecido, esperanzado, incluso feliz y hasta bendecido de forma mundana, y será conducido al Paraíso en vida y luego de esta prueba que es la vida, lo cual significa felicidad también. Si la sumisión que sufren tantas musulmanas fuera la mandada por el Profeta, serían mujeres regocijadas y alegres, además de verdaderamente libres, pues no hay verdadera sumisión si no hay libertad de ser un desgraciado infiel. ¡Pero para el mundo El Corán no es suficiente, aunque para aquellos que, como Jesucristo nos llamó, no somos de este mundo, es tan suficiente como la felicidad para ser feliz! ¡“La verdadera guía es la que viene de Dios”! ¡MIRAD A ESTOS PUEBLOS CONSTRUIDOS SOBRE LAS MUERTES Y TUMBAS DE SABIOS Y PROFETAS! Tanto amó a Israel el Señor que el Profeta que dejó de ser Él para ser profeta y así ser honrado con la elevación, se hizo uno de ellos (un israelita); y tanto amó la belleza de las tierras árabes y de Saba, que Sus Palabras Modernas son y siempre estarán en un árabe sagrado: ¡Que los hombres sean tan bellos como sus mezquitas y tan hombres como sus mujeres, aunque sólo sea por mí! ¡Oh suplicio! ¡Me arrodillo ante el barro este, Alá! –y entraba en trance con un café.

                        No vi, sin embargo, al Donkey en esa avenida sucia y maciza, de elotes duros cubiertos de mayonesa y de queso artificial, donde una lluvia caerá, será un diluvio pero nadie morirá: Ellos mismos lo saben, los queretanos son gente de bien. Hablarán con Cristo antes de desencajar su corona de rey e imperio, y le enseñarán lo realmente bueno, al buen conservador, al que jode y pelea por debajo de la voz, por debajo de los cuerpos y por el abajo de las palabras. No sé Donkey, pero ellos sí. Él también, y entonces ellos no. La palabra labra.

                        La palabra luz y misterio.

                        Las palabras un Universo propio, alienígena en su mismo orbe, ser de giros, ser de líneas, ser ideas, ideas son soles, hombres son los días, actos vienen y suspiran, las palabras también miran, espectros, nonatos, promesas y espantos. No son de uno, uno es de las palabras. A veces ronda aquí el todo, otras vuelan sin fin la nada. Mineral raro, precioso, e interminable en la mano.

                        Donkey no era de las palabras, no tenía palabra no tenía signo.

                        Celoso de la intensidad de mis viajes de marihuana, Donkey, jineteada mala perra de la cocaína media, me drogó con coca y barbitúricos que colocaba en mis bebidas. Fingió no amarme, para dejarme y alejarme de su toloache de plástico. Me deprimí, me psicotizé. Sufrí.

                        Estará leyendo a Octavio Paz en alguna parte, buscándose palabra, llenado en signo otredad sin aun ser de algo. Su acento fingido, su rostro copiado, su cerebro mala réplica de un punk avanzado. Enfermo de espinada tras su cortedad de sexo.

                        Besado en negro. ¡No prendas la luz, carnal!

                        …Y sin misterio.

                        Me alegré, honestamente, de no encontrarlo en mi sepelio urbano. Él sabía que Mónica me amaba.

                        …Y él me amaba más.

                        “Era” esquizofrénico.

                        ¡Flores; flores para los muertos, flores!

                        La avenida nervio sanguinolento

                        marihuano

                        incursión de (aquéllos) cardos

                        mutilados

                        Abro mis pechos

                        soy eje de piedra

                        ojete calizo

                        anciano

                        Anciana mujer

                        ¿Me quita el zapato?

                        tallando en metate la ropa de Dios.

                        Como una propulsión de vómito devorado, fiera, me hallo yo allí. Avenida ¿qué? ¿Cuál habrá sido su inicio, antes de yo nacido? Antes del espejo hendido. Zaragoza la caminaba en las dos de la mañana, sólo para mí y para esos hombres dormidos y de corbata, bien peinados y  bañados de ser mis hermanos, yo ando de traje, claro, sí, probablemente, andando con la psicosis y el doloroso malestar paquidérmico multicéfalo rezando: “Relax, don´t relapse!”, pero, eso sí, de buen humor. A correntadas de polvorones y buñuelos destos metidos hanse de so ser, para eyacular caminando, para tirar esperma, de un pene grande e inflado pero todavía un tanto blando, cansado y apestoso, sacado como un hilo grueso desde los güevos por la uretra hacia el glande, sobre la calle y en los pantalones guangos y vagos. Dictándome la coca cosas, semen para alguna mujercita marrana con el labio hinchado, mientras miro estallándome el culo por fin. Ahora hay luz, hay más personajes. Yo no me drogo, por ejemplo.

                        La avenida y su silueta jugosa; parda, seca, donde fui colocado después de ser abortado por hombres y mundos por igual. Hasta ver mi muerte con la intensidad de una vida.

                        Mi nombre es F., soy psicólogo, lo cual me costó bastante. Mi primer paciente ha sido E.L., y me doy cuenta que comencé a hablar de él para hablar de mí en tercera persona: Pero ha llegado…

                        La Muerte. Mi Muerte, su Muerte, La Muerte, es muerte. Ya siendo un hombre maduro y muy de Muerte, de hecho hay cuestiones internas, incluso sexuales, de la cuestión de E.L. y “Muerte”, el disco de Canserbero, rapero muerto el 20 de enero, que es el nuevo hiato, eterno, de mi paciente.

                        Sólo que E.L. sabe que no murió realmente. Es su amante, su trío de hegemonía. Tirone José González “Canserbero”, su amiga y E.L. viven, gracias a las cámaras en las moscas que son el ejercicio privado y el global de la vida del gran capo y miserable escritor, o viceversa, juntos los tres o, bueno, los cuatro, pues también viven… con Chucky (!).

 

Mayo, 2024

Querétaro, Qro.

Eric.

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