AL COLIBRÍ TODAS LAS MAÑANAS (ENsayo poético)

 

“AL COLIBRÍ TODAS LAS MAÑANAS”

 

El verso de Paz se escapa, se escabulle, porque la gente no lo entiende. ¿Será posible? No lo sé ni viviré preguntando. Podría lamer la sangre de un corazón humano que gotea bajo el Sol que se lo come, que se quema en un fuego crepitante que le eleva y rodea, que le viola; podría degollar a otro guerrero, dejándole la faz en loca sonrisa de tierra, la tierra que es el campo de guerra; podría cosechar el maíz de una Diosa joven para dejar parir nuevos jaguares asesinos; y, aun así, no sentirme avergonzado. Es sólo un sentir cultural, que, no olvidemos, la cultura es el carácter de los pueblos. Mas no he de ahondar en ello, como en nada. Esto que me trae a la espada, más que espada pluma, es sólo una expresión de ese sentimiento culto.

            El odio de Paz hacia la cultura Azteca es, al leerle, abrupto, mas no por calificarle abrupto, sino que ese odio está muy vivo. Pero llama la atención un comentario formal que alguna vez hizo por escrito, escrito en uno de los dos libros que de él tengo aquí cerquita de mí y que detesto; comentó que no tenía idea de por qué “artistas e intelectuales” estaban seducidos, hundidos en la idea Azteca, cuando el imperio de ésta fue una “aberración histórica”. Sin llegar a decir que sí o que no, que coincidimos o no, ese Paz está más absorto en ella que cualquier otro mexicano. El verso de Paz se escapa, se escabulle, porque es robado en su contenido sangriento, esto es, robado por él:

Dios hueco, Dios de nada, mi Dios:

sangre, tu sangre, la sangre, me guía.”

            Paz está zambullido en la sangre prehispánica que le hundió el pensamiento, que sacó a flote, en un país que no lee, su lengua. Paz vivo, Paz muerto, Paz palabreada:

“Hoy sueño un lenguaje de cuchillos y picos, de ácidos y llamas. Un lenguaje de látigos. Para execrar, exasperar, excomulgar, expulsar, excoriar, expilar, exprimir, expectorar, exulcerar, excrementar (los sacramentos), extorsionar, extenuar (el silencio), expiar.”

            Paz cegado, Paz defecado, Paz sofocado, Paz espantado, Paz soliloquio, Paz marica, Paz dictado, Paz sangrante, Paz bebe sangre, Paz pincha sueños, Paz verdadero traidor, Paz torturado por lo “escondido”, Paz seguido, Paz sin sosiego, Paz metiche, Paz inventor del viento y forzada poesía sobre rechinante arena, sobre locos de veras, Paz alejado de Cervantes Saavedra, Paz crisálida mentira, Paz diosa clavada en plumas, Paz espadada. Paz en guerra. Paz es rosa de letras, espiral.

            Cada crítica es un análisis previo, ¿en qué mexicano se basó? En el tiempo. ¿A quién vigila con detenimiento? A Huitzilopóchtli. Huitzilopóchtli Sol le quema los ojos, Huitzilopóchtli ave le arranca los ojos.

“Entre el hacer y el ver,

acción o contemplación,

escogí el acto de palabras:

hacerlas, habitarlas,

dar ojos al lenguaje”

            Su lenguaje es crítica, lo que le hechiza, su encanto es mujer de pechos guiados en su crecimiento forzado. Guiados pechos por la sangre, como todo es guiado por la sangre como un mosco. Sangre fueras, sangre adentro. Nada más violento que el mosco, y nada más cínico que el mosco. Otra vez vemos el robo: el imperio Azteca, violento y cínico; Octavio Paz, violento y cínico; el Español, violento y cínico:

“Fraternidad sobre el vacío”

            Sube la serpiente por su cuerpo agredido y dormido, hinca la serpiente los colmillos nuevamente en su cerebro sin beneficio. Luz que pierde, hay que ir a la playa, se aplaude.

            Ojeo, veo, leo esto:

“México se levanta entre dos mares como una enorme pirámide trunca.”

            El centro de Paz es que Paz, decimos, es totalmente crítica, cuando hemos quienes no gustamos de ser criticados. ¿Qué en su historia de vida le invita a entablar una crítica monstruosa? Verdad es que poco me incumbe, mas repito, no le juzgo su forma de escribir, a fin de cuentas un robo, sino que solamente me quejo de lo que piensa de mí un tonto pendejo, pues lo escribe. E insiste: El Calendario Azteca no es de piedra eterna, desaparecerá. Pero es un alejamiento místico el hecho de ignorar que, como dice Saúl Hernández, “bajaremos con las lluvias”, tan gota por gota, que algo habrá iniciado por allá, calada, amor, existes.

            Soy boca de lengua, lamo profundamente la superficie de las cosas. ¿Por qué este señor Paz escribe que se gesta en el vientre de Coatlicue un guerrero azteca cuyos lanza y escudo le abren y pican por dentro, y que le rasgarán el sexo al salir al mundo de la guerra y su sacrificio? ¿Paz es un hombre de paz? No lo parece.

            ¡Claro que tu ritmo y juego verboso, Paz, son deliciosos, mas no es otra cosa más que un enredo histórico! Placer, sin embargo, resbaladizo cuando tu libro penetro. Pelota extraviada por Dioses en silencio, entregado el fuego al Pueblo, Prometeo retorcido, le devora un signo. Dice Jorge Ibargüengoitia: “La incomprensión es la base del prestigio”. Octavio Paz muere lento, acervo de idiotas, nadie se salva en esta nación para sí misma ignota, yo mismo comí, en su momento, la piel del cuerpo fibroso, de los músculos de odio que no noté. Al notarlos, me alejé. Perdí un padre, perdí hasta un estilo, resulté ser un salvaje come-niños; sin mencionar lo escrito en referencia a mi psique sexual en “El laberinto de la soledad”, ¿acaso mi sexualidad no es privada, cosa mía? En mi ejemplar de la “Antología esencial de la poesía mexicana”, de Juan Domingo Argüelles, encontré lo que mejor a Octavio Paz le he leído, ¡y vaya que le he leído bastante!, que no lo recuerde es su olvido, que no tenga las citas abstraídas, mi problema; es un poema llamado “Nocturno de san Idelfonso”:

“mi historia,

¿son las historias de un error?

La historia es el error.”

O:

“Arden y se apagan

soles, palabras, piedras:

el instante las quema

sin quemarse”

            Yo digo nada, ¿qué agregarle? Paz es mi realidad, mi modo de descubrir que México se descubre, una vez encontrado. La realidad es la situación, he sido traicionado. Se repite el eco de la mordida, de la Conquista; se oye, se escucha, una nueva rebelión: Yo diciendo que nadie está leyendo y nadie, si lee, está poniendo atención. Conglomeración de seres chingados y criminales, unos otros, otros unos, conjugación de circunstancias criticables, mar de olas quedas, luego mar de olas bravas, un mar de olas negras, luego un mar de olas blancas. Las aguas se estancan, la crema y el queso se pudren, se venden globos, mas eso no es todo, un hombre se aprieta la corbata cada día un poco más. Un Ferrari, un niño desnudo y manchado defeca entre arbustos en el Centro de la ciudad, un hombre joven y solo escucha rancheras esperando a una dama que baila con el ex-novio. Un balazo en el estómago al propietario de un tugurio, asesinado por maleantes de una organización criminal de Tepito; miembros de mujeres hallados repartidos en distintos basureros de la colonia. Seres chingados y criminales, en efecto, mas ¿por qué quejarse Paz de lo que Paz está celebrando? Dice un texto de él, dice:

“¿Qué decía don Pedro al sentarse y levantarse, con cara seria y ojos duros? Decía:

-Ojalá te mueras.

Ojalá me queme un fuego que insiste en ser fuego de noche y estrella  latiendo, y quede mi hueso cubierto por una carne chamuscada y asquerosa, lastimada y poca cosa. Que lo materializado de mi carácter, sin duda, sin embargo exista. Y prisa lleva Paz por sacarse el vidrio de los ojos, tan plenos, heridos, lágrimas de villano, sangre de cristiano, última parada en el “siéntate adelante”, un escupitajo de lumbre, fuerza y coraje; una noción de la equivocación que fuma vida en tiempos de muerte, y muerte en tiempos de vida; una mediocridad perdida, un salón de fiestas, un auténtico milagro siempre es duro, pero uno le hace blando, y en la combinación de todo se hace el nixtamal, ¿habrá aún algún metate? ¡Molcajetes llenos de mecates! Me “cachis piachis” que mal me caes, surge una nube atrevida y lluévese toda en mi sexo nacional, pornografía lacera sus sentimientos, su buen gusto, su coger, pero se la voy a meter, y luego le beso sus lagrimitas porque le dio para abajo el acto sexual decepcionante. Octavio Paz nos preparó para semejante acercamiento a lo estético y a lo carnal del mexicano, totalizándole fue su error. No todos estallamos ante la violación o el puñal. El arroyo en el que se convierte la sangre que guía, cada vez más y más sangre porque el pueblo es ciego, pero es un pueblo hambriento, se convierte en mar. Pero esa sangre nos guía con rumbo a nuestra primera identidad mexica. Paz, aunque parece y lo intenta, no da uso a los Dioses, sino que los Dioses dan uso a Paz. ¿Cómo habría de escaparse un hombre simple ante la pirámide inmortal? No ha de sorprendernos la poesía herida de un idealista al verla sangrar tras el reto a Tezcatlipoca. Otro fragmento de un ya citado poema de este nuestro Octavio Paz, poema llamado “El Ausente”:

“Dios insaciable que mi insomnio alimenta,

Dios sediento que refrescas tu eterna sed en mis lágrimas,

Dios vacío que golpeas mi pecho con un puño de piedra, con un puño de humo,

Dios que me deshabitas,

Dios desierto, peña que mi súplica baña,

Dios que al silencio del hombre que pregunta contestas con un silencio más grande,

Dios hueco, Dios de nada, mi Dios:

sangre, tu sangre, la sangre, me guía.”

            E insisto en que Paz no puede escaparse a la verdad, a través de la poesía imposible sería. Porque difiero de él cuando nos dice en “Nocturno de san Idelfonso”:

“La poesía no es la verdad:

es la resurrección de las presencias,

la historia

transfiguración en la verdad del tiempo no fechado.”

            Pues pienso yo que la poesía es acudir a la verdad de las cosas, o acudir a las cosas con su verdad. Se puede mentir con las palabras, pero el sentimiento de lo que es verdad en referencia a esas mentiras no se puede extirpar de la poesía misma, porque, además, la poesía es un intento real, no por ello racional, de una misma realidad. Digamos esto:

La taza de etéreo café, en sí ya viva,

cuando me mueve tu beso, latina,

es beso segundo y celoso.

            En estos tres versos soy un vicioso, un putañero, pues es la clase de “latina”, porque hay millones diferentes entre ellas, a la que yo le hablo, me excita, me atrae y queremos ser acto romántico, pero, a pesar de lo dicho al llamar beso segundo a la taza celosa, se puede intuir (si “intuir”, cartesiana, es la palabra) que en mi vida, jamás, cambiaría el café al que soy adicto por una fogosidad carnal; si beso a esta mujer, a mi vicio traiciono, y es natural ese beso, esa nimia traición, esa prioridad social que es el sexo, pero como algo engañoso, algo de vez en cuando, antes de conocer al cafeinómano irreparable de erecciones corteses, sí, pero fugaces.

            Mas no nos distraigamos, los minutos pasan y así es como existe la eternidad; no hay por qué aferrarse a una sola idea, a una sola respuesta, a una sola piedra, a un solo gajo, a un solo corte, a un solo trago, a un solo peso, a un solo sistema político económico social público salubre, a una sola ubre, a una sola urbe, a una sola teta; no tenemos solamente una cabeza, o solamente un libro: entre más se prefiere uno, más se tiene a los otros y más le tientan y más los leo por olvidarme de las palabras en su cuerpo que recuerdo por el sabor, en postura gideana.

            Reguilete de fuego.

            Tres versos de Paz que a mí me encantan, que celebran ese intento de poeta, ese hombre de verdad:

“Aguas petrificadas,

El viejo Tláloc duerme, dentro,

soñando temporales.”

Meto aquí tres versos míos:

Lluvias lindas, lluvias limpias,

Tláloc, Huitzilopóchtli te sodomiza,

las flores: vuestras hijas .

            En el “soñamos temporales” la nostalgia es irónica, no melancólica, es el reto del tlaxcalteca, a la vez que su pensamiento: Entre más cierto el credo a los Dioses, más absurdo es. Paz se dirige directamente a lo que desdeña, a lo que ha apaciguado con la verdad, al chingón que pareciera chingado, pero que sólo sueña con una calma desquiciante, nostalgia irónica del azteca, que dice: “No nos serviste para nada, nos la metieron”, mas Tenochtitlán fue regada por sueños, esos sueños imborrables, de Tláloc, esa agua petrificada, esa tierra de sacrificios humanos modernos, y floreció como tenía que florecer, en su modernidad, Edén devuelto a los Dioses que dormían sedados por el perfecto ritual de hace más de quinientos años, como Jehová cuando despierta de “un largo sueño”, dándose cuenta de que todo iba contra su Voluntad, encolerizándose, rompiendo en “ira”. Porque el Profeta vive, en el credo judeocristiano, lo que Dios vive y que es una tragedia: la traición y el olvido. Así como Noé, ebrio hasta la inconsciencia, es violado por sus propios hijos, el Sol abre los ojos para saber que su Pueblo corrió en llamas. Los menos dispuestos a ver en la idea Azteca la derrota, sugieren una analogía con el Pueblo de Israel, y marcan que los Dioses de Tenochtitlán borraron de la faz del mundo a aztecas traidores, impuros, con faltas, infieles, permaneciendo Quetzalcóatl como lo más doloroso de la idea Azteca: la impureza ante lo divino de lo divino, el Dios que se hace, total o parcialmente, humano, y al hacerlo se da cuenta que mejor sería estar muerto ante el viento, ante sí mismo pero como el otro, como el creado, pues, bien marca el Corán, Dios es aquel que creado no fue. En la idea Azteca, los Dioses no son un Dios creado, sino nacido, ya vivo según una morfología útil para ellos mismos y para los hombres. Podríamos hasta hablar de panteísmo (La cosa es que el sistema educativo mexicano no hace lo que André Gide sugiere: “Hablar de Dios con naturalidad”, en cuanto a los Dioses como Dios y no como mitos. Sin embrago, puede preferirse mantener el Estado laico desde lo que debiera ser su fundamento).

            A esto, un fragmento de “Piedra de sol”, famoso y exhaustivo poema del buen Paz:

puerta del ser: abre tu ser despierta,

aprende a ser también, labra tu cara,

trabaja tus facciones, ten un rostro

para mirar mi rostro y que te mire,

para mirar la vida hasta la muerte,

rostro de mar, de pan, de roca y frente,

manantial que desenvuelve nuestros rostros

en el rostro sin nombre, el ser sin rostro,

indecible presencia de presencias…”

            ¿Qué o quiénes son las “presencias” para este hombre crítico, qué nos analizó? En esto ¿cómo nos jodió? Según lo que llevamos citado y lo reflexionado, “presencia” para Paz es un muerto inmortal, pues no nos quiere dar vida. Es parte de su retórica poética, del gaje de su oficio que es no estar escribiendo en sus cinco sentidos, pero error de todos sólo es el errar en sí. Para él, pertenecen los nombres a las piedras, ¿las presencias cómo? Poco importa si no lo sabe, lo que importa es que no lo sepa.

Yo con mis muertos comí la tierra,

pero con mis muertos regresé a la superficie de la tierra,

no nos dejamos solos.

¿Sabrá este hombre lo que la muerte es?

No, hasta que se le aparezca la Pálida y lo ponga al revés.

            Ese es otro detalle de Octavio Paz que a mí me exaspera, hablar de fuerzas con tanta fuerza, la fuerza de la palabra-piedra que él acusa en necedad. Incomoda no a Moctezuma, sino a cualquiera que, entendiéndolo, lo lea. Esto es, que el poema de Octavio Paz es personal. Hay una intimidad de sangre y pasado, pero la sangre, si sangro, ha de ser mía, seríase nuestra. ¡Uh hombre, de mesa y betún! Chica del más jovencito Cancún. Escalera al Xibalbá maya, “escalera” físicamente. Hocico de fiera retorcida, lengua salida, esperma en la pupila, cae la lluvia ayer aquí en mi casa, palabra que caía no agua, sino gotitas de oro haciendo este ruido: Paz paz paz paz paz… Espasmo de culebra, tlacuache en celo, rata ratera, podredumbre, herrumbre, derrumbe, dedo señalado, orina de naco, bazofia de menudencias, águila espinada… Eres tu palabra, naces, te deshaces, se te recuerda hundido en el corazón de un hombre real que ganó un concurso del cual fuiste jurado, imbécil. Te recuerdo mis noches de pasión, mi estilo, mi imaginación, como una persona que no pudiese hablarte… Mas me interrumpo, no quiero tocarte. No quiero verte. Eras un padre, hoy eres alguien que me odia y me agrede. Lo “escondido”, gran pendejo, me gotea de aquí del chacra genital.

            Fragmento de “El prisionero”, para saber de dónde las licencias en el léxico por mí mostrado, por mí escrito. Dice:

“Muerte o placer, inundación o vómito,

otoño parecido al caer de los días,

volcán o sexo,

soplo, verano que incendia las cosechas,

astros o colmillos,

petrificada cabellera del espanto,

espuma roja del deseo, matanza en alta mar,

rocas azules del delirio,

formas, imágenes, burbujas, hambre de ser,

eternidades momentáneas,

desmesuras: tu medida de hombre.

Atrévete:

sé el arco y la flecha, la cuerda y el ay.

El sueño es explosivo. Estalla. Vuelve a ser sol.

Meto unos cuantos versos míos:

En mi prado de conjuros, de estos terrores insólitos,

vuelve el árbol a dar amores inhóspitos

pero muy tristes.

Se me enferma el lagrimal,

toso en la alta sociedad, me escupo.

Me tiento a solas y descubro muy duro

un pedazo de piedra, y me hechiza

un sol muy oscuro

que me saca del néctar para hacer brujería de azúcar,

y formar de palabras un nuevo acontecer

político.

¿Qué escondo y qué digo? Soy apenas un chiquillo,

un alma de gloria tierna y valiente,

auscultando un apocalipsis de frente,

con un tiempo que más que tiempo es devoción,

exprimiendo canicas en el corazón… Tequila en un jaibol.

Al ganar el Premio Nobel de Literatura Octavio Paz, Suecia nos obligó a ser críticos con un escritor que no puede ser analizado. No conocemos sus pulsos, ni su impulso ni sus quebrantos. Un hombre que dijo, en blanco y negro, en una entrevista: “Pobre de aquel que no sepa de gramática”. Frente a su afirmación guardamos silencio y bajamos la cabeza, pues el conocimiento gramatical es lo único que nos falta para superarle en esta carrera contra el dolor, en esta historia de villanía y bellaquería insoportable. Las palabras dormidas y demoniacas de Octavio Paz son el nefasto monumento a la opresión académica en México. Sí existe quien alimente la sed trepidante del ídolo que es él, quien lo invite a su casa en la playa. Pero también hay la posibilidad de rebelión, y esa es gozarnos en sus putas palabras.

Yo que espeso entro

en una diáfana mañana,

en la encrucijada del ser,

que fumo humo de los Dioses,

habré también de perecer.

Mas la simple noción de la honra

sobre las pisadas de víbora,

mi pecho abruma con el calor del silencio,

de la inmovilidad, y el suceso parco

viene a mi vida, y la vida a mis labios,

y digo:

Soy de un barro fijo,

mi vómito fue de piedra,

alzo los brazos y toco un Cielo

que me habla como a un ángel y me trata como a un perro.

¡Me maravilla que hayas colado

una abeja en sus cabellos!

 

E.

(Este texto fue escrito en el año del 2020,

en Qro, Querétaro.

Eric)

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