EL CIUDADANO ARISTÓTELES GARCÍA (Cuento)

 

EL CIUDADANO ARISTÓTELES GARCÍA

 

 

            En el centro de un centro de oscuridad, él es el ciudadano. Se remueve su consciencia con el lodazal de su inconsciencia; se droga con lo que se tenga que drogar, se medica con lo que se tenga que medicar, porque Margot le va a sacudir toda la noche. Él es el Presidente de México, ha sido un día pesado en el gobierno dulce e inofensivo, inofensivo a lá De la Madrid, gris y priista, aunque con bigote y sin disfraz de Cleopatra.

            Pero en el centro del centro, casi a mediados del siglo, un azul sillón feroz, felino (La arquitectura de la Casa Blanca fue trazada premeditadamente para intimidar al extranjero), donde se sentó el Primer Mandatario mexicano Aristóteles García Domínguez, recio, joven, robusto pero no gordo, cano pero no calvo, con ese bigote que besa tanto a Margot (“¡MARGOT! ¡Pasen a ver a Margot, la última encueratriz moda siglo XX! ¡Pasen! ¡Pasen!”). No importan esos pinches coches eléctricos que quebraron a PEMEX: Dice el Presidente Ronson: “Gracias a Dios, señor Presidente, sin la gasolina, el mayor de nuestros problemas se ha ido, haya costado lo que haya costado. Véalo así. ¿Pérdida económica? Y sólo quizá. ¿Victoria política? ¡A nivel personal!” (y el Presidente recuerda las palabras de un viejo profesor: “Le debemos a la Política todo lo que le hemos robado a la Economía). Ahora este pinche gringo me dice qué pensar, se dice Aristóteles García Domínguez, y a las ocho horas está en Los Pinos de noche, sin esposa: nunca se casó: se llegó a plantear seriamente en su campaña presidencial (la primera después de la muerte de Andrés Manuel López Obrador, presidente por veinte años) que, sin esposa, como presidente no se estaría gastando el dinero en pendejadas para viejas, porque su madre era otra cosa; su madre sería la Primera Dama, y si Aristóteles gastaba en ella, la bendición de México llevaba. Porque con Andrés Manuel nos hicimos como éramos, gracias a Dios.

            Ahora todos agradecen a Dios. Hasta los chavos.

            En el centro del centro de oscuridad Aristóteles, después de vomitar, se drogó con lo que se tenía que drogar, se medicó con lo que se tenía que medicar, porque Margot le iba a hacer una rica felación seguida de, de ser posible, un sabrosérrimo acto de sodomía, bastante suave, con música suave, sin sangre, sin nalgadas, sólo por una especie de amorcito loco, de posesión no violenta: “Tú me amas, yo te hago caso, vamos a ver qué onda ¿no?, te la meto por el culo”. En teoría. “En teoría” porque era él quien a ella amaba, pero Aristóteles García sufría una especie de impotencia expresiva considerablemente profunda. Vivía sin poder expresar lo que sentía, además de vivir escondiendo lo que pensaba. Lo que sentía por las tetas de la rubia Margot. Lo que pensaba de amar a la guapa Margot. Y que le ponía triste.

            Porque la Política no es, a pesar de lo que se cree, un mundo de palabras. Es un mundo de temblores, si se prefiere. El filósofo político tiende a desdeñar la poesía. Aristóteles García, simplemente, no la puede ni intentar. La Poesía es demasiado excelsa y las Ventas son demasiado viles. La Política nada en medio y las redime, sin que la Poesía sea la gran cosa ni las Ventas lo peor. No, paz, ¡paz para todos! Pero con la paz vienen las distancias, como decía el asesino Benito Juárez, ex Presidente de la República.

 

*

            Tal vez, el recordar fuera lo suficientemente absurdo para saberse a la deriva de su taza de café, de sus pinches verdades. En boca, o en mente, de Margot sabríamos tanto de Aristóteles García pero, al mismo tiempo, ya muy poco, como si dijéramos que una raya de semen es una persona. Pero, para sí mismo, recordar era posible y nítido. Y era un crimen, pues, como él veía las cosas, cuando se recuerda un crimen, recordar es un crimen. Un crimen nefasto, distinto al ser que cometió, sí, golosamente otros delitos, otros pecados, otro cagar de necios, cagares en la Iglesia… abogados, políticos, médicos y una porrista por ahi, muertos por ideación y mediación suya, a lo largo de su vida, de su carrera, de su profesión, que era la Política, una política líquida, dramática, nostálgica. Nostálgica a más no poder. Eso es lo que la hacía tan dolorosa, pues el Ejército hacía todo, gobernaba pues. Con López Obrador, los militares hacían caso al viejo por simple inercia, por saber reconocer la sabiduría en él, etcétera. Pero ¿un nuevo presidente? ¿para qué? Por más que Aristóteles García fuera doctor en Ciencias Políticas en Princeton, tras dos maestrías, una en la UNAM y otra, para echar relajo, en el Tecnológico de Monterrey. Aristóteles García era un genio en Política por el simple hecho de haber ganado una presidencia en su país democráticamente, como lo hizo su antecesor, pero sin ser ya su antecesor. ¡Y él, Aristóteles García, quería algo más que la Historia!

            De desayuno, unos huevos revueltos con Margot.

            Ésto, a Aristóteles no le importaba; ser un encabezado sensacionalista; Hollywood, para algunos no es de mal gusto. Peor sería andar viendo tetas ajenas. Peor sería que los artículos hablasen del hecho, real como todos los hechos, de que Margot solía vomitar esos huevos con jamón, para mantener la figura. “Por eso tienes esas caderas”, podría él decirle, pero ni le molestaban las caderas ni le iba a hacer una grosería.

            El día era amargo. Tenía tiempo para desayunar con una chica de corte francés: era época ya en que, si decías que eras japonés y alguien te decía que no, que eras mexicano, lo podías acusar de marginación y, en otros países, demandarlo. Entonces, Margarita Nava Azúñagui, era francesa.

            Todos los días eran amargos. No había nada que hacer que no fuera desayunar, preocuparse por los coches eléctricos, por la gasolina, despreocuparse porque mister President Ronson lo tiene todo under control; drogarse, medicarse, eyacular sobre las tetas redondas, pecosas, grandes, temblorosas de la linda Margot.

            El jugo de naranja estaba extremadamente bueno.

            -Creo que ni siquiera estoy crudo.

            -¿Cómo no vas a estar crudo, mon chere, si te tomaste medio johnnie?

            -No es cierto –respingó simpático y, dulce sin dejar de ser galante, volvió a perder su mirada en los prados de Los Pinos, sitio recuperado por el PRI en un afán, justo sería decirlo, no malévolo, sino solamente controversial.

            El Ejército hacía todo. Por lo tanto, aunque no fuera para afianzar su nombre, ni imprimir su rostro, sino para hacer para ser (en el sentido más espiritual y crítico), se dedicó a trabajar a través de su partido, el Revolucionario Institucional, pero el presidente de éste, un hombre brillante llamado Bernardo Oñate le consideraba un seguidor del viejo PRI, el viejo PRI antes del nuevo PRI, el nuevo PRI de Bernardo Oñate, y Aristóteles García le contestaba que el nuevo PRI no era ni la mitad del viejo PRI no tan viejo PRI, aunque superase tanto al viejo PRI, muy, muy viejo PRI, y que él, Aristóteles García Domínguez, podría dejarle bien claro, y cuando fuera, que por supuesto era del viejo PRI no tan viejo PRI y tan absuelto por la Historia y, más que ésto, tan absuelto por el pueblo.

            Y se veía obligado a hermosear el país entero como lo habría hecho el PRI más viejo, a lá francesa. Todos hijos de París acostados en Versalles. Sí.

 

*

            Cuando murió López Obrador, su equipo, las bellas figuras que eran Ebrard, Claudia Sheinbaum, todos, realmente, se sintieron tan tristes que pareció que por ello no quisieron continuar. Pero no. Lo que sucedió fue que sólo ellos tenían la capacidad de visionar que tras casi tres sexenios de lopezobradurismo, México era un país libre de la necesidad de un gobierno clásico, esto es, de una oligarquía. El Ejército, decíamos, hacía todo, pero en un sentido moderno, ajeno a las definiciones griegas precristianas de Gobierno y Estado. El buen Sócrates ya había muerto.

            Se convocaron, pues, elecciones presidenciales. El neoliberalismo, Platón, contra el liberalismo aún vivo y tan bancario, quizá el filósofo Aristóteles, pero, más bien, Adam Smith o Miguel de la Madrid o Salinas de Gortari (a quien se refería Aristóteles García como el PRI absuelto, difamado como ningún otro gobernante, que se sepa, claro está, en la Historia ni en la vida de una nación) o ese ambicioso y callado doctor García Domínguez, priista, gobernador de Querétaro en tiempos de López Obrador… Un Querétaro precioso en el que surgieron obras literarias y arquitectónicas que marcaron época en la faz de la mexicanidad, así como en el que se instauró el Centro Nacional de Psicología y Neurociencias, institución que tenía como bases las ideas de un joven vagabundo que, antes de morir, consiguió comunicarse con su prima, a quien no veía en años, para dictarle cuadernos enteros de reflexiones psicoanalíticas; cuando terminó su catarsis intelectual, su prima, psicoanalista, le miró fijamente, dice la leyenda, y le dijo:

            -Todo lo que me acabas de decir ya es sabido, gracias a Pedro Ruiz, tu novio de la preparatoria, ¿lo recuerdas?

            -Ah, sí… Pedro… Recuerdo que fumábamos marihuana y hablábamos de estas cosas. Pero yo, principalmente me dedicaba a bromear y hacer reír. Lo mío siempre fue la comedia, no la psicología. No la academia. Por eso vivo en la calle.

            Conmovida, la comunidad de Querétaro dio un lugar especial a esos cuadernos del conocimiento y Aristóteles García consiguió quinientos millones de pesos más un buen terreno para erigir ese templo redimido.

            Entonces, se convocaron las elecciones presidenciales por no tener que explicar la muerte de los Griegos. Y el pueblo, triste ante la ida de un abuelo, Andrés Manuel (el cual fue un padre para muchos, pero, bueno, todos decían que estaba “viejito”), ante la muerte de un abuelo al que, como aquel cómico indigente, le encantaba el Teatro, que montaba tanto para intelectuales como para los pobres, molestando así a los ociosos y a las víctimas fáciles de personas como Broso el Payaso Tenebroso; al que las “cosas” le surgieron a pedir de boca en el sentido económico, en el desarrollo politicoeducacional por el simple hecho de que preguntó “¿Qué quieren?” y se le respondió “¡Dinero!”, dinero él repartió, en efectivo, a todo mundo; al que, pasados los años el Tren Maya no se le colapsó; que aguantó un segundo período de Donald Trump sin que nadie perdiera el copete; etcétera; ante la muerte de él, de quien el pueblo estaba tan acostumbrado, la gente quiso alguien tan razonable y tan ecuánime como el llamado “Peje”.

            ¿Quién mejor para ello que Aristóteles García con sus apariencias, con su madrecita de Primera Dama (Llegó a abrir discursos con estas palabras: “´¡Por mi madre, bohemios!´”), con su amor a la poesía, tan contrario al neoliberalismo platónico que los últimos salinistas se dedican a explicar y definir para poder revelarlo como una rama del satanismo y aversión al amor por los otros, por los que vienen? ¿Quién mejor que Aristóteles García Domínguez con el bigote de los políticos abuelos, tan en orden, tan sabiendo, tan reinaugurado, como promesa, el otrora clausurado Festival Cervantino? Y joven. Con canas pero joven.

 

*

            Margot estaba como loca por Aristóteles. ¡Qué noche! Mágica, en verdad.

            Repiqueteó el teléfono del Presidente con un timbre del siglo XX.

            -¿Bueno?... ¡¿Qué pasó, mi general, cómo estamos?!... ¡Aquí, sí, jejejé!... Claro, ¡faltaba más!, dígame… ¡Ah, sí, con muchísimo gusto, se lo arreglo!... Lo demás lo vemos… ¡Con mucho gusto, mi general!... ¿Cómo?... ¡Ah, caray, sí mi general! ¡Jajajá! ¡Aquí está Margot!... ¡Sí, bueno, yo le mando sus respetos! Jejejé… Con gusto, mi general… A sus órdenes, que pase un excelente día… Sí, igualmente, ¡un abrazo, saludos a su familia!... ¡Jajajá, pues muy bien!... Bueno, ¡un abrazo!... ¡Hasta luego, bye!

            Era un hombre… sí, mágico. Hablaba de todo. Conocía Detroit, Barcelona, Singapur, Shanghái, Punta Fuego. Podía destapar una botella de vino con un sacacorchos y una sola mano. Sabía quién era Grace Kelly, Kim Novak, Greta Garbo y Bernard Herrmann. Si ella, Margot, era la ménade, él, Aristóteles, era el sátiro, y la doncella sería, quizá, la patria.

            ¡Estaba tan contenta, estaba…

            …tan seducida… que no se iría a vomitar los huevos!

            Y no gastaba en ella. No señor. París era para el que se lo ganara, aunque para él sólo fue el dinero de su tío, un oscuro titiritero cuyas marionetas fueron priistas de mortal envergadura. Muy joven para hacer otra cosa que ganarse ese dinero del tío, muy viejo, después, para gastárselo, la educación y formación académica de Aristóteles le llevó a conocer el mundo como sólo lo habría conocido André Gide, perdiendo los zapatos con una fumadita de hachís.

            Era como una serpiente buena, Aristóteles. “Aristóteles García Domínguez”, ¡sonaba tan bien! Y era el nombre de un hombre con el buen gusto suficiente para saber apreciar a una amante con la cabecita muy, pero muy, pero muy hueca, siempre y cuando sea una amante muy callada: podría ser una antropóloga descubridora de las amazonas y, aún así, tendría que ser muy callada. Pero Aristóteles no se buscó una antropóloga de amante, se buscó una fulana sin cerebro aparente, porque sabe lo chic que es eso: la cereza de un pastel donde el chocolate es, todo, él mismo. Como amarse con un perfume, como enredarse con la misma idea una y otra y otra y otra vez…

            Aristóteles estornudó y Margot se sobresaltó.

            Y no es que no fuera a conocer París nunca, siendo francesa. Au contraire! Iba a conocer París muy pronto. Sola, para no traicionar al Pueblo de México. Estaría ahí casi dos meses y conocería Toulouse, Leon, Burdeos, Cognac, Champagne y Orleans. Se lo había ganado. ¿Cómo? ¡Dios lo sabía, pero no se lo robó a nadie! Y después de los horrores que tenía que pasar sabiendo que diversas mafias locales y foráneas dedicaban tantas horas e invertían tanto dinero en producir videos pornográficos con modelos emulando su cuerpo y su cara, ¡sus gestos y su voz!, un descanso no estaría de más. Au contraire!

            Como le decía Aristóteles: “¡Tienes al águila bien parada!”

 

*

            En el primer sexenio y a principios del segundo de López Obrador, hubo violencia. Entró el Ejército a las calles de la Ciudad de México (valle tergiversado) y se plantó cómodamente. Empezaron los arrestos y  las desapariciones de personas por las que nadie preguntaba… en público. Después entraron a Guanajuato, Tamaulipas, Sinaloa, Zacatecas… Mientras el Ejército hacía lo suyo, el Gobierno negociaba con los altos mandos del narcotráfico mexicano: “Limítense a distribuir narcóticos, y los respetamos. Cese a la violencia. Tregua a los misilazos. Ustedes le han hecho la guerra al Ejército… innecesariamente. No somos Calderón y ustedes son Peña Nieto. No trabajemos juntos, pero trabajemos, sin matar, sin terrorismo. Sin codicia. Si de verdad es verdad su enunciar la libertad de la facultad del expendio de un producto social y económicamente productivo y demandado, acabemos con los secuestros, los asaltos, las extorsiones, las violaciones, los feminicidios y los ritos satánicos”, etcétera. Pero parte del pueblo no era México ya. Estaba demasiado contaminado por la droga de infracalidad y las metanfetaminas, el “cristal” (crystal meth), lo cual también se planteó. El pueblo quería secuestrar no por el dinero, sino por el rito. El pueblo era sádico en ese entonces contra la otra facción del pueblo que buscaba la verdadera libertad: la libertad que conduce a la dignidad, y la dignidad que conduce a la sabiduría.

            México, la mitad de México estaba enferma, y López Obrador no iba a caer en el fascismo: “¡Que mueran los enfermos!”, no. Entonces, del mismo objeto, el libertinaje, se tomó otra faceta, el gozo de lo prohibido. A cambio de armas y cristal, militares y narcos por igual, trabajando hombro con hombro, entregaban marihuana, cortesía del Estado, empobrecido en sus arcas pero enriquecido en sus habitantes, y del narco consolidado en la venta ahora extraoficialmente permitida de cocaína y, con su fuerte dosis de espionaje, vendiendo ese cristal intercambiado, a facciones problemáticas a nivel satanismo en otros países o en el mismo México antes de que llegara esta nueva revolución: Salinas de Gortari, que tantos problemas tuvo en la década del ´10 por estar  exportando/importando revoluciones a todos lados, fue contactado, y contratado, para encargarse de sistematizar dicho consumo estratégico de cristal, y el planteamiento de una vida nueva sin paranoia, sin armas, con mucha marihuana y estabilidad económica a nivel clase media baja asegurada. Y el Salinochas hizo un trabajo estupendo. Porque, a diferencia de lo que sugirió Calicles en la historia de Giges, el ser humano no necesita ser malo ni es necesariamente malo si puede serlo. Hasta resultó al revés.

            Aunque, claro, el Ejército también tuvo que “dormir muchos perros”, con disculpa del animal eludido por la metáfora. Culpables de crímenes inmencionables, de sucios espíritus poseedores: En el mundo de hombres como López Obrador y Salinas de Gortari, y esto Aristóteles lo sabía muy bien, no hay nadie que resulte imperdonable… pero sí los hay inexcusables.

 

*

            La noche anterior, Aristóteles García sí había bebido, y bastante. Tanto, que mientras Margot le hacía sexo oral, él recitó un pasaje de “Introducción a la Historia de la Filosofía” que tuvo que aprender para una materia en la UNAM:

            -¿Te he hablado de la UNAM?

            -…Sí.

            -Ah… ¡La UNAM! Es un todo en sí. Pero es distinto a esto, a esto del campo de batalla. Te he hablado de quien soy tocayo ¿no?

            -…Eh, no sé, ¿de quién eres tocayo?

            -¡Pues de Aristóteles, pendeja, ¿cómo que de quién?!

            -…¡Ah! Sí.

            -Bien. “Con los términos de ´sustancia sensible perecedera´ Aristóteles se refiere a las cosas del mundo cambiable e individual que nos rodea. Todas ellas tienen un principio, un desarrollo y un fin y a todas ellas puede atribuirse el venir a ser, el generarse y el corromperse, es decir, el cambio”.

            -…

            -Fox se corrompió. Me acuerdo. Ganó las elecciones porque usaba botas y decía grosería en los mítines. En uno de ellos, una niña tomó el micrófono y dijo (voy a parafrasearla, ¿no te importa, verdad?

            -…

            -“Estamos hartos hasta la chingada de los pinches priistas porque son una chingada bola de pinches rateros pendejos”. Y Fox tomó paternalmente el micrófono y dijo: “Yo no lo dije”. El público se volvió loco. Él mismo decía que los priistas eran unos “pinches pendejos”. Ese fue nuestro presidente, ¡y está bien, no tiene nada de malo! Lo malo lo tuvo la gente, se olvidó que venía del populismo y de las groserías. Y cuando López Obrador dijo, años después, que Fox era una “chachalaca”, recuerdo que mi tía enloqueció de furia: “¡Del Presidente no puedes hablar así! ¡¿Qué es eso?!”, etcétera. Pero ella votó por Fox; luego, en tiempos de Calderón, trabajaba de vuelta para el PRI, como antes de trabajar para la chachalaca; quizá ella y Fox siempre fueron priistas. A fin de cuentas, quien otorgó la democracia no fue Vicente Fox, fue Zedillo, antes que nadie en el país. Porque es sospechoso, ¿sabes?

            -…

            -Colosio no sólo hablaba mal del PRI, ¡ni siquiera lo mencionaba! Y le volaron la cabeza. Le volaron la cabeza personas que, aunque priistas, no tenían como prioridad al PRI en sí. Como Fox, a quien no mataron no por temer “arriesgar” al Revolucionario Institucional, sino a las guerrillas… Fue el EZLN quien asesinó a Luis Donaldo Colosio. Para ello, el PRI sólo fue un trampolín… Si Fox llegó a la Presidencia, fue gracias a esa niña grosera de “bajos recursos”, como dicen. Pero también es cierto que eso fue hace más de treinta años. Que en ese entonces Fox por sí mismo vio la silla presidencial como una meta, cuando es el punto de partida. Y yo sólo espero no haber cometido ese mismo error. Porque te lo digo como el hombre que soy, he cometido errores desde antes de nacer y errores que son irreversibles, también.

            El poder, Margot, es un fruto que viene de un árbol que viene de una semilla. Pero uno no deja de ser la semilla, no termina de ser el árbol, no se come el fruto para no quedar sin él. Uno permanece un tronco y se pudre, con el tiempo, en el mar. Un tronco podrido más entre La Parroquia y San Juan de Ulúa.

            Porque estoy aquí pero no estoy, como cuando un niño abre la puerta y avisa: “Mi mamá dice que no está”… No puedo mejorar mi país porque es inmejorable, ni puedo manejar mi partido porque eso sería masturbarme. Mi carrera se corrompió, se varó podrida. Sólo he: pasado a la Historia y como parte de una lista de hombres considerados infames por un buen número de personas… El mexicano pidió que no hubiera que trabajar, y nos llevó, a los que no tenemos qué hacer, entre las patas. Sí. Eso es lo que muchos de nosotros somos: parásitos que se nutren de las clases inferiores. ¿”Sobran muchos millones de litros de gasolina”? ¡Perfecto! Cerramos PEMEX y rematamos sus propiedades como chatarra. Y, como dice Ronson, nadie va a estar chingando ya con que PEMEX esto y con que PEMEX aquello otro.

 

*

            ¿Por qué finges?

            ¿Por qué te quiebras, por qué te matas? Por qué te deshaces en la lumbrera del mundo, en el éxtasis de la espuma supragaláctica, del mundo en su náusea de placer, en su musgo de aciertos, en su paloma de abundancia. Abundancia que cae luego de llovizna chubasco, luego de tromba lluvia. ¿Por qué no seas tú? ¿Porque no eres tú la luz,  y no crees en la Historia, de la que se alimentan los nuevos hombres humildes, gratos agradecidos ante la gracia de los astros que se mostraron singulares ¡hacia un hombre!, un hombre, un líder de nadie porque no lideraba a nadie, sino a las cosas, las cosas que son el centro de un centro de luz? ¡Tú!... Tú que quieres sentir un puño caer o bien suave o bien estruendosamente sobre el escritorio de los emperadores, pero que cae siendo el tuyo. Tú que no aguantas no hacer nada, que quisiera… hacerlo todo aunque fuera otra vez.

 

*

            “¡La chula Margot! ¡Pase a ver a Margot, loca o paranoica o sucia o niña o vieja o destripada o vomitando u obesa o jinete o socialité o cocotte proustiana o negra o mutilada o militar o enojada, o masturbándose o con el Presidente de México o con Ronson o en un ménage à trois lésbico o penetrada por un caballo o en una orgía masónica o con Errol Flynn, Tyrone Power y Cary Grant, o…! ¡La chula Margot con su boina negra y su cuerpo de Brigitte Bardot, del siglo XX! ¡Sí, oye bien, la chula Margot con Godard! ¡o con Truffaut; dese los 400 jalones!”

 

*

            La imposibilidad y el dolor. Las sombras sabían mejor que él ver lo que él nomás no veía, lo que estaba detrás de su ociosidad, que veía tan bien. Las sombras de las luces totales sobre los pisos que crujen de madera de Palacio Nacional, ¡con esas sillitas, Dios nuestros, con todo ese arte! Sí, sus zapatos recorriendo los pasillos de Palacio como los recorrieron los de López Obrador en el mensaje de las primeras semanas de COVID-19. Las fiebres, las toses, las irremediables muertes; como morir por haber sido… devorado por un ruiseñor. Pero… Pero las sombras veían mejor que él, y él sólo era un hombre maduro, de un bigote del que, ya, ya se ha hablado, en los umbrales de la depresión: quizá hasta mezclada con los inicios de una temprana andropausia. Él, versado en la Ilustración, pues iba con la idea de que los Ilustrados eran utopistas descabellados pero que sintetizaron la razón de: “Puedo no creer en lo que crees, pero moriría por que pudieras gritarlo”. Eso es la política, siempre dijo, siempre “supo” Aristóteles García. Quiero desaparecer, como las ideas de Voltaire, de Rousseau, pero que sobreviva la oscuridad sepulta de mi paso por el silencio de la orquesta nacional, ¡transnacional, de ser posible! Era algo más, o menos, que el poder, era tenerlo y cederlo, hacer algo con él por un rato, unos tres años, antes de envenenarse, porque, bien decía aquel muchacho, primero rico noble y después un indigente moribundo, el poder no es poder hacer lo que uno quiere, sino sólo poder hacer lo que el poder puede. ¡Carajo! Hasta podía ponerse a hablar de amor. Hablar de amor en esos pasillos donde Peña Nieto pasaba sus mejores noches con el opio y la milicia.

            En el trato con el malestar, también había la mortal pregunta de quiénes somos. “Si los griegos, punto”. Platón y de quien era Aristóteles tocayo se aferraron, por igual aunque en distintas direcciones, a lo transitorio del ser, a contraposición, no simultánea, empero, de los chinos, que creen que el ser muta. Hemos de venir y corrompernos. Hemos de venir ¿y necesariamente brillar, trascender, ser muy siéndolo? Como él. Antes no brillar que dejar que su corrupción fuese otra cosa que una ordinaria muerte, ¡oh vulgar morir, el mayor de los tesoros para cualquier gran hombre! Pero, aunque la expresión sea fuerte, le carcomía un gusano: un gusano sin rostro, sin nombre, ni en castellano ni en latín ni en griego ni en el  Paricutín; un griego que, al beber él el elixir sagrado y común, el soma robado pero aún bebido por los dioses, del johnnie black, más un pellizco a la mejor cocaína de Sinaloa, vio a su Bandera, a un lado de la silla que veía frente a él, y la vio así: un cono delgadísimo, de brillante y pesada tela, coronado en su punta de un verde sedoso, en sus entrañas el blanco y unas formas, medianas en proporción al resto del cuerpo, aparentemente sin sentido, y la base, amplia e irregular, era sangre. Cuando la Bandera está quieta, escurre sangre; pensó Aristóteles García Domínguez.

            ¿Sería bueno preguntar? “Hola, México, buenas noches, ¿sirvo de algo?”

            ¿Quién fue el filósofo que dijo: “Un hombre, comparado con el Todo, no es nada; pero un hombre, comparado con la Nada, es todo”? No importa quién fue, las gárgolas lo traen a colación, muy musas ellas, porque aquí nos damos cuenta de que Aristóteles García es un universo, y un universo más inclinado al bien, a la trascendencia desinteresada, y, en el peor de los casos, a la filosofía. Y está ahí, y es de noche. Y está borracho y drogado, y si no se está masturbando es para llevar un macizo y buen trozo de carne a la rubia Margot.

 

*

            ¿Cuántos siglos hacen una condena?

 

*

            Pero hablamos, ya, ya de un crimen. Un crimen secreto, que de tan pasado, de tan diferente que era quien lo cometió a quien era hoy quien lo cometió, Aristóteles García Domínguez, Presidente de México, bachiller entonces, podría decirse olvidado.

            Aristóteles García y sus dos amigos, entrañables, cercanos, más familia que la familia, libres cuando los unos para los otros, conocieron a un muchacho en el campo. Los amigos se llamaban Rogelio Oca y Fernando González. El muchacho campesino, Jesús María Silva. Trabajaba para el padre de Rogelio, en la hacienda de los padres de Rogelio, arquitectos lúgubres de inclinaciones unos grados previas a la Colonia, de arcos raros, no construidos antes de que permanecieran ahora, de un gótico perdido y español.

            Caballos. Vides. Pasadizos.

            Campo y una vasija gorda y alta repleta de corchos de botella de un vino tinto metálico y sanguíneo. Lugar de sueños, donde la madre era yegua entre las yeguas y el padre jinete entre silencios. Cantares de aves que eran gritos que eran tradiciones que eran ríos que eran vida. Hacienda de tira de cuero, de fuetes que truenan y que llegaron alguna vez a cruzar el rostro indio de un mexicano, pero alguna vez, ya no. Sino peor. Pero esa tiniebla era el cálido crepitar del hogar (hueco ardiente de la chimenea es hogar), y los versos de poetas que no quieren estar ahí, después de un día de engrosar insectos en sus palmas que sus palmas mataban y de manosear los hijos de una cava prolífica y distraída ante el saqueo de los vástagos acastellanados. La noche la poesía. El día y conocer (lejos, montando, borrachos) a Jesús María Silva, disperso, andando con un chaleco de lana sobre manta y mezclilla, bajo un sombrero de viejo; robusto, con un bigotito, apenas pero muy viril, muy moreno, y muy, muy serio, que, al hablar, habló español pero otra lengua, y en sus palabras resultó que sabía bien lo que era el “vino” y lo que era el sexo.

            Y lo que era la Poesía.

            Su poesía era un manantial de potros abrasados. Ellos lo descubrieron al llevarle al casco de la hacienda, donde les compartió de su aguardiente de maguey, donde le ofrecieron sendas copas de vino que, en un principio, sólo le calentaron el cuerpo y, después, le hicieron alucinar una España cuyo nombre le ponía en otras palabras, pero de buena fe.

            Y los tres amigos regresaban en el Cadillac blanco de Fernando González al Distrito Federal (valle soporífero) a continuar unos estudios fáciles, unas chamaconas fáciles, unas noches fáciles, unas poesía, sin embargo, ahora mediocres como por arte de magia. La poesía campirana de Jesús María Silva era no mejor, sino algo más sincero que “mejor”. Era la vida, el campo abierto, la herida de semen, la herida hecha vulva, el eco de la tatemada, la bebida espesada, los ruidajales callados, silbantes, desesperantes, incendiarios de los padres amándonse. El ojo del caballo. La sangre de borrega.

            La poesía de Jesús María no era mejor, sino algo más sincero que “mejor” que la poesía de Aristóteles García y los dos amigos, que escribían versos. Pero la fiesta seguía, fiestas cuya época, como tantas, tantas épocas, era ser la época, comiéndose hacia adentro, introspectiva como la forma del peyote, danzante y colorida, de amaneceres frígidos con los dedos dentro de una concha peluda, cuando lo raya del horizonte del valle pútrido se dislocaba vomitando el exceso de nuestras mañanas. Noches iguales, igualitas. Una tras otra. Pero interrumpidas, sin embargo, por las escapadas a la hacienda de los Oca, donde buscaban por horas a Jesús María, y le hallaban.

            ¡Se habían enseñado tanto, que, ahora resultaba ser verdad, eran cuatro y no tres los caballeros que se amaban, porque, a fin de cuentas, quién, ¿a quién le importa que Dios sea más grande que uno?! Ese Jesús (hijo de María en la Tradición, ¡en la Biblia!) María (madre de Jesús en la Biblia, ¡en la Tradición!), ese Jesús María Silva era el Dios de ese “manantial”, pues ¿qué otra cosa nos ha enseñado el Occidente que la forma de ser un Dios es creando? Todos seríamos Dioses, lo sé, pero es que lo somos. Solamente que en los Dioses y entre los Dioses se da… la Historia.

            Y un día, cuando bebían, ya bebidísimos, casi desnudos, Jesús María… rompió a llorar. Lloraba mucho, ¡tan buen borracho! Y “¿Qué te pasa, Chuy?” Era que se sentía triste por no ser, ¡ay tentación, cruz, cruz!, del Valle de México.

            “Pues, ¡te llevamos!”, dijo Rogelio, y san Se Acabó.

            Y lo llevaron. Lo llevaron a una fiesta donde había hasta burbujas. Era una fiesta especial, de universitarios. Champaña y sexo, pero nada de poesía esa vez, verdad, empero, es que no era la primera ocasión para los tres amigos, pero ¡qué cruento destino para los manantiales de Dios!

            Esa noche, antes de lo fatídico, otra fatalidad se le presentó al futuro Presidente de México Aristóteles García Domínguez. Una mujer, no muy atractiva pero de aquellas que, se ve, tienen sexo todos los días al ser parte material de un ideal compartido, se acercó a Aristóteles.

            -Ven.

            -Estoy bien aquí, linda, gracias.

            Ella no se ensombreció ante la grosería, sino por algo más grave, por un designio de otro Dios.

            -No. Tienes que venir. Hazme caso. ¡Ven!

            Y él fue, a un rincón oscuro, casi tétrico, que resultó ser el nido de la Muerte.

            La mujer extrajo de entre sus ropas las cartas de Tarot.

            -Déjame leértelas.

            Aristóteles García sonrió y en ese entonces fumaba.

            -Órale, léemelas.

            Y empezó por el pasado… y todo cuadraba. Y continuó por el presente… y todo ocurría. Y en cuanto al futuro, ella dijo:

            -El Tarot no quiere darte un oráculo profético, Aristóteles. ¡Quiere darte un oráculo de vida, una posibilidad!

            Y descubrió la última carta, cuya imagen era un esqueleto en sayal y con guadaña.

            -¿Eso qué significa? –preguntó el futuro mandatario, ya un poco preocupado, crédulo, hipnotizado.

            -Que portas la muerte.

            -¿La muerte? ¿Haga lo que haga?

            -Sí.

            -¿Me voy a morir?

            -Sí o vas a dar la muerte.

            En ese mismo instante, retumbaron unas carcajadas en el centro de la fiesta entre burbujas. Aristóteles volteó hacia donde se agrupaban los invitados. Le habían quitado el sombrero a Jesús María, que estaba serio y borracho. Rogelio Oca y Fernando González hacían como que no lo conocían, pero todos sabían que sí. Un conocido de Aristóteles le tomó del brazo, sobresaltándolo.

            -Oye, ¿sabes lo que acaba de decir tu rancherito, Ari?

            -No, Isma, ¿qué?

            -Que los “jotos” se van al Infierno. Y empezó a gritar al ver a Sonia y a Bárbara dándose un beso… Pero eso no es todo…

            Y algunos de los chicos empezaron a empujar al campesino entre ellos, ebrios, drogados, semidesnudos.

            -¿No?

            -No… ¡Dio un manotazo a un espejito de coca que Jorgito le ofreció, y le dijo que era del Diablo!

            -Vaya, no sabía que Jesús era religioso…

            -¡Es un pinche campesino pelado, Arti, ¿me vas a decir que lo trajiste para otra cosa?!

            La mujer de Tarot ya había guardado las cartas. Se levantó y se fue hacia otro invitado, quizá a decirle lo mismo que a Aristóteles.

            Preocupado sinceramente por lo que estaba ocurriéndole a él y a sus amigos, Aristóteles García le dijo a Ismael:

            -No sé quién sea Jorgito.

            Ismael cambió el semblante, de molesto a realmente enojado. Un invitado pateó a Jesús María en la pierna, y el campesino cayó de rodillas como Cristo Dios.

            -Mira, Arti, si no quieres que deshuesemos a tu hijo de la chingada…

            Llegó, de la nada, como una especie de hada salida de un huevo de hechizos, la mujer con la que Aristóteles soñaba a veces. Mónica.

            Rogelio y Fernando levantaron a Jesús María (Pálido templo de las cruces mis lágrimas). Los invitados rodearon a los tres jóvenes y los inmovilizaron.

            Mónica le dijo a un Aristóteles García que temblaba (el peor momento de su vida):

            -Ven aquí, bachillercito. Te voy a decir para qué es esta fiesta.

            Esa fiesta era para gozar de una orgía, en el sentido más formal de la palabra.

            Llegada la medianoche, la luz tenue ahora, y rojiza, velaba gemidos y contoneos de los más carnales ritmos, mientras Jesús María estaba amarrado en una tina con patas de león, amordazado, drogado a la fuerza. Golpeado. “¡Así así así…!”, retumbaba queda Mónica sobre el bachiller de sexo desenvuelto, en la fantasía de lo cumplido, cuando, sin saberlo, se estaba desarrollando lo grave entre los seres humanos, que es el crimen. Rogelio y Fernando, obligados, aunque con mayor tacto pero aún un abuso, a consumir, por primera vez en sus vidas, opio, estaban entrelazados de manera que se penetraban después de haberse besado, como en la Roma antigua, sus anos cálidos del Eros fraterno, naciente, inesperado pero no desconocido: el más intenso estallido sexual.

            Esa noche, esa fiesta tenía el propósito, para los tres amigos oculto, de hacerles a éstos partícipes, a un nivel más profundo, de esa célula social, de esa tribu pagana. Pero llegaron con Jesús María, Dios que se enojó y que no quería lesbianismo ni blow.

            Pero la iniciación no había pasado, apenas se les había ocurrido a los casi enmascarados líderes de ese grupo orgiástico que, alguna vez, guardó en su seno al sucesor de Andrés Manuel López Obrador tras sus tres sexenios, democráticamente; sin mencionar lo que eran los Oca o la buena fama de esos González (porque no eran unos González cualquiera).

            Esa noche, sí.

            Esa noche llegaba a la mañana, próximas una a otra como el palpitar de la carrera. La orgía había, podría decirse, terminado. Pero esa noche, esa iniciación, sí, se presentó ante los chicos que quizá no eran los de siempre; ¿quién va a decir si para bien o para mal? Absolutamente nadie, espejos divididos, humos que hinchan la vida y los odres de la muerte más viva, más rancia. Había aristócratas por ahí, a una edad aún cremosa, alejados por las épocas, ¡esa época que era ser!, de la teta que daba manteca al cocinar a los más críos como a los más maduros frutos, terneros y abonos, rosas y suelos, sangres y calaveras. Pero, en fin. Ismael en persona, pues resultó ser una especie de padrino de esos tres recientes canallas, los condujo a una recámara de muebles Segundo Imperio. Y amarrado, boca abajo, flexionado de manera que su culo se abriese lo más posible, amordazado y sudando, Jesús María estaba, impreso el terror en su adolorido rostro.

            -¡Adelante, compañeros! Claro que con uno es suficiente. ¡Y qué mal se verían antes todos y ante él si excedieran lo impensable sólo por placer! –hizo Ismael el gesto triste de un payaso roto, ¡y luego se carcajeó!- ¡Bromeo, “camaradas”! Él no es ustedes. Si los tres van, ¡van! Pero uno sería más que suficiente, y… tienen derecho a decirle una oración.

            -¿Religiosa? –preguntó Fernando, más intrigado que preocupado por el tormento de su amigo, campesino, poeta.

            -¿Bromeas? ¡Claro que no, despierta! Una oración, un enunciado, una frase, no sé…

            Aristóteles García dio un paso al frente. Estaba tan aterrado como la víctima de ese momento desgarrador y cruel. Sudaba, como él. Y le dijo:

            -Dios me dijo que era esto o la vida.

            Jesús María cerró los ojos y dio rienda suelta a un llanto escalofriante que, incluso, llegó a sensibilizar a otros invitados que alcanzaron a escuchar los ecos.

            Pero Aristóteles no conseguía una erección, y, en cambio, Fernando sí, y, como pudo hasta apreciarse, lo disfrutó bastante. Rogelio le siguió.

            Pidieron más opio, menos Aristóteles, que corría a buscar a Mónica, a meterse entre sus brazos y decirle sin palabras tanto, buscando auxilio y socorro. Llorando también, él y Mónica.

 

*

            En las noches como Primer Mandatario, Aristóteles García Domínguez pensaba en Jesús María Silva. Eran noches interminables y sangrientas que sólo el sabor a caramelo de la piel blanca e inflamosa de Margot podía sosegar.

            Porque recordaba su muerte.

            Ismael les había facilitado maneras de hallar fiestas y reuniones, bohemias y fogosas, donde leer y escuchar poesía. E iban a ellas, a recitar y ser recitados, a beber y estar drogados. Y como ni ellos ni Jesús María Silva tenían un orgullo, por lo menos en ese entonces, que pudiera llamarse el de un hombre, el Dios del manantial tomaba un camión destartalado hacia el Centro de la ciudad y ahí un taxi, y se reunía con los tres amigos.

            Jesús María Silva, poco a poco, verso a verso, estrofa a estrofa, poema a poema, de manantial en manantial, iba hallándose siempre ese camión. ¡Pudo haber sido tan gracioso el hecho de que le robó, y sin querer, la chica a Fernando González en la fiesta de la última noche que pasó con vida! Pero no lo fue. “No lo fue, Margot”.

            Ebrios, cada vez más acostumbrados a tener sexo entre ellos, conducían en el Cadillac blanco de Fernando hacia la hacienda de los padres de Rogelio. Jesús María iba dormido, completamente alcoholizado, y todos molestaban a Fernando con el robo de su chica por los versos del campesino, sin afán de realmente contrariarlo, pero el muchacho abrió la puerta del auto, en movimiento, y aventó a Dios a su último y violento manantial.

            Así se mató Jesús María Silva Pérez.

            Desapareció, una vez enterados los padres.

 

*

            Va a haber un desfile del Ejército, una especie de masturbación si tenemos en cuenta que la masturbación, cuando respaldada por una exquisita realidad, es el mayor placer del hombre.

            La madre, la Primera Dama, de Aristóteles García Domínguez escogió la corbata que usará el Presidente, quien se entregará al desfile como el que se aparea apoyado en una fantasía.

            El Presidente está perfectamente bien informado del armamento que lucirá la patria, por el que los periódicos titulan: “¿CUÁNDO SERÁN AVIONES Y TANQUES ELÉCTRICOS?”. La verdad es que no muy pronto. La gasolina puede llegar a volverse un ente de lo más malévolo para el ciudadano tranquilo y pacífico, que cuida de sus hijos, de los animales, de los mares y del aire. “Lo único que la gasolina hace es matar”. El petróleo acuchilla la Tierra para encontrarse a sí mismo, y aun así, se halla a sí escaso. “Es caro, es pegajoso, es venenoso”. Pero, algún día, no habrá ni alcohol; produce cirrosis, provoca violencia, engaña la mente. Pero sucederá cuando el hombre pueda ser feliz sin él, antes no, ¡claro que no, el hombre no es pendejo!, pero esa felicidad no es de un diseño propiamente moral, sino económico, una abstracción numérica, un cálculo. Ahora el hombre puede vivir y ser feliz sin la Política.

            “El día que salgamos juntos en público y demostrando amor socialmente, será el día en que todos te detesten, Margot preciosa. Si eres la amante, el corazón salvaje y clandestino, eres lo más afable, atractivo, dulce -¿está bien que te diga que eres dulce?... Oui? ¡Okey!-, lo más dulce, lo más preciado y elegante -¡sí, “elegante” es la palabra- del mundo, ¡y no es cualquier mundo, no, es un mundo que ya no está cayéndose a pedazos, carajo! ¡Me lleva la que me trajo!

            El sentimiento es un atardecer.

            -¡La corbata está hermosa, mon amour!

            -Sí. Mi madre no ha perdido el toque. Además, no uso dinero del Estado…

            -Ah, no, no no no no no, una mujer de su altura sabe volar muy alto.

            Aristóteles se rió.

            -¿Eso qué significa? ¿Es poesía, filosofía?

            -Es la combinación de ambas.

            -Ah, ¿sí?

            -Sí. ¡Es política, cher!

            Y él suspira. Su gal, su bimbo. Así la quiere. Así es la vida cuando es rosa. Así es el rojo cuando no es el rojo de la sangre vertida por las guerras del mundo, cuando es el rojo de la sangre que se abulta para producir una erección, o que brota cual beso del dedo de la princesa que se pincha distraída con la espina que se escapó y se quedó en el ramo amoroso, quizá fogoso, quizá amistoso. No importa. Así es la vida, un puñado de logros y triunfos notables escondidos por dolores que ahora empiezan a disiparse: “Nadie va a arrancarme el corazón, que no sea de amor”. No se va a caer el cielo, el hombre ha cesado de ser un cáncer, un tejido dañino rodeando el planeta, comportándose materialmente errático, dañino, maligno. Seremos ya una suave epidermis, una capa de leche para delfines.

            Y ahí estaba él, en la boca de lo que se decía amar: la no-Historia, el hecho desnudo, el cambio admirado aún vivo… Lo insólito. Como contemplar una especie de “agujero blanco” donde todo, libre, se ordenara luego de designársele su orden. Las decisiones, el poder, de su antecesor, ahora enterrado, pero no muerto.

            El tiempo llega. Sólo el tiempo perdura. La vergüenza se va. El crimen, sólo se sueña, sólo, ya, es castigo.

            -¿El dinero, señor Presidente, el próximo año seguirá repartiéndose a diestra y siniestra?

            -Sí, por supuesto.

            Firma, rúbrica.

            -¿Le dijimos de nuestra idea de hacer un desfile?

            Firmó, “aquí” y “acá”; y ahora ese desfile está a escasos tres días, dos días, un día.

            “Mexicanos al grito de gue-erra”

 

*

            ¿Dónde estás, Margot, dónde estás, muñeca?

            Él la busca, él la esconde, la juega a atraparla en el lecho pseudonupcial de la recámara presidencial de Los Pinos. Está contento, sólo piensa en afectos y carne, en descubrirla entre las sábanas de seda lila, brillante como la bandera que chorrea sangre cuando (está) quietecita, oh gran misterio y supuración venérea: césares que se entregaron a los placeres sensuales de la matanza y que Aristóteles García intenta sepultar por siempre bajo sus ritos de amor, cariño y besos con una rubia despampanante. Sus garras pueden asirla de pronto, “¡Ven acá!”, vacila, bromea, pero hala a sí, ya no tan juguetón, ya más galán: ¿Dónde estabas, querida?, y la besa ente sus brazos, para que ella se derrita de gozo, abandonada sobre la cama del hombre macho, del ser que exuda sexo y pasión fogosos. Quiero hallarte, Margot, y te hallo. Me suprimes, mi amor, te amo. ¡Te amo tanto! Amor en sus cabellos de miel, la misma miel que tomaría el Bautista, cerquita del Jordán: No te desato la sandalia, ergo te bautizo. “Tú vas a bautizar con Espíritu Santo”, amén de fuegos. Siénteme, soy un caballo por ti, Margot, aquí y ahorita. Entro en ti, presiono tus muros, gimes, Margot, puedo escuchar tu dulce aliento. Nos lleva tiempo, nos lleva los cuerpos, pero te vienes una y media veces, y yo eyaculo afuera, rasgando una almohada con el semen. Otra almohada tiene tu saliva en forma de tu boca: la estabas mordiendo. Tierna Margot Redentora. ¿Qué vale más que una buena distracción? ¿Qué distrae más que un buen, muy buen amor? Te amo, ¿me oyes? ¡Te amo de verdad!

 

*

            La muerte dejada de ir, como muerta. La Primera Dama del México de Aristóteles García Domínguez, fallecida.

            ¡Caen como listones todos los negros imaginables! El país de luto o de ocioso; pero de algo, ciertamente. El alarido, “¡La señora ha muerto!”, pues el pueblo que no la quería la respetaba aun así, y los que no la respetaban eran también los que la querían, siempre tan sobria, una mujer vieja, no manipulada en aras de lo cosmético, mas elegantísima y aparentemente honrada, cosa que era, bien podría decirse. Esa mujer que sonreía mucho para lucir el maquillaje, que lucía su maquillaje para siempre estar sonriendo. Sepultada, tras las ceremonias públicas:

            -Bueno, debes aceptar que le hicieron unos honores bellísimos, concurridísimos por todos, ¿cuántos eran, diez mil?

            -¿Cómo iban a ser diez mil, Margot?, ¡piensa tantito!

            -Ay, perdón… Pero fueron bellísimos los honores que le hicieron, es lo que te estoy diciendo.

            -No tanto como el desfile, Margot… No tanto como el desfile.

            Refunfuñaba, se frustraba, comenzaba a envidiar el país que mandaba, por su autoridad sobre él. No estaba Aristóteles García en el horizonte; por más que supiera que la gente lo encontraba agradable y bien parecido, no dejaba de comenzar a desdeñar su propio estatus de estrella de Hollywood, misma que no era, él se decía. Pero sólo estaba encubriendo el dolor, como cubrió apenas, con un palazo de tierra, o en absoluto, el ataúd de incomparable madera y asideras de plata que guardaba el cuerpo muerto de su madre, en ese funeral de gente invaluablemente bien vestida de negro o, “los muy locos”, de blanco.

            -Mi más profundo pésame, señor Presidente. Estoy seguro de que fue tan excelente Primera Dama por haber sido una excepcional madre.

            -Gracias, Arenas.

            La Madre Mexicana que supo llegar a Primera Dama en la persona de Fátima Domínguez de García. Eso, tengámoslo en cuenta, era muy cierto. El mismo Aristóteles, su hijo, podría hasta regodearse de ocupar el lugar que ocupaba, pero no lo hacía, partiendo de una ambición que, aunque formada en la moral, la justicia, el arrepentimiento y otras humanistas abstracciones, empezaba ya a herir un corazón bueno.

            Ese hombre en la soledad. El Secretario de Gobernación le sujetó el brazo y Aristóteles García comenzó a llorar, enfrente de todos, conmoviéndolos. Llanto, sin embargo, tan sincero como doloroso, pero que le hizo sentir empequeñecido. Margot, entre los presentes disuelta, aunque éstos le trataban, al rozarla y excusarse, con respetuosa deferencia, sentía el dolor de su amante y sabía que tenía que amar a ese hombre aunque ya lo amara. Por eso, con su razón y su instinto de mujer, se sintió encelada cuando una chicuela de veinticinco, con una apariencia de hippy mezclada con hipster, y que era de los presentes vestidos de blanco, se acercó, siendo hija del Gobernador de la Ciudad de México (valle yerto), estrechó la mano y dio un beso en la mejilla al Presidente, dándole el pésame… hablándole de tú. Años después, no muchos, muy pocos, esa chica, llamada Vanessa, sería la amante de Aristóteles García Domínguez, lo cual se supo y fue un escándalo, tanto en “Hollywood” como en Tepito, para la Iglesia como para los ciudadanos en edad para votar por el sucesor de tan galante mandatario, teniendo el PRI de candidato al padre de Vanessa, gracias a Vanessa y sus feroces aptitudes a) políticas, b) sexorrománticas. A la chica le gustaban Mozart y la Literatura hispánica, también Remedios Varo y Luis Buñuel, Paseo de la Reforma y los bosques mexiquenses, Mafalda y una sola significativa noche en París, pero, sobre todo, le gustaban los animales.

            Esa noche, la del entierro, Margot a su lado, cálida, desnuda, abierta, Aristóteles García ensoñaba pesadillas sin poder soñarlas nada más al conciliar un sueño más humano. Tenía fiebre, la Muerte estaba cerca, se había (él) contaminado tantas veces, o demasiado pocas y no tenía por costumbre saber defenderse ante Su Presencia. Hasta que empezó a temblar y Margot a preocuparse. Él deliraba, sudando:

            -Ari, ¡Ari! ¿Qué te pasa, mi amor?

            -Siguieron las fiestas…

            -¡¿Qué fiestas?!

            -Las fiestas bohemias, Margot…

            …Pero corrompidas, descarapeladas, mostrando un interior recientemente podrido. Como si uno mordiera una calavera de azúcar y se encontrase con que contenía el cerebro crudo de un pájaro de buen tamaño dentro.

            Los rodeaba la poesía; la de ellos, la de otros, la de Jesús María Silva Sánchez. Se mezclaban las palabras más adoloridas, que eran las menos escritas, las nunca recitadas, lastimeras y vagabundas, pues no hay peor dolor que la sensualidad ajena. Eran fiestas donde terminaban vomitando ponche con piquete al ritma de sones andinos, disfrazados de comunistas o de Jesús María Silva.

            -¡Cómo fuiste pendejo! –le dijo Aristóteles García a Fernando González.

            De entrada molesto, el amigo le preguntó:

            -¿Por qué? ¿Pendejo por qué o qué?

            -Por lo de Jesús María…

            El semblante de Fernando se tornó en el de un hombre maduro, aunque él no lo fuera, capaz de matar a tiros a cualquier vaquero. Se acercó un poco más a su amigo, más ebrio que un pirata, y lo tomó de las solapas.

            -Vuelve a hablar de eso… ¡y te juro que te mato!

            Se escuchó el ruido de una botella rompiéndose, pero era sólo una coincidencia, una casualidad, quizá Dios papaloteando.

            -¿Vas a volver a hablar de eso, cabrón?

            Asustado, con los labios húmedos ahora secos por el miedo, y la mirada girando como una canica en un embudo, Aristóteles García Domínguez contestó:

            -No, güey. Ahí muere.

            -“Ahí muere”… Eso pensé que dirías, pendejo. ¡Porque el pendejo eres tú, ¿lo sabes?! Yo habré perdido a esa pinche vieja y habré chingado a ese pinche indio pendejo, pero tú… ¡tú perdiste a Mónica! Y tú traicionaste a ese cabrón.

            -Entendido, Fernando… Suéltame ya, hermano… Suéltame ya.

            Al Presidente Aristóteles García Domínguez, la noche en que su madre la Primera Dama de México fue enterrada, le inyectaron calmantes y le extendieron un régimen alimenticio para un par de días, además de asegurarle que no tenía de qué preocuparse por haber vomitado las sábanas lila de seda, pues el Estado le compraría unas nuevas, para apoyarlo en algo, aunque fuera moralmente.

 

*

            Mañana dejo Los Pinos, Margot, donde tú viviste lo que yo, porque no puede decirse que Vanessa esté viviendo lo que yo, pues ella va a quedarse. Su padre ha ganado las elecciones gracias a mí, a lo único que pude hacer en mi haber presidencial: No respetar la democracia. No la respeto porque el padre de Vanessa es un buen hombre, un político brillante y sabrá gobernar un país cien por ciento militarizado y anárquico que, así, contrariándose, funciona muy bien. Los otros candidatos, un montón de pelagatos peleles que hubieran hecho aun menos que yo. Yo, por lo menos, tomé una decisión al final de este mandato que prefiero no calificar para no autoinfligirme una herida que quizá no pueda cerrar. ¡Yo soy, hoy, finalmente… el Presidente de México! Y al serlo ayudo a cientos de millones de personas en este y en otros países.

            Quiero que recuerdes dos cositas, Margot:

            La primera: Una vez, mientras te citaba fragmentos del libro de Filosofía que llevé en la UNAM, fragmentos sobre mi tocayo, dije: “El ser, para Aristóteles, es la base de la realidad”. Y tú, semanas después, me dijiste: “Como decía Aristóteles, mon amour: El ser es la busca de la realidad”. Me reí, pero no te corregí, de lo mucho que me gustó tu excesiva pero deliciosa y muy brillante interpretación a la que llegaste Dios sabe cómo. “El ser es la busca de la realidad”… ¡Hermoso, Margot, my love!

            La segunda: El desfile del Ejército aquél, tan gratuito, tan emotivo y colorado y casi violento, o violento, no lo sé. Ese desfile es donde debí de haber muerto. Los soldados debieron de haber abierto fuego contra mí entre la aprobación de todos los mexicanos y mexicanas y políticos y políticas que nunca me necesitaron en esta La Silla. Tal vez no se habría alegrado nadie de mi muerte, pero la habrían entendido y hasta planeado. La Bandera de este país escurre sangre cuando está quieta. Lo dicen todas las oficinas que valen, por lo menos, un centavo, en esta república nuestra. Sin embargo, Margot, sobreviví el desfile y, junto a mi madre, quien me enseñó a hacerlo, sonreí.

            Me han dicho que estás en París, que realmente me sigues amando y necesitas sanar la herida, lo cual no suprime la posibilidad de que yo todavía sienta un afecto mortal por ti, pero paternal, y sabes que la figura del padre es imposible para mí. Con Vanessa soy y me siento como… No, mejor no decírtelo, crearte una especie de madrastra grotesca cuando, en realidad, ella es un encanto. Habla un francés muy distinto al tuyo, pero me recuerda a ti cuando lo hace, que es cuando le place, como tú.

            Tuyo no, pero contigo: Aristóteles García Domínguez, futuro ex-presidente de México. Au revoir!

 

FIN

 

Eric

Querétaro, Qro.

2023

 

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