TE AMÉ, SCHOPENHAUER (Cuento)

 

TE AMÉ, SCHOPENHAUER

 

            Cuando cerca ya de la medianoche el conjunto de rock comenzó a tocar baladas, Francisco atrajo a María José hacia él para que ella pudiera sentir su equina erección.

            -Me tienes loco –le dijo.

            Ella sabía, sin embargo, que estaba en los brazos de un Don Juan, de esos que usan lociones dulces que no se olvidan y palabras que al amor recuerdan, porque no creen en más dulzura que el de las fragancias del mundo, ni creen en más amor que no sea un recuerdo. La cosa es: ¿Nosotros qué creemos?

            Estamos en una boda. Francisco es amigo del novio desde la secundaria, María José es amiga de la novia desde primaria. Él busca tener sexo, a sus treinta años, ella está, a unas horas de conocerlo, enamorada de él y dispuesta a convertir a ese mujeriego a la doctrina del Amor. Mas no hablamos de una amor cristiano, sino de todo lo contrario, un amor social, un amor erótico, un amor que no termina en crucifixión; un amor así, alejado de Jesús Cristo por el convencimiento de María José de que no existen los cilicios para quien sabe amar, ni las traiciones para el que es amado, esto es, que la señorita loca por Nietzsche tampoco está. El dejar al Dios de sus padres, católicos hasta morir, no le ha convertido en alma oscura, sino que oscura le resulta la doctrina bíblica, y oscura le resulta la Iglesia, apostólica y romana, paradójicamente bárbara y salvaje, dada a la mutilación, a la guerra y, si somos sinceros, al abuso sexual. Ahora que, volviendo a lo de Nietzsche, para asegurar el planteamiento correcto de cómo es el alma de María José, si pusiéramos en manos de ella un título del filósofo alemán cuyo título ni recordamos, lo cerraría al leer que, aunque deplora el cristianismo Nietzsche, apoya él al judaísmo, y María José sólo diría: “Un tanto peor…”, sin darse cuenta que el autor habla de la raza y no de la religión, esperemos. Pero María José pocos libros ha leído en su vida y no muchos irá a leer, mientras que Francisco, un enamorado del texto de Zaratustra, es un licenciado en Psicología que en la preparatoria, por influencia de un… amigo suyo de quien seguramente volveremos a hablar, leyó muchísimo y a todas horas ficción y filosofía legible. Ahora Francisco lee sólo a Lacan, a Foucault y a Freud, porque otras lecturas le recuerdan, precisamente, a ese amigo suyo del cual se enamoró tan perdidamente que, todavía, en rasgos y actos, sigue él allí moviendo su mundo. De ahí que Francisco haya decidido, desde hace más de diez años, que el Amor, simplemente, no existe, y que hay penes y vaginas pero sólo las vaginas son para él, pues qué orate sería aquel que prefiriera tener un clóset que, no se sabe qué es peor, pueda uno en él meterse o de él salir; todo esto como eufemismo a una latente homosexualidad, pues no ve en otros hombres atractivo alguno por estar, sí señor, enamorado aún de su único deseo. Por ejemplo, María José aquí, tiene los ojos verdes de aquel recuerdo, ríe mucho y parece una niña tonta sumergida en inteligencia, como el amigo tal de Francisco, etcétera, etcétera. No es raro, inclusive, que Francisco no consiga una erección con seres femeninos que nada le recuerdan a su amigo, cuyo nombre es Xavier, para dejarnos de mentiras, o que le consigan llevar a la cama cuando recién se ha drogado, porque, eso sí tiene Francisco, es una adicto a la cocaína y a la marihuana y, por supuesto, al alcohol desde que el novio era virgen y su ano, el de Francisco, para defecar. Tiene, sin embargo, Francisco, la tremenda habilidad de poder pasar días enteros sin consumir sustancia alguna que no sea café, mas, a los siete o diez días, el corazón comienza a dolerle, y empieza a consumir hasta despertar en una cama, un día, sin conseguir una erección como esta que le restriega a María José porque, tenemos la certeza, sí se la va a poder coger.

            Ahora bailan, bastante mal, concentrados en la pelvis como están, sabiendo ya cosas muy íntimas el uno del otro. María José, por ejemplo, le ha dicho que su madre tiene sólo un seno, pues perdió el que falta en un cáncer detectado a tiempo.

            -Ahí fue –le había dicho a Francisco- cuando dejé de ser católica. El cáncer, la extirpación, todo lo veían mis papás como alabanza a Cristo… Yo preferí alabar aspectos distintos de la vida, harta de la crucifixión y las lágrimas y el cáncer. ¡Ay, me exaspera! Mi mamá hace lo posible porque se note que está mutilada, como contrición ante el Señor y para agradarle, ¿puedes creerlo? Ahora alabo las flores, los cerros y todo lo que se pueda admirar. Dime qué pasó con el Dios que primero hace las flores y los pingüinos, y luego la Cruz y el cáncer…

            Por su parte, Francisco le habló de sus problemas con las drogas y con sus padres, de cómo en un restorán comenzó a sangrar por la nariz, arruinando su consomé.

            -Mi papá se me quedó viendo. Yo no dije nada, me empecé a reír. Él se levantó y fue al baño, creo que a llorar. Pero eso fue hace más de diez años. Hoy soy precavido y me drogo mucho menos, y cuando ellos no están.

            -¿Todavía vives con ellos?

            -Con mi madre; mi padre se divorció de ella hace siete años. Pero nos dejó dinero… mucho dinero. De dónde saca tanto dinero, no lo sé. Actualmente vive con su secretaria frente a un campo de golf. Ella es licenciada en Comunicaciones.

            Pero ya bailan, ya no piensan en los padres ni en Jesús, nazareno de fama, en el madero sangrante, arrancada su espalda por látigos con puntas de acero, misterioso mensaje, claro mensajero, sin embargo. “Bebed todos de él, porque esta es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna”. Ya no piensan en cáncer, no piensan ya en drogas porque Francisco se acomodó hace menos de una hora dos líneas de cocaína en el cerebro. Bailan, los vemos. Él le susurra algo a ella, ella asiente a su manera, dejan la pista, cruzan una puerta, luego otra puerta y están en un inmenso jardín, frente a un estanque. Se sientan en la grama, se besan, escondidos de la luz de la Luna, se escapan de ella porque no puede ser espectáculo lo que con sus dedos hace Francisco bajo el vestido en María José. Ella le dice: “Penétrame”, él hace caso, la penetra, está su sexo dentro de ella; y en ellos hay cierta furia, porque no hablan de nada –a menos que poéticamente aseveremos que se están hablando con el cuerpo-, pero al no hablar nada resulta que todo queda adentro, entre amor y odio a otras personas, a instituciones, a la vida, en fin. Son como lobos, sí, devorando sus ascos, devorando lo que les repugna. Pero cubriéndolo todo está el acto este, ejemplar y digno de moderna admiración: lo que hacen, lo que actúan, es el amor, el sexo, los besos, las embestidas y su carnal recepción, incluso un mito están haciendo ahí y claro que están siendo observados, pero es gente discreta, y, decíamos, están practicando una relación sexual que los llena de un placer que esconde para ellos lo que devoran con ira y posibilidad. Ella le dice: “Sal”, él no la escucha, la oye entre quedos gemidos, eyaculando dentro de ella, gritando, con su cabeza en la barbilla. Su sexo está repleto de semen, su óvulo rodeado de espermatozoides, penetrado por uno de ellos, formándose el muy temido cigoto, fruto de un Amor que él casi tiene como ella su esperma sí tiene, dentro de sí.

 

***

 

            Más parecido a una vid que a una persona, el feto fue extraído de las entrañas de María José.

            Pensando en los detalles, no del aborto en sí, por supuesto, pues los católicos no somos nosotros, sino en el lugar donde se realizó, las imágenes que, tremendas, guardaríanse siempre y por siempre en la mente de María José, de la mujer, junto a los aromas y pensamientos, el tabaco fumado en algún punto invisible, el alcohol, el solitario pasillo, la puerta de madera clara, el hecho de ser una oficina convertida en quirófano, etcétera; los detalles que pudiéramos compartir son absurdos, agresivos como la descripción que hace Yukio Mishima en “El color prohibido”, al leerlo, de la silla del obstetra, apariencia más bien tortuosa, y que no nos atrevemos a plasmar, no por ignorancia, pues esta historia es real, sino por gusto, quedarán justo donde no debieran estar, porque somos del pensar que la mujer, cegada en y para tantos asuntos, injustamente no sea cegada para otros que, en estos contextos, son terribles elementos que por desgracia pasan a ser fragmentos de su persona, partes calladas, pero muy vivas, de su historia. Porque la cosa es, nada más, decir lo ya dicho: nuestra María José abortó a la criatura, y lo hizo en un mundo de hombres; esa noche la Luna estaba llena. Razones habrá tenido…

            Esa misma noche, no cualquier noche, en la penumbra de su habitación, usando una lata de cerveza como pipa, Francisco fuma cocaína en piedra. Se encierra, es uno con el universo, esa droga es Buda. Ya no le duele el corazón, que palpita alegre en un cuerpo de músculos marcados. De los tantos efectos de la piedra hay uno que favorece la estimulación, potente y directa, del la libido del que la fuma, a grados animales, a oscuros extremos del exhibicionismo o del voyerismo. Francisco prende la computadora y busca videos de lesbianas en la internet. El sitio web advierte que las modelos parecen menores de edad, pero que no lo son. Poco le importa a Francisco, para él están bellísimas y, de paso, se asegura de no estar cometiendo un crimen. Mas él quisiera, y parece que lo sabemos nosotros mejor que él, al grado de poder nosotros estar mintiendo, estar viendo algo que le recuerde a Xavier, así que recurre no sólo a las propias fantasías, sino también a recuerdos vívidos de noches que ni el alcohol pudo borrar. Su ano invadido por la lengua y los dedos de Xavier, su pene siendo masturbado, el océano que dejó en la cama al venirse, su completa desnudez, el pie suave y somnoliento de Francisco colocado en el sexo del amante indiscreto. Sus ojos están cerrados y tiene una erección enorme. ¡Cómo duele no tenerlo, pudiendo haberse casado con él, gracias a las nuevas leyes en el estado! Los ojos verdes felinos, como los de… de… ¡María José, sí! Había olvidado su nombre, había olvidado que la dejó con sus semillas dentro, como a una perra distraída. Su simiente, tornada en experiencia infernal para ella, un aborto, nada menos. Un hijo.

 

***

 

            Francisco fuma muy rara vez, pero en la tina se ha fumado un cigarrillo bastante especial: pretende que sea el último en su vida, y no es que se aleje del vicio, sino que está a punto de cometer suicidio. El cuchillo de cocina nuevo está ahí, donde se pone el jabón. Es poco frecuente en el país un baño con tina, pero Francisco lo tiene, y su madre un jacuzzi. Ya ha fumado bastante piedra, inhalado cocaína, comido una galleta de marihuana, y un trago peculiar, ron blanco con hielos y un poco de cocacola, versión que Xavier hacía de la cuba libre y, además y no exageramos, que recomendaba para beber en las tinas de los hoteles en Cancún o Acapulco.

            Sí, Xavier estaba ahí, no físicamente, claro, que ya son casi diez años que él y Francisco no se ven, pero esta vez, esto es, este día en que Francisco se suicida, mucho tiene del amante nocturno que de buen amigo bajo el Sol se disfrazaba, como de oveja el lobo se disfraza, en la mente y abarcándola toda, y hundiéndole en un pesar terrorífico… No era una persona que ambicionara ser padre, pero padre fue de una criatura cuya existencia de ella se enteró ya que había sido abortada. ¿Había gritado en el vientre materno? Nosotros sabemos que formado no estaba, pero Francisco imaginó la peor escena posible: largas varillas con ganchos, aspiradoras, desmembramientos; aun así viendo las cosas, María José lo abrazaba en la sala de su casa, después de contactarlo con la ayuda de la novia de la boda donde concibió a un hijo de un hombre que no creía en el Amor, de nombre Francisco, de loción muy dulce, y, dicho sea de paso, de sangre catalana, lejana, sí, pero en un apellido masculino manifestada grácilmente. Mas, decíamos, con la ayuda de su amiga de la primaria que bailó el vals de boda frente a ella, a dos décadas de iniciada su relación, y de las redes sociales cibernéticas, María José dio con Francisco y él le sugirió llegar a su casa, donde podrían tomar unos tragos y quizá hacer el amor. Pero llegó esta joven mujer a hablarle de un aborto, el aborto de su hijo, y, después, a recargarse en su pecho como Juan en el de Jesús ya que la Muerte estaba cerca. El calvario.

            María José lloró, rió; habló, calló; criticó, soñó; era un encanto. Francisco empezó a sentir náuseas, le dio vueltas la cabeza, y se le figuró que esa chica estaba, por decirlo de algún modo, chiflada. Y eso por un lado, porque por el otro tenemos a un Francisco que lleva meses pensando que, aunque quiera negarlo, esconderlo, matarlo, siente un amor, erótico y emocional y fraternal, por Xavier, como insinuamos o hasta dijimos que lleva teniéndolo toda su vida. Porque lo extrañó en la boda donde tomó, fumó, aspiró, bailó, cogió, durmió y hasta vomitó. Mencionamos lo último no por carecer de prudencia en las maneras, sino por la importancia psíquica con respecto al Xavier que tanto estamos mencionando como parte trascendente en la grande o pequeña vida de Francisco… Siempre que vomita, pues siempre toma hasta “morir”, piensa, entre arcada y arcada, en el amor de Xavier. Como dice la canción, “perdido en un bar” Xavier, en el escusado, tras cuatro volúmenes de Marcel Proust en privado, sólo marihuana y cocaína, consumidas según sus posibilidades financieras, un mesero de buen gusto, un colaborador de dos revistas y un periódico, aunque éste está a punto de desaparecer. Xavier, que toma café después de comer, que lleva clases de gastronomía para aficionados, que fue expulsado de la universidad donde estudiaba, como la secretaria del padre de Francisco, Ciencias de la Comunicación, alcanzando a aprovechar apenas a Georges Melies, por fumar marihuana en el estacionamiento. Ese Xavier, vomitado en cantinas de mala muerte, mismas que concurrió alguna vez, en escusados de fiestas para “chavos bien”, eventos que le aburrían pero le tenían presente.

            Ahora, esta vez Francisco apenas ha tomado dos cervezas y el ron que bebe, pero sí está, con un traje de baño puesto, por la madre que no fuera a verle desnudo al sacarlo con esfuerzos de la tina ensangrentada, en una tina por ensangrentarse con la propia vida, junto a un cuchillo de cocina en la jabonera de cerámica fina en la pared, esperando a hacer lo que justo está ahorita haciendo. ¡Arde!, y vuelve a arder.

            No quiso Francisco, al cerrar la puerta tras salir María José, radiante, dedicar el resto de su vida a interrelaciones, humanas, por supuesto, con gente que Xavier no hubiese cruzado palabra alguna que no fuese por ofender, de ahí tantos problemas sociales. Sociales e irremediables: este Francisco usa el cuchillo de mamá contra el propio cuerpo, pero muchos Franciscos buscan encontrarse con Xavier una noche en la nada para enterrarle el cuchillo de papá en la garganta. Pero volviendo a María José, su sonrisa, que ahora a él le resulta malvada y cínica, inundó la visión de su mente, a pesar de estar muriendo recordando  a sus padres, a sus escuelas, a viejos amigos, a Xavier… Xavier y su eterno cigarrillo, bebiendo como perro, rodeado de gente que ríe, ¿cuándo fue la última vez, cuándo, que Francisco escuchó y vio a un grupo de personas reír así? En soledad lleva tantos años, que no se puede saber, aunque lo sepamos. Xavier y su abrigo café, su reloj dorado, sus zapatos en punta y los pantalones elegantes como la camisa de algodón, que hizo suya, de Francisco: No sólo fluidos intercambiaban. ¿Dónde está Xavier? Pregunta Francisco mientras la vida se le escapa, pues morir desangrado de cortes en las muñecas es difícil, pero algo habrá hecho Francisco bien que podemos asegurar que dejará este mundo, y, más aun, como ya se puede intuir que todo lo que ocupará su ser en los últimos momentos de su vida son Xavier y la sonrisa de María José, hablemos de cómo Francisco verá una luz hacia la cual caminará su alma turbada, aunque la luz esta sea, a fin de cuentas, la lámpara en el techo del baño, la caminata e ida hacia ella de su alma, de su persona que no respira, será real, tan real como el dolor de su cuerpo, que se quedará aquí para, un día bastante cercano a este, ser incinerado, impedido así futuros movimientos, resurrecciones, regresos de él.

            Y la luz se hará total. Dentro de esa homogeneidad, un espacio habrá que ocupe un alma que Francisco sabrá bien de quién fue, y unas palabras, entre miles de voces, le dirán: “Yo soy tu hijo, y fui abortado”, y otro espacio, por otra alma ocupado, desde la arteria luminosa del más allá, dirá: “Yo soy Xavier, y también me suicidé”.

 

FIN

 

Querétaro, Qro.

Eric.

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