EL CUENTO DE LA GATA AZUL (Cuento político)

 

EL CUENTO DE LA GATA AZUL

 

 

“Pero esta era una explicación absurda…”

LA PRISIONERA, Marcel Proust.

 

 

1

            Deambulaba como muerto viviente en una fiesta que no le correspondía. Se vio en el espejo de hierro. La casa, la mansión olía a agua de piedra y madera gorda. Las pinturas en las paredes lo intimidaban, los kilim afganos eran tantos que parecían uno solo, monstruoso, obsesivo (kilim significa “sin pelo”, son tapetes anudados de lana). El viento no entraba ahí. Olía a puro y a cigarrillo fino, olía a alcohol. Alcohol. Ella estaba al centro de la habitación, que bien podría llamarse un salón, sola y magnéticamente vestida de azul. Azul. Vestido azul, medias azules, azul el  bolso, el reloj azul, azules los tacones, y cuando se acercó a ella para tener algo qué escribir, vio que sus ojos eran de un azul puro, como dos duras canicas. Era una mujer de la tercera edad, sosteniendo un vaso corto, a la mitad de vodka, que su mano entibiaba. Estaba tan sola, como una lunática, tan interesante ahí, al centro del lugar, que la abordó por eso.

            -Buenas noches, ¿la acompaño?

            -Con gusto –ella sonrió.

            Se presentaron, estrechándose las manos. Si él tenía alguna duda de que la fiesta era una celebración del Partido Acción Nacional, el atuendo de ella las disipaba. Se lo comentó.

            -Porque soy una vieja. Esto es cien por ciento Movimiento Ciudadano. Así como me ves, peso bastante en la campaña de Anaya. O Ricardo; como le quieras llamar.

            Vació su trago.

            -¿Me acompañas por más de esto, Jaime?

            -¡Claro!

            Se tambaleaba, y el escritor de treinta años no tardó en percatarse de su alto y más que alto, agudo estado de ebriedad. Cruzaron el radio que direccionaba a una barra de madera de una pieza. Un joven cantinero y su ayudante tenían tragos pendientes que servir. A ella no le importó. Ella pidió un vodka azul, derecho y doble.

            -¿Tú qué te tomas? –le preguntó a él.

            -Una cuba libre. Mucho hielo, mucho bacardí, pintadita de cocacola.

            -¿Cuentito de Alfonso Reyes, balacera en Nayarit? Ya me la sé. La lengua antes que todo.

            -Escribo –dijo él.

            -¡Ah, ya sabía! Tienes un aire de intelectual que no puedes con él.

            Pero él estaba ahí para evitar los círculos intelectuales de la ciudad, porque un desamor, una chica de veintidós, bohemia, estudiando antropología, se acostaba con otro hombre.

            -¿Has publicado algo, Joaquín?

            -Jaime.

            -¡Jaime, sí! Discúlpame, Jaime… ¿Has publicado algo, Jaime?

            -Sí. Gané el premio Alfaguara con mi primera novela, la única hasta ahorita.

            -¡Ah, vaya…! Exitoso y todo.

            No le preguntó el título de la novela, pero él se lo dijo:

            -La novela en cuestión se llama “Sangre en los dioses”.

            -¿La que ganó, la tuya?

            -Sí.

            -No la he leído.

            -Pero ¿sabes que existe?

            -No, papacito, yo casi no leo ficción y no voy a empezar a hacerlo.

            Él calló, miró ese cuerpo delgado, arrugado, manchado. Recordó a Marisa Paredes en “Profundo carmesí”, su actriz favorita. Se sintió atraído.

            -Gracias –dijo ella al cantinero, que les entregó sus bebidas, y prendió un cigarrillo.

            Junto a ellos, un grupo de jóvenes un tanto drogados bebían tequila en vasos jaibol. Uno estaba diciendo que una chica llamada Lucía le había hecho sexo oral en el estacionamiento de la plaza de toros de Torres Landa por un poco de cocaína.

            -¡Te dije que era bien puta, güey!

            -Ay, Dios mío… -dijo ella a Jaime, después se dirigió a los muchachos- Moderen su vocabulario, chamacos, esto es un evento de gente decente.

            Empezaron a reír.

            -Sí, señora, perdón –dijo uno, muy serio- Es que venimos de una novillada y el coñac tenía un chingo de alcohol.

            El resto se dobló de risa.

            -Ay, ¡escuincle!

            Regresaron él y ella al centro del salón. Las personas que la saludaban no se quedaban a platicar. Podría decirse que ni siquiera eran amables al saludarla.

            -Me pregunto quién será esa Lucía.

            -Yo también –dijo el escritor, pero ella no captó la broma.

            Ella. Ella. Ella parecía una gata, se le figuró a él, una gata azul. Una mujer demolida, tan alcoholizada que parecía estar dopada, oscilando sobre su eje, con la boca entreabierta, con la garganta arrugada por el humo que entraba a su cuerpo y de su cuerpo se escapaba. A nuestro escritor, que se figuraba muchas cosas, como hemos visto, cambió la perspectiva, dejó de sentirla impecable e impactantemente bien vestida, y empezó a considerarla una mujer pasada de moda, la ropa, azul, toda azul, sí, toda, parecía barata, mientras que el resto de los hombres y mujeres, portando oro, destellaban una finura en sus ropas diferente, moderna y más atinada que la exageración de vestirse uno o una todo de azul. Parecía, más bien, la secretaria de esas personas. Mas, y esto es lo que pasó, no dejó de parecerle a él una mujer interesante que le distraía de las inclementes punzadas de dolor que sentía por su desamor. “Emborrachémonos, pues”, pensó y dio un profundo trago a su bacardí con hielo y un chorrito de cocacola.

            -Tú y yo, Jaime, tú con tu premio, yo con mi poder, podemos hacer algo fantástico por Anaya, pero ¿qué?

            -Bueno… La verdad, no me gusta la política.

            -¡¿No?! ¿Entonces qué carajos haces aquí? –preguntó ella y empezó a reír- Papacito, estamos hasta recaudando fondos. No hemos recaudado nada porque todos estamos recaudando… ¡Todo esto es de Anaya! De hecho, él iba a venir pero no pudo, por eso hay tanta gente tomando así… Es la flor y nata de Querétaro. En una de esas y nos cae mi otro jefe.

            -¿Qué otro jefe? –él inquirió, dispuesto a regresar, algún día próximo, a su escritorio y escribir algo que le acercara a una realidad lejana para tenerla cerca aunque lejana permaneciera. Eso es lo que él quería.

            -Mi otro jefe: Diego Fernández de Cevallos, chamaquito.

            -Creo que sé quién es.

            -¿Crees?

            Ella empezó a hablarle del Jefe Diego puros primores. Luego pasó a decir que ella era “amiguísima” de Margarita Zavala, y que Calderón le llamaba a diario para pedirle algún consejo.

            El escritor, ebrio ya, se preguntó qué tan cierto era todo eso. Falso o verdadero, lo tenía ya escuchado.

            -Y tú, ¡que ni te gusta la política! Lástima que no necesito asistente…

            -Pero, disculpa, ¿por qué no me hablas de ti?

            -¡Es lo que estoy haciendo, corazón!

            -No. De ti…

            -¿De mi niñez?

            La gata azul le miró con fiereza.

            -¿Quieres que te hable de mi infancia? Dímelo, y lo hago.

            Él lo dijo y ella lo hizo… Una gata azul que nació y creció en Lomas de Chapultepec. Con una estricta educación católica, con un noviazgo turbio (el novio embarazó a su mejor amiga y se casaron “por estúpidos”) que la inició en los excesos del alcohol y que la orilló a formarse como numeraria del Opus Dei, cosa que fue, mas la expulsaron por su manera de beber. Estudió Comunicaciones, se metió a trabajar para el PAN, gracias a contactos de su padre, donde conoció al Jefe Diego, donde compitió contra Salinas, Zedillo, y se ausentó a partir de Fox; sin perder el contacto con el Partido (repitió que su relación con Calderón era estrecha), regresó, por instancia del Jefe Diego, a trabajar para “su gallo, Ricardito Anaya”; etcétera. Todo fue religión, alcohol y política. Y un hermano que acababa de fallecer tras un infarto masivo, “Dios lo quiso. Era una hombre malo”.

            Pero el alcohol en ella empezó a traicionarle, no podía hablar casi.

            -Me… Me tengo que sentar, Jaime…

            Él la llevó a su apartamento, al de ella, que se durmió en el coche, soñando con palomas, quetzales, buitres…

            Se deslizó el ala del poder amargo, ¿dónde estuve, Dios, si pienso, frente a los ladrillos? ¡Muro de ladrillos que son piedra, mampostería azteca, fuego…! ¡Fuego contra ellos! ¡Que viva Monterrey, que viva el Bajío, viva la Nueva España, muera Napoleón, que muera Napoleón! ¡Ay! Luces guiando a los griegos, las paredes de tierra, con mis manos de ciega, las paredes de tierra, el año ulterior, el significado uterino, apostólico, demacradamente letal y sabrosísimo… Expulsión del umbral, temblores, ansiedades y ganas, ganas de todo, como un niño en un burdel, como la mula con patas de perro, plumas de hueso, maldita tontería, indivisible verdad de ojos salidos sacados arrancados ojos en el torero, plaza pequeña, miremos la violencia del caballo toreado por un argentino que es español y un vino que agrede, que impide, que da vueltas a lo inconcebible, pueblo ajeno a su propio crimen, coche sobre el pasto, una anciana comiendo semen, el pico de plata que arranca la espalda campesina recia dura injustamente implacable, cráneo motriz, luna escupida, luna… luna… la Luna, la cara de Jaime, “Creo que ya llegamos…”

            -Ayúdame, papacito, ayúdame a bajarme…

            Él la subió hasta su apartamento, aún ebria la gata azul le dijo:

            -Pasa.

            Él pasó. De algún modo, ella, ella se quitó los tacones sin caer, se acostó en un sofá y le pidió un café para los dos.

            -Con piquete, Jaime. No estamos tan mal que no podamos seguir tomando.

            Cuando el café estuvo listo, él preguntó:

            -¿Le pongo ron?

            -Y kahlúa…

            Mientras él lo hacía, ella se desvistió por completo.

            -¿Apagas la luz, Jaime?

            Él no pensó en el desamor que le había convertido en una especie de autómata desgarrado por el vicio de su viciada amada: El vicio del amor de Huitzilopóchtli: “Dame un corazón”, y luego otro y otro y otro…

            Jaime, él, llevó las dos tazas de café con ron y licor a la mesa… Permaneció frente a ella, de pie. Sin embargo, debido a las creencias religiosas, católicas de la gata azul, no hubo sexo oral ni cocaína, no hubo sodomía… Un misionero, luz apagada, alcohol en la sangre, en el aliento, en los gemidos. Alcohol hasta por los suelos. Y eso fue todo: Sin marihuana, sin algún tormento otro que aquel que él había olvidado.

            Él también soñó con pájaros.

            Despertó ella primero y en su cama, él en el sofá. La gata azul, gata de carne, se veló con un humor de los mil infiernos que sólo apaciguó después del primer desarmador. Se bañaron por separado, nuestro escritor en el baño de visitas, comieron unas quesadillas que ella sacó del refrigerador y recalentó. Prendió el primer cigarrillo, y dijo:

            -¿Me llevas a la iglesia, por favor?

            La cabeza de él estaba a punto de estallar adolorida. No se percató que fue la primera mañana, en meses, en la que no pensó en la otra “ella”, la ella original, previa en el tiempo, incrustada en los Trópicos de Henry Miller, versión cuasi socialista de la Niña Mala de Vargas Llosa, la voluptuosidad permanente: Esa posibilidad estancada en sí, nulificada por lo que él no quería ver, que lo mataba, que le tenía de suicida, mandándolo a una fiesta de Ricardo Anaya…

            Subieron al coche. Ella iba bien vestida, otra vez de azul. En ese día azul soleado, bajó del coche, cerró la portezuela y asomóse por la ventilla.

            -No hay que volvernos a ver. No por mí, por ti. No voy a pecar de escándalo –dijo, y subió las escaleras de piedra gris, entró en el templo católico (¡romano! ¡apostólico!), porque se iba a confesar; ese rito satánico que es el perdonar los pecados, en la opinión de él, ocurrente escritor, joven y galardonado, ausente a la política de su tiempo, presente sólo en el sentido de que no iba a escribir nada ese día. Esto lo supo en el momento de la noche anterior en que la penetró.

           

2

            La volvió a encontrar en un sanborn´s recién inaugurado de la ciudad, en la farmacia. Él la saludó, ella lo saludó de vuelta. No había amargura en su voz, había otra cosa, él lo supo después, que era miedo. Pero sonreía y se esforzaba, lográndolo, por ser afable.

            -¿Sigues tomando como tomas, Jaime?

            Él rió. Ella lo miró con una sonrisa, no chueca, sino nerviosa, trémula, pero sincera.

            -¿Café? Sí, me excedo – contestó.

            -Espero no haber sido yo –dijo la gata azul- la que te indujo.

            -En parte, sí –él comentó, simpático, y preguntó si le apetecía tomarse uno con él.

            -Sí, pero en mi casa, ¿qué te parece?

            Fueron a su apartamento. Quizá por encontrarlo demasiado erótico no se sentaron en la sala, ella. Le sirvió a él en el desayunador un café con ron y licor, cuando ella se preparó un vodka tonic. El escritor no quiso habla por sí mismo de política: Ricardo Anaya había perdido la contienda contra Andrés Manuel López Obrador, ya presidente. Platicaron sobre arte, tanto de un modo crítico como de un modo anecdótico, como cuando él le contó:

            -Una vez, Picasso quiso pegar una comilona en un restaurante con un dibujo que hizo en una servilleta. El propietario le dijo: “Bueno, pero fírmelo”; Picasso contestó: “No, no, tranquilo, te estoy pagando la comida, no te estoy comprando el lugar”.

            Riendo, la gata azul exclamó:

            -¡Qué bárbaro!

            Y así pasaron un par de horas, como un par de años, quizá un poco más, pasaron con un Anaya derrotado. Pero ella calló en cierto punto, y él también, a decir verdad. Entonces la gata azul dijo al escritor:

            -Estoy sola y no quiero estar sola.

            -Aquí estoy. No sé si nos conocemos mucho o poco, pero aquí estoy contigo –le tomó una zarpa con sus manos suaves, casi femeninas en ese aspecto, pero varoniles en otros- No te voy a mentir: Me siento unido a ti. ¡He estado pensando en ti por años!

            -¡Espérate! No digas nada… -pero las manos no las quitó, sólo las retiró delicadamente, con astucia, sus manos rojas y pintadas por una vejez que no era la del cuerpo.

            Él se aventuró:

            -Un amigo mío me dijo algo que me dejó pensando, recordándote. Me dijo que Fernández de Cevallos rompió relaciones con Anaya por haber sido un mal perdedor, por cómo hizo un discurso diciendo que los mexicanos nos habíamos equivocado, prácticamente una bola de pendejos nos llamó. Y pensé en ti, me preocupé.

            Mientras decía el escritor estas palabras, el semblante de la gata azul se ensombreció. Una lágrima, únicamente una lágrima cayó rápida de su ojo derecho. Y dijo, en voz queda pero hambrienta:

            -Ojalá fuera tan sencillo, Jaime. Ojalá estuvieras aquí sólo para fornicar, dulzura…

            -¿Qué pasa, gatita? Dímelo…

            Él la miró, deseoso pero cándido, un tanto formal, pareciéndole a la gata, azul, un verdadero encanto, mas, bien dijo ella, lo que necesitaba era un confesor, o un psiquiatra.

            -¿Por dónde empiezo?... ¿Por dónde?

            -Sea lo que sea, no creo que sea tan grave, ni tan complicado. Suéltalo.

            -Son sólo sospechas, ideas, nada más…

            -Dímelas…

            -Desde un principio, Anaya estuvo ahí para perder. Todos los que no eran López Obrador… Una alcohólica, un mutilador, un muchacho apenas, pero nulo, que no habló en punto alguno de algo que no fuera un violento e idiota ataque contra López Obrador…

            -¿No fue una victoria democrática?

            -¡Escucha lo que digo, Jaime! Sí fue una victoria democrática, eso es lo que lo hace genial…

            -¿Qué es genial? –preguntó él, aunque empezaba a comprenderlo.

            -Todo. La democracia… La contienda, ¡el poder! –apuró su trago, “Sírveme más”, dijo, entonces continuó-: La campaña estaba saboteada. Por todo Querétaro la propaganda publicitaria de Anaya mostraba su rostro con grasa… ¡¿Entiendes?! ¿Una propaganda para la elección de un presidente, con su rostro brillando de grasa? Ese fue el toque sucio… El toque limpio, el golpe asestado lo dio Fernández de Cevallos, ¡mi Jefe Diego!

            -¿Cómo?

            -Brindándole la menor cantidad posible de información política. Es posible que Anaya siga sin saber qué pasó, que apenas lo sospecha: Me duele decir esto, Jaime, pero éramos una bola de estúpidos trabajando para alguien más estúpido que nosotros. Eso fue la campaña presidencial de Ricardo Anaya… Todo empieza con Salinas…

            -¿De qué forma? –él inquirió, confundido.

            -Lleva desde 1994 queriendo matarnos a todos… Y ahora está en el poder, otra vez… Me di cuenta viendo los anuncios posteriores a la toma de poder de AMLO…

            -¿Qué anuncios?

            -Los de PT… Los que sabemos un poco de esto, Jaime, sabemos que el Partido del Trabajo pertenece a Carlos Salinas de Gortari… Dicen los anuncios que el PT “se ha pasado a la izquierda”… Él empezó todo esto… Él empezó con su programa de Solidaridad, cuyo director era Luis Donaldo Colosio… Colosio le arrebató el PRI a Salinas de Gortari, que lo tenía como su protegido… Pero no había perdido el control del país, Colosio fue asesinado; estoicamente, Salinas, viendo Solidaridad destruido, decidió hacer una alianza con el Jefe Diego: “Tú desarrolla a los ricos, yo desarrollaré a los pobres”… Y lo hicieron, ¡a toda costa! El salinismo existe, Jaime, ¡existe!...

            -No sé si te entiendo.

            -¿Sabes por qué Diego Fernández de Cevallos nunca ha sido presidente de México?

            -No.

            -Porque no quiere verde obligado a hacer ni devolver favores a quienes no quiere favorecer…

            -¿Como por ejemplo?

            La gata azul empezó a reír mientras las lágrimas descendían, cruel era su llanto, por sus mejillas demacradas:

            -¡El Vaticano!

            -¿El Vaticano? Creí que el Jefe Diego era católico.

            -Lo es. Pero es un católico en guerra interna. ¿Sabes qué son los jesuitas?

            -Sí…

            -Pues te lo voy a repetir: Son libertinos que sólo creen en la intercesión del Papa, de nadie más, nadie más puede ser intermediario espiritual, mucho menos económico o político ente ellos y Dios; los papistas no son guadalupanos…

            -Momento… México adora al Papa…

            -No, papacito. México, el México popular adora a Juan Pablo II, un guadalupano, según dijo. Los demás papas tienen un modo de ser sentidos distinto por los mexicanos, bueno, los guadalupanos… ¡Salinas adoraba a Juan Pablo II, Jaime, por la paz que trajo, por respetar la soberanía de este país arriba de las intrigas del Vaticano!... Mira, Jaime, es así de fácil: En Estados Unidos, como pudimos ver en los atentados contras las Torres Gemelas, en la guerra de Bush contra Iraq, en Estados Unidos la política está revestida de religión, mientras que en México la religión está revestida de política. ¡Aquí hasta los ateo son religiosos, místicos, dogmáticos!... Que me disculpe el Señor a quien tanto amo, ¡pero por eso no avanzamos! ¡¿Cuál política?! ¡Todo es una maniobra mercadológica, satánica! Las palabras atacando a López Obrador… No. No puedo vivir así… ¡AMLO es guadalupano!

            -Pero, ¿cómo puede Salinas estar detrás de Andrés Manuel?

            -Eso está en todas partes… Es sospechoso que Carmen Aristegui y Denise Maerker estén, ahora, en contra del presidente, cuando lo apoyaron tanto en otras elecciones: Las enemigas juradas de Salinas. Siempre lo quisieron fuera de la jugada. Pero AMLO perdió con ellas, una y otra vez; ¡y se peleaban con Salinas! Lo cuestionaban por sentarse a desayunar con Madrazo para planear reformas constitucionales, pregonando que Salinas de Gortari no ejercía cargo público alguno!... ¡Y Madrazo! Madrazo… El candidato del PRI contra Calderón y López Obrador. Claramente, un político que hace trampa hasta haciendo deporte, no iba a ganar las elecciones, la pelota fue para AMLO, pero Fox falló a favor de Calderón, traicionó a Diego Fernández de Cevallos, quien desde ese entonces quería a AMLO de presidente… ¡Obviamente Calderón no ganó democráticamente! Calderón para el Jefe Diego es lo que Colosio fue para Salinas… ¡Le robó el PAN!

            -Pero no el dinero.

            -¡No, aunque le habrá robado bastante en el nombre del Vaticano! Salinas ya había planeado asimilar la entrada de un Narcoestado, como lo planteó en su libro “La década perdida”, y entró Calderón a hacerle la guerra al narcotráfico… Políticamente, Calderón hundió al país. Gracias a él todo vale menos pero cuesta más…

            -Entonces, ¿AMLO es salinista?

            -Él perdió el PRD, por ejemplo. No es que sea salinista… Andrés Manuel López Obrador es un matón, Jaime, ¡por eso está corriendo la sangre! Políticos que están muriendo, ¡como moscas! Secuestros, extorsiones, ¡una maldita guerra! O guerras, diría yo.

            -¿Qué hay de Peña Nieto?

            -En un inicio, traicionó a Salinas, pero antes de abandonar Los Pinos regresó con él. Salinas de Gortari recuperó el PRI, puso al monigote de Meade para que nadie votara por él, como con Madrazo, y el Jefe Diego puso a Anaya, haciéndolo pasar por su propio infierno, por su eterna humillación, para que AMLO, otra vez, ganara las elecciones democráticamente… López Obrador es el presidente porque los guadalupanos ganaron. ¿No les llaman así sus enemigos: “pinches nacos”? Calderón era un fascista, en forma… AMLO está aquí para castigarnos a todos, Jaime… Tanto por el pasado, propiedad de Salinas y el Jefe, como por el presente, que es de él.

            -Tú sólo hacías tu trabajo, gatita –él dijo.

            -No –ella contestó, temblando y frágil-. Yo estaba con Calderón, también con el Jefe, pero, ya ves, con la Iglesia… Con Margarita.

            -Creo que eso no es suficiente para sentirte amenazada, digo, yo creo…

            La gata azul, azul el humo que esto dio, prendió un cigarrillo, bajó la mirada, y dijo:

            -Estábamos en una fiesta de Calderón… Todos estábamos bebiendo, fumando… Nos llamaron a una especie de cine privado… Empezaron a reproducir un video, falso pero peligrosamente realista, ¡infernalmente realista!

            -¿De qué era, gatita? –le preguntó el escritor, casi molesto.

            -Era López Obrador… Con su familia… Era un video pornográfico… Todos empezaron a gritar, a drogarse, ¡a masturbarse! A chiflar. Y yo estaba ahí… -la gata azul elevó la mirada, atormentada por las delicias del alcohol y por el llanto, y por el miedo, decíamos-. El Neoliberalismo fue un error que se paga con la muerte. Te lo vuelvo a decir, AMLO es un psicópata, como dice Fernández de Cevallos, interesado en que corra la sangre. Él no es un ángel, es más bien como un san Pedro. No hay vuelta atrás. Le ganas a uno, sí, eso pasó, le ganas a uno la partida, pero se lleva el ajedrez, y a los tres, pues nunca… Jaime, son personas distintas pero un solo país, o, peor aún, son la misma persona pero tres países diferentes; y ahora los neoliberales se burlan de él o lo atacan, porque están tan dopados por sus excesos que verdaderamente creen que se les debe algo. ¿Has visto cómo se llama el nuevo libro de Salinas de Gortari?

            Con una voz casi inaudible, el escritor dijo:

            -No.

            La gata azul dio un trago fuerte, ya tibio:

            -“Los abandonos del Neoliberalismo”.

 

3

            Surgió un amor que ya había sido gestado. Un amor que sujetaba sus cuerpos convulsos, la verdad de las cosas. “¡Oh gata azul, dime, dime más!”, y maullando, porque esa era su vida y, como lo enuncia Proust, la vida es nuestra mente… Ella esperaba una llamada telefónica de parte del Jefe Diego, un telefonema que la obsesionaba, pues era cosa de supervivencia; y ella se portaba como una buena gata, olvidando a Anaya, Calderón, Margarita Zavala y Dios sabrá quién más… “¿Sabes qué es el salinismo, Jaime?”; desnudo él preguntaba, “¿Qué?”, y ella le decía: “El liberalismo económico que Salinas de Gortari heredó de Miguel de la Madrid… Una teoría, la liberal, del siglo XVII o XVIII, que postula la no acumulación de capital por parte de la clase alta, sin que dejen de recibir los ingresos de siempre… Bien, Salinas decidió: Las clases altas, con sus ingresos de siempre, sí, no van a acumular valores, pero las clases bajas (y el gobierno), en cambio, en aras del progreso nacional, acumularán en bancos privados el capital… En realidad, el salinismo es lo que en su momento se llamó Neoliberalismo, pero cuando los adversarios  politicoeconómicos de Salinas (y del Jefe), llamaron Neoliberalismo a un egreso total del capital, ¿sí?, que se tornara un ingreso a ellos mismos, para después, daban su palabra, ser ellos quienes se encargarían de hacer las inversiones del pueblo: campesino y obrero, por lo general. Después se deformó y consistió en no pensar en el futuro, en defender el estatus socioeconómico de las clases altas, y segregar al gobierno del Estado. Recordemos la máxima politicoeconómica que dice: El capital permite la anarquía. Fernández de Cevallos pudo visionar la llegada del populismo de derecha, nacido hace no mucho, y que hoy se manifiesta como una de las más graves situaciones del intelecto mexicano. Visionó, te digo, Jaime, el Jefe Diego tal vía, nefasta pero existente, de hacer política, y comenzó a construir edificios de espejos en todos lados: Esos edificios, esas plazas, en contraste con la pobreza y la humildad de muchos mexicanos, queretanos, son pan y circo para las clases medias, abandonadas, al final del día, por los neoliberales porque las clases altas quisieron más dinero para ellas y más votos y promoción para sus políticos o, más bien, sus economistas. El peor insulto, el más bajo y vulgar pero muy cierto, que he oído o leído contra el Neoliberalismo, es el decir que los neoliberales tienen una postura económica que después es política. No cualquiera lo entiende: “Esta bola de estúpidos no piensa, si pensara un ápice de pensamiento estaría tomando una postura política y, posteriormente, económica”. No es más que un insulto, pero esconde la verdad que muestra, la preocupante realidad: El dinero no está en nuestras manos, no piensan ayudarnos; esto es real. ¿Cómo decíamos de Calderón? Todo vale menos pero cuesta más: el paraíso de industriales y macroempresarios neoliberales. Eso es el Neoliberalismo, palabra robada del sexenio salinista. Te lo dije aquella vez, Salinas quedó en desarrollar a los pobres y el Jefe Diego a los ricos. Llevan décadas así. Y el dinero se ha producido, no creas que no; pero, en un país en guerras civiles simultáneas, cosa que comprueba nuestro inmenso capital, no queda nada para algo más. La clase media piensa que el Neoliberalismo es para ella, pero es una trampa en la que han caído, es el nuevo populismo de derecha. Y ya llegado el castigo, ¿qué podemos hacer?”, ella decía, él la besaba, se transformaba en un tigre, arañaba sus omóplatos descarnados, entraba en su pubis con canas, apretaba sus tetitas de cabra, no le ponía atención, todo de él a él se le había olvidado. Y el Jefe no llama, ¿por qué habría de hablarle a una fascista?, esto ella decía, la gata azul… Pero nuestro escritor sólo quería entrar en su cama, beber con ella, aunque no tanto como ella, y disfrutar mórbidamente su boca de alquitrán, su abdomen imperfecto y elástico, como salida al eco de un Dios que le hablaba: “Jaime. Quizá te necesito en esta misión de amor. La filosofía humana ha hallado su punto más álgido en la política de tu presidente, pues a través del Derecho y de la Razón, que son las dos bases del gobierno de mi hijo AMLO (¡espera, Dios, el Corán dice que Dios no tiene hijos!), a través de esos dos conceptos, la palabra Sentimientos, histórica para el mexicano, es el compromiso de un buen gobernar. Tal vez los griegos decían eso. San Agustín también, es probable. Llueve maná, porque es hora, como dicen los comunistas, en concreto José Revueltas, de mandar a volar a la soledad, no por ser ella mala, sino porque nos toca sobrevivir este Neoliberalismo criminal”.

            Él la escuchaba atarantado. Él pensaba en casarse con ella, porque cada mañana la llevaba a la iglesia a confesarse, y se alejaba de él esa espalda que deseaba más que meras palabras: Ella sobreviviría, llegaría la llamada del hombre más poderoso de México, ese que otrora fue la Nueva España, rica ésta, pedazo, de oro, del tiempo, de la oración, Malinche, boca de voluta, registro castellano, juicio azteca, tlaxcalteca traidor, dice la tradición, porque Moctezuma… ¿Moctezuma qué? Dice Carlos Fuentes en “Todos los gatos son pardo” que Moctezuma era un ser cobarde e idiota que servía sumiso y sufriendo a los Dioses que le hablaban. No hay poder humano, hay la iluminación divina de Moctezuma. Él se lo dijo a ella, no vaciló.

            -Pues mira, yo, papacito, detesto a Carlos Fuentes. Me alegro que se haya muerto. Era un demonio que mató a sus propios hijos. Y pregonaba su genio hasta hablando de la muchacha.

            ¡Ay gata azul! ¿Cómo te escogí y qué hago aquí si no es amarte y, al amarte, perdonarte y, no, al no escucharte cuando dices “nacos”, cuando robas la vida y yo sospecho que, si fueran todas tus palabras ciertas, estarías sepultada en una tumba orinada por chavos roqueros de cincuenta años? Te hago atole, gata, y no te gusta. Pongo unos corridos, unas rancheras, y no te gusta. Hasta que recuerdas que estás peleando por tu vida, que tienes que escucharme tú a mí, con todo y tu ¿paranoia? que te tiene diciendo que hay micrófonos en tu apartamento; pero… ¡Sopas, auch! El alcohol te pone los ojos de canica azul en blanco y caes al suelo, por tanto alcohol, por tanto amor, mi amor: Todo es locura, no me dejas ayudarte, ¿qué podemos hacer? ¿Ver un médico? ¿Te quieres rehabilitar?

            -¿De qué?

            -De tu alcoholismo.

            -No, Jaime, te he dicho que ni loca.

            Sin embargo, sus pensamientos, esas flores sospechosas y suspicaces, tuvieron que entregarse a un amor milagroso: Comenzó, y fuerte, a nevar en Querétaro. ¡Señal divina, señal de amor! Los niños salían a las calles a jugar con los montículos de nieve, recordando que aún eran niños, y los adultos se percataron de que ellos eran niños también. ¡Era tanto tomar y fumar ante el espectáculo sin sentido de la nieve rápida y festiva! Nieve. “Nieve”, como la novela de Orhan Pamuk, que dice: “La sonriente audiencia siguió atenta lo que contaba con un extraño poder masoquista y con el aire de divertirse con la miseria tan propia de los turcos”. Se van a un restaurante de comida colonial: Las Monjas; ella bebe su copa de vino, él come la “salsa de moscas”, que es chile pasilla y aceite, básicamente. Salen y cruzan un parque. Pequeños cerros de nieve. Dios nos ama. El gobernador, Kuri, representa al PAN, pero ni siquiera es miembro del partido. La nieve es la nieve (dice el Jefe Diego: “El amor es el amor”) y, de un momento a otro, la gata azul cae de rodillas y vomita sangre tibia en la nieve. El escritor, pasmado, la levanta después de casi un minuto, mientras la sangre se hunde. Él la abraza, se da cuenta de lo mucho que la ama, y la gata azul sólo dice:

            -Es una advertencia, no es nada grave.

            Él se pregunta, “¿Advertencia de qué?”. Llegan a casa, vomita más sangre, el escritor la estrecha, ella no quiere doctores. Se han acostado desnudos en la cama, tan fuerte se estrechan que sus respiraciones se golpean. “Muérete, pero muérete conmigo”.

            -No me voy a morir –ella replica sin fuerzas, él se siente responsable.

            Y la llamada llegó, justo en esos momentos. Diego Fernández de Cevallos. Hablan largo y tendido. El Jefe la manda a trabajar para el gobernador Kuri.

            Luego todo se desploma, la nieve aún cayendo, ella se mata no con el escritor, ella se mata junto al Jefe Diego; van bajando las escaleras de un restaurante propiedad de un libanés católico que escribe, en Plaza de Armas, y la gata azul pierde el conocimiento y rueda hasta abajo. El Jefe Diego corre a auxiliarla, ya la asisten; parece, y sería cierto, que se rompió el cuello. Y que sangre sale de su boca, los ojos en blanco, el vestido azul: La verdad sea dicha, el dinero de la gata azul siempre fue para la iglesia de su zona, para niños pobres y para vivir bebiendo y desempleada. Como un no querer dormir, la gata azul no quería morir. Vivir y seguir bebiendo, la nieve viendo, por siempre. Tras esa nieve ya nada es lo mismo, Dios no nos castigó, ¡al contrario!

            Al funeral asiste una familia muy grande. Nadie, sin embargo, llora. El escritor sí, pero él sólo era un amante y un pecador; sostiene un libro de san Juan de la Cruz, absorto en el ataúd, cuando siente una mano en su hombro.

            Es Diego Fernández de Cevallos, que le invita un café. El escritor acepta en shock, son demasiadas emociones, el Jefe Diego impone, han llegado al restaurante, prende un puro oscuro, le dice:

            -Conozco tu novela, Jaime.

            -¿Le gustó, Jefe?

            -Es una pregunta muy tonta la que me estás haciendo, pero te la voy a contestar. A mí…

            Se despiden tras un par de horas hablando de todo, menos de la nieve. Hablando de la gata azul. Nuestro escritor se siente muy, muy triste. Sólo alcanzó a lanzar su última pregunta:

            -¿En verdad cree en Dios, Jefe?

            -Lo que importa es que existe. No estaríamos vivos tú ni yo. Si no rezas, reza, que hace bien un bautizo de palabras. Pero tú eres el escritor, te dejo las metáforas de mi consciencia. Porque tenemos que hablar mucho más, Jaime. Porque todos en este país, menos los prudentes, quieren definir la palabra “política”, y poder decir: “La política soy yo”. En cambio, tú aún presentas cierta distancia de la porquería que hoy es nuestra tierra. Es tiempo de formar un político en ti, Jaime. A un hombre leal.

 

FIN

 

Querétaro, Qro.

Marzo 2022

Eric.

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