EL REGRESO DEL NAHUAL (Cuento)

EL REGRESO DEL NAHUAL

 

 

1

            Él entró en la oscuridad de una casa pobre que olía a pobreza, a cartón. En la oscuridad la vio a ella apenas pero desnuda, tendida, abierta, y notó que su pubis era un pubis extraño, ladeado, como huyendo a otra parte hacia la derecha, pero el sabor de él era el de un sexo normal, particular y peculiar, sí, pero dentro de la normalidad: todo sexo es peculiar y particular en su olor y su sabor. Así es como todo empezó, en un sueño espiral de deseos cerebrales infatigables: Se durmió sobre ella y así amaneció.

            Pagó. Se fue, pero se fue volviéndose loco.

            En detrimento de su reputación, era un hombre casado y con hijos, a los que llegó delirando: El pubis extraño y el sueño espiral habían sido demasiado profundos, y su mente no aguantó la hondura y se ahogó.

 

2

            -Mi padre se convirtió en un animal –dijo Leticia a dos días de resucitar-. Nunca supe porqué. Siempre cantaba: Un amor, un amor se fue a la guerra; era un hombre muy alegre. Es irónico o, bueno, a mí me parece irónico que se fuera a la guerra de la existencia en paz… Decidió comprar un castillo, gastando toda su pequeña fortuna en ello. Comíamos maíz y bebíamos agua.

            El castillo tenía cien años. En él había vivido un loco. Sus escaleras eran inabarcables, sus espejos eran grotescamente honestos, las habitaciones estaban enajenadas, los muebles hablaban solos.

            -La locura de un rey resulta en las lágrimas de un príncipe. La oscuridad fue tanta que me suicidé. Mi padre ladraba mi ausencia, corría por los escalones dementes de ese palacio de la sin-cordura, mordía a mamá, acorralaba a mis hermanos y olía mi sangre. Mi ánima extrañaba los aburrimientos de un padre con corbata  y de palabras; sólo quedaron sus ojos pelones, su castigo para otros, su lengua perdida pero presente, y un poema estúpido que halló entre mis cosas color de rosa.

            Era adrede que el agua de las lluvias se metiera a todas partes. Los ecos guardaban risas del maniático que se construyó ese templo absurdo y trepidante, y los niños vivían sus días sumidos en el hambre y el terror, dándose cuenta de que ni la muerte saca de un laberinto. Y la existencia, sin embargo, los intrigaba. Leticia quiso saber la existencia, quiso saber que la muerte es sólo una palabra que repite un hombre enfermo de amor; pero se equivocaba, entonces resucitó.

            -¿Qué buscas en la vida, Leticia?

            -Apartar los llantos de los brujos de mis sueños lacerados, para que éstos se curen. Ya no creo en el placer, nunca existió, se llevó a mi padre tornándolo en un animal. Busco que regrese el nahual.

            -En ti habita.

            -Dios te escuche, pues mi dolor sólo sabe oír. Yo sólo sé resucitar.

 

3

            Me llevó la Chingada.

 

4

            No pude escribir al volver al desierto, donde mi ser se inflamó en un río filiforme que me deformó el gozo, que empapó mi sexo, que libró mis batallas, que ausentó mi verbo, sólo porque yo tenía sed.

            Después el Gobierno me pateó en los huevos, mató el río, ensanchó el desierto maldito, violó mi libertad, violó mi cuerpo muerto fusilado, agujerado. Le pregunté por qué, esos días ya han pasado, dije. No me contestó, me dejó tieso cubierto de un semen múltiple que se secó manchando mi carne ciudadana. Digna.

            Pero muerto conocí a Leticia, nos revolcábamos siempre. Lo malo fue que Leticia no creyó en la muerte, y me morí de dolor. Leticia resucitó y yo vomité de cansancio.

            Desaparecí.

 

5

            Sus senos grandes y trémulos que apasionaban su cintura delgada y parca unida a esa cadera asesina, así como su boca carnosa como un cliché y sus muslos apropiados para cualquier naufragio, sudaban y se acomodaban a cualquier mutación y a cada situación variable sexualmente, en posiciones bestiales, pornográficas y naturales… Efluvio de vida sus genitales, su triste conciencia de los males ingratos del mundo hispanoamericano, deslenguado en un linchamiento atroz, pero aún completamente orgásmico, teórica y prácticamente. Y él la arañaba, le buscaba toda razón alguna para estar con ella en una noche en guerra, en la desatendida sierra que vomitó en horas primitivas la eternidad creadora, negligente y altiva, verbum, verbum. ¿Qué haces aquí metida en el agujero líquido de tu hallazgo prometido por mecanismos antropófagos sirvientes de un objetivo mayor y colectivo? Masa contra masa, un volumen divertido, un lento avance en el intento del nahual perdido. Primero, el pubis pobre y manipulado, suavizado por el pecado, que lo enloqueció, y ahora tú, abierta y febrilmente encuerada ante esa precisa bestia guiada por el alcoholismo genético, por la esquizofrenia, por el anarquismo que permite el capital enloquecido y fúnebre, y también por el televisor donde aparecen la noche y sus estrellas en un campo que provoca horror. Tú, mujer, perfecta para un bocado de dolor, hecha para convertirte en un espanto mítico, única posibilidad eres, tierna creatura, para el corazón compulsivo de un ente maligno que busca cometer un feminicidio.

            Vino un día el pecado del placer, lo hemos dicho, más el jugo del crimen, de una puta miseria todavía peor, esa sed animal: animal es él un animal que razona: La razón, se ha visto, es una total cobardía. El vientre sexual de esa hada grandiosa debajo de las tetas cósmicas, es atravesado por los colmillos de un placer nuevo y mediático, universal, despampanante, asquerosamente social, desintegrado, mala carta astral, oh mujer, te han femimatado porque la hija se suicidó tiñendo la locura melancólica de un caso mental de arrepentimiento crónico producto del soñar con sexos tibios y de panzas lastimeras.

            Llegó el animal a subir y bajar las escaleras de esa pesadilla, a aullar y lamerse las patas homicidas, entre los miedos fantasmales de las tres de la mañana en los que se mean los borrachos más tranquilos que pudo haber condenado san Pablo junto a los afeminados en un solo párrafo de alguno de sus tratados insensibles: Sólo Jesucristo reina, nadie heredará una mierda, el Corán dice que Dios no tiene hijos más de medio milenio después: Ese mismo Jesús que dijo:

            -Y bajaré a los Infiernos a cerciorarme de que todo ha sido comprendido por los espíritus de la grandeza, Satanás.

            Así habló a su pueblo, sin liberarlo pudiendo liberarlo, crucificado por no y jamás evitarlo: Lávate las manos, cumple lo que añoro, hazme pan y oro, romano, de una buena vez y frente a las dos Marías que reconozco, sobre un san Juan desconsolado, aislado de los martirios futuros de los apóstoles más duros y desesperadamente sordos, gota de miel de la miel silvestre de san Juan Bautista, visto ahora en pinturas y otras formas humanas de la sensualidad fuera de su cuerpo la cabeza.

            Y todo ello, amigos míos, porque escuchar a Cristo Jesús es considerado por los sabedores de la salud un padecimiento cerebral agudo, mientras que escuchar a san Pablo, hermanos, en un sermón romano, se ve y toma como un paso firme en la vida de todos los bendecidos por el maná que cae del cielo y se enreda de deseos lejanos, tragado como nuestras vísceras se llevara el buen gusto de utilizar para un cadáver fuego, porque los gusanos hablan en serio.

            El animal ha tragado sangre, llega cargando maíz y preguntando por el agua a una mujer desconcertada porque lleva años hablando con un lobo.

            Las pupilas del Demonio tienen forma de rombo. Un disco de jazz, ¿por qué no?, un vaso de agua y un elote negro; un silencio estomacal y pérfido; una chica muerta en la cama de la esposa y un atolondrado vocabulario de cosas que le hizo.

            Pero sólo Dios meará en la tumba de ese desgraciado. Ese hijo de puta al que no juzgó san Pablo, distraído tal vez por un mar de sodomitas bajo un Sol que aún vive pariendo rigores literarios, viviendo en un mundo que en vez de decir “Bla, bla, blá” dice “Blu, blu, blú” y que, además, permite territorios a un Diablo en desamor, por ser ángel de lo más sabroso del candor, condenados, señores y señoras mías, a vivir como si fueran alegrías las muertes públicas de mujeres que ríen en fotos coloridas y prefabricadas, porque ahí viene a decirnos Zaratustra:

            -Antes, la familia era el núcleo de la sociedad, pero ahora es la sociedad el núcleo de las familias. Vedlas enunciarse alrededor de un orbe de inalcanzable oro que en las manos se vuelve mierda de chivo.

 

6

            Las lágrimas se volvieron las diosas del castillo, protegidas por carcajadas de perro que soltaban los muros poseídos, esos muros vivos, esas diosas y sus arranques infantiles en el eco del sufrir. Los espejos sangraban aludidos por algún pobre diablo, y la cocina abortaba fetos suaves que se comían entre arcada y arcada, mientras que los candiles cagaban culpas que morían violadas por los tapetes cínicos que se enrollaban en la muerte de los tiempos. En todo momento, el animal corriendo o chupando un gordo y desgastado hueso de la carne de sus recuerdos nocivos. Mordía a los niños y forzaba a su mujer en noches de demonios y gritos. Todo provocaba a todo oleadas de asco u horror.

            Además, el maíz ya no existía. La bestia, absorbida por completo por sus pérfidas acciones anormales, dejaba al hambre el último asiento de lo que ya llamamos miseria en algún punto cenital de esta sucesión de palabras voraces. Las costillas eran visibles tristezas en el cuerpo de los hijos, y la mujer no aguantaba ya el dolor de sus secretos ni la garganta por los alaridos. Mas el tiempo no sólo corría de parte de las pesadillas, eléctricas y despiertas, sino que también llevó a un chico curioso a los alrededores de ese maldito palacio del tormento… Escuchó los gritos, los ladridos y aullidos, como a su vez sintió la angustia de la madre sobajada, y corrió al pueblo para informar al alcalde que algo espantoso espeluznantemente estaba ocurriendo.

 

9

            Cuando mi nombre tuvo un significado común con otros nombres, se me pudo encontrar sin vergüenzas en el firmamento o en lo ávido del pinche polvo. ¿Qué es esta imposible tierra que yo, la víctima, fui el que tuvo que ser perdonado?

 

10

            -¿Te arrepientes de haber resucitado?

            -Sólo por él, por el espíritu con el que me revolcaba en la colosal penumbra predecible. Siento que me necesitaba, porque la muerte no es la soledad, sino una casualidad. Puedo decir lo que quiera de mí ahorita, pero de ese espíritu me falta mucho por saber, porque lo abandoné en mi dolor muy arduamente. Allá donde todo es libertad me sentí obligada a resucitar, a volver a hablar con la lengua y orinar sobre la hierba, a masticar carne de otras carnes, a insistir en controlar el fuego y correr de la lluvia en ciudades grandes y grises.

            -Pero morirás otra vez…

            -Sí. Eso es cierto. Pero no sé cuándo, y mucho menos el porqué.

 

11

            Al ascender Jesucristo materialmente al Cielo, vislumbró el punto que de Él tenía mayor necesidad: El castillo, y mandó a sus ángeles a asistir a los niños y a la madre… y a las ya cuatro víctimas enterradas lejos de ahí y con el alma aún penando.

            El alcalde, involucrado en las tretas y crímenes del animal, fue inclinado por los arcángeles a pensar que su impío socio podía delatarle como el cómplice que era, con tan sólo mover el rabo y ladrar a la Policía narraciones inhóspitas, ignotas, a la vez que aberrantes, odiosas e infames. Por lo tanto, no mandó agentes de la ley al castillo: Envió cazadores.

            -Venimos por el nahual –dijo el cazador mayor, antiguo soldado de una guerra civil sudamericana.

            Con la cara rasgada por las garras de la bestia, sometida ya su mente y su conciencia, la mujer bajó la cara y dijo:

            -Está mordiendo a los niños en el comedor principal.

            Para llegar a la pieza tardaron tres horas recorriendo pasadizos al revés y cruzando puertas inconexas, guiándose por el sucio respirar de aquella innoble creatura.

            Al llegar, los niños estaban casi muertos en un rincón… Y contra el lobo los cazadores abrieron fuego.

            El alcalde, que quería cerciorarse de que estuviera la bestia muerta, se perdió y tomó las escaleras que comenzaron a temblar hasta hacerle tropezar y rodar casi eternamente, rompiéndose el cráneo, rompiéndose el cuello… El castillo lo mató porque el alcalde estaba cuerdo.

 

FIN

 

Comentarios

Entradas populares