ARMA BLANCA (Cuento)

ARMA BLANCA

 

1

-¡Nombre, esos pinches coches son preciosos, mano!

            -Yo quiero uno, tío.

            -Pues échale ganas en la vida y vas a tener eso y más.

            -Yo nomás quiero mi Mustang, tío, ¿para qué más?          

            -Para ayudar a tu jefa.

            -Ah, ¡si tiene un chingo de feria!

            El tío de Diego rió y despeinó los cabellos de su sobrino afectuosamente. Pero cuando años después la familia se enteró de que Diego y su mejor amigo habían incurrido en un asalto con arma blanca, ese mismo tío le cerró las puertas de sus casas.

            -¡Perdónalo, Joel, no seas así, no tiene a nadie, está confundido!

            -¡No, no mames, Isabel, ese pendejo ya deja pelos en el jabón, ya está grande el cabrón!

            -¡Tú eres su tío, Joel, no le hagas esto a mi hijo! ¡No podemos dejarlo solo!

            -¡¿Solo?! ¡¿Cuándo lo hemos dejado solo al güey?! ¡Nunca ha estado solo! ¡Y no me salgas con la pendejada de que no tuvo papá! ¡Tuvo un chingo de papás: Mi padre, yo, sus primos! ¡Ya estuvo bueno de él! ¡Mira cómo nos pagó! ¡Es un maleante!

            -¡Joel…!

            -¡Es un pinche criminal! ¡Comprobado está!

 

2

Seol lo está viendo: Baja al revés de las estrellas a la pirámide del Pueblito, atrás de la Virgen del Pueblito, en forma de un muchacho desnudo y marcado.

            Pone Seol la perla mágica en su bolsa. La perla es para ese muchacho, ese muchacho que estuvo en las fiestas del rey David, acariciándolo, mostrándose, besándole los pies, el sexo.

            Baja, es un chilango, un pinche naco, un delincuente, un pinche puto.

            “Jijijijiji…”, ríe Seol tras sus cabellos enredados y pegados por la mugre, con su rostro casi negro, con su camiseta agujerada y sus pants viejos. Él trafica gente, no confía en la gente, pero hay en su fuerte ser una esperanza que es la magia de la perla mágica en su bolsa.

 

3

El taquero, el mismísimo taquero conocido como El Jefe, ha sido asaltado, secuestrado, extorsionado, está hasta la madre. Se le acercan dos muchachos con unas pinches navajitas y le revienta la cara a uno de un pinche balazo. El otro corre. Que corra. Hasta la madre está, hasta-la-madre.

 

4

El Pandita, mordiendo su cebolla, blanca y seca, recibe el anuncio de su Señor Jesucristo: “Van a bautizarte con fuego, Juan Bautista”.

            -¿Vienes Dios otra?

            -No, no seré Yo.

            -¿Jesús agua?

            -No, Bautista, no seré Yo y no será agua.

            -¿Templo aquí?

            -La ciudad será recorrida por Saulo, y tú, cristiano, no lo verás cegado aún cayendo del caballo al suelo sagrado.

            -¿Es?

            -Ya lo sabrás cuando estés en mi santo seno.

            -¿Ya?

            -Pronto.

            El Pandita terminó de morder su cebolla. Da un trago al destilado de agave que compra en garrafas de plástico. No sabe qué es la muerte.

 

5

Roberto ha llevado ya a dos novias a abortar. Sabe lo caras que son las mujeres. ¿Se acuesta con Diego? Sí, pero nunca será su novio ni nada de esas puterías. Él lo que quiere es una vieja y una familia y una casa chica y demás. Y le encabrona que Diego sí se ponga de cariñosito y de pendejo. “Tú sí eres puñal, güey!”, le dice siempre. Pero él no. Ya lleva dos chamacos por el retrete, le encantan los culos de las chicas que igualmente encantadas le presentan separándose las nalgas con las manos, sonriendo, pegando la cabeza a la cama, listas para la plácida y dolorosa sumisión vía anal. Eso es lo que le gusta, esas sonrisitas son cada vez más caras y necesarias. En la prepa: ¡hasta gratis!, es galán, pero ya en la carrera, ¡uy!... Está cabrón.

 

6

Cuando en Veracruz la madre de Roberto, Inés, tenía dieciocho años, le diagnosticaron esquizofrenia. Sólo ella y su madre lo supieron; ni el abuelo ni los tíos de Roberto. Nunca se trató. Se metió a estudiar Psicología pero dejó la carrera por casarse con el marido que le dio seis hijos y un esposo burócrata.

            Y aunque lavaba las ollas limpias y regañaba a los niños en exceso, nunca sufrió una crisis seria, hasta que supo que a Roberto le volaron la cabeza. Cacheteó y arañó a su marido, y luego se orinó en la sala, y empezó a aventar la loza a los hijos, que intentaban contenerla. Pero no lloró. Y de vuelta al doctor, antes del velatorio, del funeral, del entierro, había que administrarle una fuerte ración de varias drogas.

            -Tanto medicamento, doctor… ¡Es alarmante!

            -Sí, señor, pero la situación psíquica de su mujer es grave. No es sólo el duelo: Su mujer presentó cuadros sucesivos de psicosis muy serios. Se puede hablar de un posible padecimiento.

            “Y ahí estás, imbécil, enloqueciendo a tu madre, para variar”, pensaba el padre del hijo sin rostro, frente al ataúd cerrado y patético, completamente absurdo y estúpido.

 

7

En el penal nadie violó a Diego.

            Se pagó la fianza y salió. Ahí estaba su madre, aún joven, aún guapa, con la cara descompuesta por la ira.

            De ahí a la terminal de autobuses.

            En el camino le dijo a su hijo:

            -Cuando tu padre me embarazó me dio dinero como un modo de librarse de mí, de que su mujer y sus hijos no se enteraran de nada. Pues, yo no lo usé. Abrí una cuenta en el banco produciendo intereses. Es bastante dinero, para que empieces tu vida… lejos. Tu tío Joel y tu abuelo así lo quisieron. Yo no, pero no voy a llevarles la contra: Si me volvieras a fallar, ¿qué sería de mí? Un despojo, un trapo hecho jirones, sola y equivocada, terca, idiota, sorda…

            -Está bien, mamá, te entiendo.

            -Te compré un boleto para Querétaro… Para que vuelvas a empezar.

            Ella tampoco lloró, pero Diego sí.

            Y Diego se hundió en el asiento del autobús de primera. Seguía llorando. Pensaba en Roberto, en el disparo, en sentir gotas de sangre golpeando su mejilla. En ese momento, mientras corría, esperaba sentir una bala entrando en su espalda. No fue así. Vivió. Lo arrestaron. Lo procesaron. Lo entambaron. Le liberaron la fianza. Salió, apenas un mequetrefe blandiendo una navaja, ¿cómo no se la iban a dejar fácil, qué crimen cometió ese pobre pendejo?

 

8

La mujer de Matus. No todos se atreven a mirarla, no todos se atreven a conversar con ella y demostrar así el embeleso que su hermosura provoca en los sentidos de otro ser humano.

            La pistola de Matus. Es una 9mm, sin adorno u ornamento alguno. Está cerquita de él, como su vieja.

            Dice el tango: “¡Barrio, barrio! / Perdoná si al recordarte se me sale un lagrimón”. El barrio de Matus. No dispuesto a pendejadas o tonterías o mamadas o chingaderas cuando Matus está ahí. Hasta los viejos le temen. Se dice de él que es un hombre malo, muy malo, y que ha vendido su alma al Diablo por esa mujer.

            Pero Matus es impotente.

 

9

Maribel está llena de semen de tres niños bien, excitados por su fealdad y su obesidad y su vejez. El culo, la panocha, la boca: tienen espermatozoides por doquier. Cosa que no es alarmante o indicio de un abuso, ¡al contrario!, es la democracia. Maribel es puta.

            Comenzó de puta muy joven, para comprar droga. Después, para alimentar a tres niños. Ahora para alimentarse a sí misma y porque, ella explica, “si no me la meten me duelen la cabeza y la panza”.

            Extraña a sus hijos, que no la ayudan más que con tres mil pesos al mes, los muy cabrones. Pero, al mismo tiempo, tres mil pesos regalados por tres individuos ciudadanos de lo más normal y que la odian, es más bien una fortuna recibida. Pero salirse de puta, ni loca. Y cuando se quede con el puro ingreso de los hijos o se enferme o la quieran meter a un asilo rascuache o clínica mental, se va a aventar al tren que pasa a un flanco del barrio de Matus, por las vías que sigue el Pandita bebiendo o mordiendo una cebolla o un jitomate.

            Como algunas personas que se llenan y retacan de comida, ella se retaca de semen, se va a su casa con un pollo adobado y una película pirata, y pasa el resto de la tarde o noche o mañana pedorreando el sillón frente al televisor ya en tiempos de plasma.

            Una vez, compró “Mamma mia!”, y el disco era de “Mamma Roma”; pero la vio y hasta le gustó; se identificó y hasta soñó. “¡Qué bonito es el blanco y negro!”, se decía, y se durmió.

 

10

Diego friega los platos en la cocina de un restorán, con zapatos de hule y una red en el cabello.

            Cuando bajó del autobús, a su izquierda vio, gigantesca, una bandera de México.

            Empezó vagando en las calles con dinero en el bolsillo y recuerdos e ideas en la cabeza, en su mente. Todo era tristeza, hasta ese trompetazo de libertad. Se la pasaba en el Centro Histórico, sobre todo en el Jardín Guerrero, caminando con esa melancolía justificada: Amaba a Roberto, ¡se acostaba con él! Amaba la Ciudad de México, ¡y ahora ese pinche pueblo de gente asustada! Puro pinche chilango asustado, como él, sí, pero ni modo de no sincerarse consigo mismo.

            Y se encontraba mucho al Pandita, que lo miraba con ojos fijos mientras pepenaba o pedía limosna. No hablaba, el Pandita, se veía muy mal y sus ropas estaban tan hechas jirones, que parecía estar desnudo. A veces, lo veía comiendo una cebolla. Pasaba junto a él y percibía el fuerte olor de la verdura y el alcohol barato. Y lo veía fijamente a él el pordiosero.

            Diego se metía a los cafés a criticar su entorno. “No hay gente”, “Se ve que están bien pendejos”, “¡Chale! ¡Pinches viejas putas, si no aflojan no enseñen!”. Empezó a darse cuenta que la gente, sin embrago, lo consideraba inferior.

            Pero una noche en la que Diego deambulaba por la calle, borracho y deprimido, se salió un poco del Centro y llegó a un terreno baldío cubierto por un puente. Se fumó un cigarrillo, hábito reciente, y orinó lo que tenía que orinar, y si no defecó fue por la última gota de prudencia que le habitaba: Se esperaría a llegar al cuartito que rentaba por mil pesos al mes.

            Sintió una mirada tras él.

            El miedo invadió su mente, su cuerpo.

            ¿Dónde estoy?

            ¿Voy a morir?

            ¡Jijos de su madre, no quiero voltear…!

            Pero volteó y vio que era el Pandita, lo cual no lo tranquilizó, sino que lo alarmó aun más… A su derecha había una piedra grande, “Si me ataca, la tomo y le doy en la madre…”. El Pandita no lo atacaba, pero lo veía con una mirada indescifrable y perdida. ¿Cómo iba a saber Diego que ahí era donde el Pandita solía dormir?

            El pordiosero se movió repentinamente para darse la media vuelta, y Diego agarró la piedra y por la espalda golpeó su cabeza. El Pandita cayó, y Diego continuó golpeándolo.

            Se fue.

            Pudo entrar al cuartito sin que nadie lo viera, y se metió a bañar en el baño compartido con otras dos personas, con agua fría porque estaba fuera del horario de agua caliente.

            El frío lo agredió, la sangre estaba muy pegada a su mano. Como siempre, se puso a llorar mientras borraba de su mano la mancha desconocida del homicidio: la culpa.

            Al día siguiente, Diego pidió trabajo en un restorán de sushi y lo aceptaron. Parecía un tipo educado, un chico con la prepa cursada en un solo examen; en una exhalación el gerente le dijo: “Sí, Diego, te ocupo de lava-loza; si te gusta el restorán, en dos meses puedo subirte a garrotero, después a mesero, y hasta ahí porque si no pierdo la chamba”. Diego fingió hallar la gracia a la pendeja broma de un imbécil de traje que terminaría siendo su amigo. “Empiezas el lunes, ¿qué te parece?”.

            “Cuatro días para vagar, con chamba ya, voy a comprarme un tequilita”. Mas no dejaba de pensar en el pordiosero, que era como pensar en un silencio atronador, en un cerro lacerado.

 

11

Seol prende un cigarrillo y exhala el humo que un viento frío arrastra lejos.

            El Pandita asesinado…

            Seol sabe que el Pandita practicaba la vieja ciencia de los Ciclos Bíblicos: Todo ocurre una vez, pero del modo que ocurre varias veces ocurre, porque todo es todo y el tiempo es como la droga: muy bueno o muy malo.

            Seol toma un trago del alcohol en garrafa que tomaba el Pandita, luego muerde una cebolla que le irrita los ojos, y forma un buche con un nuevo trago de destilado y lo eyecta de su boca, y ve.

            Ha llegado el que viene al revés.

            El Pandita sabía que Querétaro es ciudad propicia para los ciclos, y empezó a buscar al que viene al revés.

            La ciudad de Querétaro es como un disco.

            Seol ve más: el Pandita era Juan Bautista, pero el que viene al revés escapa al ciclo bíblico y escapa a Dios porque es el producto del hombre no perdonado. Cae el templo, se desmorona, Dios ha dicho que no más religión, no más ciencia para el hombre. Todo, otra vez, será de Él. Seol se da cuenta: el ciclo no es falso, sino que el hombre aún no termina de vivirlo.

            Seol se empapa de alcohol, se dice: “Encontraré al asesino, pero primero encontraré al que viene al revés”.

            Seol se dirige hacia las vías del tren, bajo un puente. Diluye heroína y la mete a la jeringa con la que se inyecta la droga. Cae, televisiona.

            Unos niños, vándalos, se acercan con palos y cuchillos a chingarse al indigente. Pero lo reconocen.

            -¡Es el Seol!

            Gritan, corren lejos de ahí. No quieren ser decorados por la boca del Infierno.

            “Jijijijiji…”

 

12

Es la primera vez que Diego penetra a una mujer. La chica se llamaba Adriana y es mesera en el restorán de sushi. Estudia, además, gastronomía. Perdidamente, está enamorada de él, le da su cuerpo, lo besa.

 

13

Diego camina en la noche, borracho. Le quedan tres días de vagar. La está pasando mal: ¿Por qué mató a ese hombre? Se dice que lo mató en defensa propia, como el hombre que lo dejó sin Roberto.

            Se sienta en la banca de un parque oscuro. Ha pasado la medianoche y puede ver una cruz de neón coronando una parroquia.

            Primero oye un silbido, más que silbido un arrastrarse de serpiente, luego lo escucha, ¿será un animal? ¡Qué ciudad esta! Se levanta. Es un pordiosero. Uno más. Pero este se ve cuerdo y violento.

            -Siéntate, vengo a decirte algo.

 

14

La madre de Roberto, Inés, se abrió las venas con el cuchillo para cortar cebolla.

            En la nota dice: “Él no era malo, yo sí”.

 

15

Matus está tendido bocabajo en su cama grande y suave, mientras su novia le come el culo. Viendo pornografía, fumando foco, cerquita la pistola, “¡Hace tanto que no mato a alguien!”.

 

16

El taquero sale del penal. Lo recibe su familia bajo un cielo pardo y tóxico. También está hasta la madre de eso.

 

17

Adriana alcanza el orgasmo al mismo tiempo que Diego. Están en su cuartito.

            -Quiero enseñarte algo, nena.

            -¿Qué?

            -Un tesoro.

            Diego le muestra una perla a Adriana. Es una perla grande, muy grande, pero no extraordinariamente grande. Él le explica a ella que su valor, sin embargo, es ser una perla mágica.

 

18

-Tranquilo, Matus, tranquilo, muchacho.

            Seol le ha dicho a Matus que el Pandita fue asesinado. Matus está tan exaltado que sostiene su 9mm caminando de un lado a otro en la plaza del barrio.

            -Yo sé que sabes bien quién fue, Seol.

            -No, Matus, no sé quién fue.

            Pero Seol miente. Sabe quién fue. Mas no es este el caso de un hombre negando a su señor, pues de Matus es señor Seol. De Matus y de todo mundo. Seol es el traficante de heroína mejor consolidado del mundo; sin casa, sin regadera… Pero libre, adicto, en constante experiencia mística. Si es Dios o el Diablo, yo no lo sé.

 

19

Maribel chupa con fuerza el sexo de Diego, mientras Diego llora porque Adriana ha terminado la corta relación y hasta renunció como mesera en el restorán de sushi. Lo acusó de no tomarla en serio como mujer, como mesera y, peor aun, como gastrónoma.

            Seol le dijo a Diego de Maribel: “Hermano, vete con ella, que te cure, que te sane. Es vieja y fea, pero es mujer, una muy puta mujer”.

            -¡Dame la perla! –gime Maribel extasiada.

            -No puedo… Seol me dijo que es para mí.

            -¡Dámela y yo hablo con él!

            -¡Es una perla mágica!

 

20

Matus abre fuego contra un chico que decía ser el Demonio, como alguna vez mató a un viejo que decía ser Dios.

            Para Matus, el Pandita ha sido vengado.

 

21

Seol se alegra de tener a Diego como portador de la perla mágica, cuyo poder consiste en atraer lo bueno y alejar lo malo.

            Diego es un chico normal y corriente para Seol, pero será quien libere a los últimos cautivos de la Babilonia religiosa. Todo empezaré en Querétaro, en su Centro Histórico. “Diego es el que viene al revés”, le dijo Seol a Matus, y Matus le dijo: “Ya deja de meterte esa chingadera o nos vas a matar a todos de un avionazo”.

 

FIN

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