EL CEMENTO (Cuento)

 

EL CEMENTO

 

1

El Poeta dice al Maestro, que acaba de enterrar a su padre: “Los pájaros llevan viva la muerte, como nosotros llevamos muerta la vida”, porque lo ve llorando.

            -¡Alumno, piensas que lloro por el viejo!

            -¿Y no?

            -¡No! Lloro por el poema triste que escribiste en la mañana y me enseñaste a mediodía en el sanborn´s. Pero, en cuanto a lo que acabas de decir, es un pensamiento digno de ti. Se lo voy a comentar a mi sobrino. Por otro lado, ¿qué enseñanza nos espera en la admiración de la esperanza?

 

2

-¡Poeta! ¡Poeta! ¡Háblanos de Heidegger, háblanos de Kant!

            El Poeta se apasiona, ¿a qué viene que de mí se espere semejante erudición?

            -¡Soy poeta, no filósofo, señoras y señores!

            Truena el cielo.

            -Refúgianos de la tormenta, Poeta, como en la canción-poema de Bob Dylan en su disco “Sangre sobre las pistas” o “Sangre sobre las vías”, “Blood on the tracks”.

            El Poeta ríe de sí mismo:

            -¡Oh, ¿puedo?!

            -¡Debes!

            -Debo…

            -¡Háblanos del gobierno, nazareno!

            Saliéndose todo de control, la masa interrogante toma con donde antes había manos y ahora hay garras, al Poeta entristecido no por la tormenta sino porque le están matando vivo.

 

3

El Poeta, su cadáver, fue abierto descorazonadamente del corazón y de la mente. Salieron mariposas y pájaros y el dios Eros y el Sol y la Luna y la Pirámide y la palabra y tanto más. Pero salió también la oscuridad: era el extremo de la misma cosa, porque no soportamos la cosa en sí.

            Llegó el Prosista:

            -¡Sáquense de aquí, cabrones!

            Era un hombre maduro, bien peinado, con un saco de cuero marrón y la Mujer a su lado. Ya no sostiene el cigarrillo eterno, porque lo dejó con el tiempo.

            El Prosista se endurece al ver a su amigo y maestro destripado sin cráneo. Se acerca al Prosista el maestro de su maestro, el maestro del Poeta.

            -Yo también lo conocí –dijo el Maestro y saludó de nombre a la Mujer.

            -¿Se conocen? –preguntó el Prosista.

            La Mujer era una mujer madura como el hombre al que acompañaba. Sus labios eran carnosos y sus ojos como una nube, y tenía una mascada amarrada al cuello tenso de fumadora seductora.

            -El Poeta y yo nos acostamos, mi amor, hace muchos años. Me enseñó el bosque y conocí las hadas. Quería mostrarme más pero me negué: Yo sabía de su oscuridad. Mencionar Tlatelolco, para mí, es una ofensa. Imagínate, mi amor, verlo o leerlo.

            El Prosista la abofeteó.

            -¿Te crees muy simpática, mujer?

            La tomó de los brazos y la atrajo hacia él y la besó con fuerza y abrió su blusa de golpe, rasgando la seda, y pidió a todos, sin dejar de verla, que se fueran a la chingada.

 

4

El Narcodiscapacitado dijo:

            -Soy feliz así.

            -¡Pero si tiene elefantiasis en una pierna y la otra pierna fue arrancada por una granada!

            -Pero me mantienen, y comparten.

            -¿Comparten qué?

            -Pues los refrescos y las garnachas, las chavas a las que les late este pedo, la coca no, es muy cara, pero sí la mota y las tachi-tachas. Y soy feliz así; ¿qué tiene de malo?

            El Prosista reflexionó. Dijo:

            -Algo así le habrá pasado a Julio Scherer cuando conoció al Mayo Zambada.

            -¿El Mayo? ¡Sí, él y el Salinochas tienen todo el poder! Ellos sí saben quién manda.

            -¿Y quién manda?

            -No, pues quién sabe, yo nomás pido limosna y me drogo.

 

5

Con su sombrero de palma y su atuendo de ciudad, ahí andaba el Texcocas.

            El Prosista, humillado tras su aparente mojigatería política, hoy “narcofobia”, se acerca al Texcocas.

            -La estoy haciendo de periodista hoy.

            -¡Ah, qué bueno! Porque cachamos al gobernador. Se nos cayó un puente bajo el peso de un tráiler. ¿Qué pasó…?

            -¿Y cuántos muertos?

            -Tres muertos… `Péreme tantito… ¡Pinche gobernador tramposo mentiroso rata pinche puñal numerario pendejo hijo de la chingada!

            Y escribía el Prosista a toda velocidad:

            “Bajo su sombrero de palma, el ciudadano herido: un gobierno, hoy, es un crimen, y este hombre, Texcocas, dice que ya los “cachó”. ¿Cuánto tiempo pasará para que lo silencien por las buenas o por las malas maneras? Un día, si sus gritos, únicas palabras, persisten y se desarrollan como una lógica rebelde, será Texcocas el Pedro de “Pedro y el capitán”, y, sin suerte, en los sótanos de las más profundas catacumbas, le meterán electricidad y ofensas al cuerpo. Todo es el cuerpo, porque, me pregunto, ¿dónde está el Poeta que engulló una masa de hombres y mujeres inocentes pero equivocados y equivocadas? Aunque, podría ser, hoy saber es gobernar, y tan en equivocaciones no se andaban las formas colectivas del hombre que quitaron la vida, quizá, a una oligarquía científica.

            Quisiera poder detener a Texcocas, pedirle que piense en su familia; que por más que piense en el gobierno que nos debe, por lo menos, tres muertos, no use lenguaje alguno que le traicione en su secrecía.

            Debemos sobrevivir. Vivir es demasiado digno para nosotros, si se me da licencia política”.

            Texcocas ya canta, danza:

            -¡Chinguen a su madre! ¡Chinguen a su madre! ¡Chinguen a su madre!

 

6

La Joven espera a Eric con las nalgas enjabonadas.

            -Órale, órale, ¿qué onda contigo?

            Sin apenarse ella me dice:

            -¿Qué? ¿No te gusto?

            -Sí, sí me gustas, estás preciosa; te pareces a un chavo con el que me acosté en un anexo, pero, que yo sepa, eres hija del Prosista.

            -¿Y qué, acaso no eres poeta?

            -Pues, mira, sí te la voy a meter, pero no en este texto. Simplemente, no, y ya. Hay lugares y este no es uno.

            -Ay, ándale…

            -Luego, cuando no esté escribiendo.

            -¿Y si te metes coca otra vez? –me pregunta entusiasmada.

            -En primera, me pondría a leer. En segunda, si me vuelvo a meter coca voy a darme un pinche balazo con el bajón. Ya no aguanto los bajones. Ya más droga, además, no puedo meterme en esta vida.

            -¿Qué tan satisfecho puedes estar si piensas así?

            -Mira, estoy gordo, la gente me cree un hijo de la chingada, no conozco a dos de mis sobrinas y tengo tendencia a la impotencia. Estoy metido en asuntos que no te quiero compartir, además.

            -Acabas de tener un orgasmo, ¿verdad? Si no, me estarías botando los ojos.

            -Mira, mamacita, o te vistes tú o te visto yo.

 

7

Eric pasó, o pasé, casi diez años encerrado en la casa de mi madre, drogándome, claro está, y manteniendo conversaciones, gracias a la telepatía y a los micrófonos en las moscas, con Carlos Salinas de Gortari: Se habló del cultivo de espacios reales pero exhaustivamente económicos en su existencia, de cine, de hip hop, de política, de sexo, de todo. Y no estábamos solos (porque nuestros enemigos nos han encerrado en lo indigno), digo que por eso sobrevivimos: No estábamos solos. También hablábamos de nuestras adicciones, y de ser perseguido por hombres y mujeres con las peores intenciones. Las torturas eran simples: Mi cuerpo y mi psique eran torturados, torturando en él su enorme corazón (Por supuesto, Calle 13, Slim, Al-Fayed, Radiohead, Lil´ Wayne, mucha gente virtuosa, estaba ahí también con nosotros). Yo entonces era un ferviente musulmán que, al no saber los ritos y moderaciones islámicas, practicaba con dureza mis formas cristianas. Eso significa que, también, y sobre todos nosotros, estaba Alá.

            Hoy me veo obligado a hacer de mí todo un misterio, pero eso me ha permitido recuperar a mi familia, a mi Pueblo y a la religión, lleve la que lleve, y sé que existe Dios. ¿Cómo no habría de saberlo si Él estuvo ahí, y me fraguó un destino que ya pasó, que ya alcancé?

            Soy libre, pero mi palabra favorita no es “libertad”. Mi palabra favorita es “palabra”.

            Pasaron los años, pues, y conocí a la Mujer. Un poco grande para mí, tan severa en su mirada, en su ser de mujer, me orilló a refugiarme en el amor que la Joven sentía por mí y mi barriga. Como hombre, pues caballero lo fui, no la toco, no la contamino, pero le he contado la historia de mi reclusión con Salinas.

            -¿Cómo es él?

            -A toda madre y con un genio de la chingada.

            -¿Y él es el Chupacabras?

            Reí.

            -Preguntémoselo al Chupacabras un día.

            -¿Y Colosio?

            -Escribí lo que sé en un cuento, no te lo voy a platicar ahorita.

            Le doy el cuento y lo lee. Le gusta. No a todos les gusta cómo escribo ni lo que escribo. Estilo y contenido.

            -¿Yo tengo estilo y contenido? –me pregunta haciéndose la babosa, porque sé bien que es una joven inteligentísima, mas el número es dulce, aunque tengo que pensar en algo dulce qué decirle de vuelta.

            -Me tienes sin leer libros.

 

8

El Prosista sabe lo que las lluvias de verano son para mí. Si yo vi desnuda a su hija, él va a desnudarme a mí, por instinto.

            Me ve en su sala tomando un café leyendo a Borges.

            -¡Borges!

            -Sí, señor. Me inspira mucho.

            -¿Qué es lo que has leído de él?

            -Sólo “El Aleph”, “El Hacedor” e “Historia universal de la infamia”, además de un cuento llamado “El jardín de senderos que se bifurcan”. Tengo muchas ganas de leer más su poesía.

            -No me hables de poesía ahorita, Eric. Se me murió un buen amigo… Se lo comieron después de abrirle el cerebro y el corazón. Sólo había belleza… y Tlatelolco.

            -No se olvida.

            -No, no necesariamente no a un poeta, sino no a un hombre tan sensible. No se olvida… Si fumas, prende un cigarro. Yo lo dejé pero, ¡ya ves!, me encanta el aroma del tabaco.

            Seguimos hablando. “No todo termina”, me dice, y me ofrece vino.

            -No debo, por los medicamentos que tomo –le digo-. Sigo un tratamiento psiquiátrico.

            -¿Y nunca puedes tomar?

            -Si fuera una ocasión especial, el médico me ha indicado que no tome las pastillas ese día. Es todo. Por eso tomo café. Siempre tomé café.

            -Pues te acompaño con un café… Mira cómo las letras unen. Debería estarte matando por no acostarte con mi hija, pero nos entendemos. ¿Cervantes o Goethe?

            -Cervantes.

            -Yo nunca lo he sabido. Estás más adelantado que yo.

            -Es sólo la lluvia.

            -Sí, me lo has dicho. El aroma, ¡el olor!, de la tierra mojada es el olor del amor, para ti.

            -Y del desamor.

            -De tus personajes, perdona que cambie de tema, ¿quién eres tú?

            -Psicoanalíticamente hablando, todos.

            La lluvia comenzó a estrellar las primeras gotas de la tormenta contra el ventanal. El Prosista me dijo:

            -Ya es hora de que te quedes.

 

9

El Prosista tomó un par de copas de brandi de más, y se sentó a escribir, mientras en la habitación contigua yo hablaba, a la Joven, de Dostoievski, y ella me escuchaba atenta, como una perrita. El Prosista comenzó:

            “El Chupacabras es un símbolo de lo que tuvo que vivir la ciudadanía por más de un sexenio, sexenio enfermizo de Carlos Salinas de Gortari. Ese rumor de un come-cabras monstruoso, que nadie considera un rumor, que es a todos una campaña política, fue una de tantas manifestaciones de la imperial locura de Carlos Salinas de Gortari.

            Él nos enfermó. Nos enloqueció con él. Nos agredió. Abusó de nosotros psicológicamente, nos aplastó irremediablemente, como aquellos escritores que piensan que no deben ahorrarse el adjetivo francés de Baudelaire. ¿Y quién lee a Baudelaire? Sólo los románticos más fríos o los más cínicos perversos.

            Las cabras consumidas por el Chupacabras, ¿quiénes eran? Hasta eso importa.

            Un rey. Pero, ¿un rey loco?”

            El Prosista arrugó lo escrito haciéndolo una pelota y lo tiró. Pero, tras varios días, consiguió una entrevista con el Chupacabras real, amigo del Arizmendi.

            -¿Eres periodista?

            -Ensayista. Y novelista.

            -¿Teatro?

            -Una obra, sí, que trata de las cabronadas que esclavizan nuestras mentes en este país.

            -¿O sea, yo?

            -Pues dime quién eres.

            -Soy muchas cosas. Animales, máquinas y hombres que las lideran soy yo.

            -Un terrorista.

            -También satisfago mis ímpetus como la razón de mis actos.

            -¿Te consideras el centro de la Historia mexicana moderna? Porque yo sí.

            -Bueno, antes que nada, no merezco tal honor.

            -¡Quítate la máscara, Salinas!

            Silencio. Luego:

            -No quiero.

            -¿Por qué no aceptas, tranquilo, pacíficamente, que estás loco?

            -¿Cómo una cabra?

            -Como una pinche cabra.

            -De ahí tu queso, baboso. De las piernas el jabugo, tehuacán para besar el mundo.

            El Prosista lo miró a los ojos, redimiéndose.

            -Le pones piquín al Tehuacán, lo sé. Esa es tu ley.

            -Pero no soy un cínico.

            -Sí, sí lo eres.

            -No, no lo soy, Prosista. En mi sexenio alcancé el punto más alto de pánico colectivo ocasionado por un gobierno. Yo soy el Doctor Cerebro. Yo soy Abrupto y “La culebra” al mismo tiempo. Me metía heroína, Prosista, y hablaba por telepatía con un muchacho que conocería décadas después, más o menos. Pero tú, háblame de ti, mira, quiero que me grites que existes y que ya la hiciste porque todo mundo que me conoce me pide un chequecito de un millón de dólares.

            -Yo te diré lo que creo: Estás loco.

            -Eso ya me lo dijiste. Trata otra cosa, algo más visceral.

            -La gente matará sin saber tu nombre. La guerra se tornará una especie de filosofía errónea y equívoca pero se peleará. Los órganos extirpados de las cabras, sus músculos regados en las praderas, son alimento que el mexicano tragó con los ojos, los oídos, todos sus sentidos e imaginación. Se volverá tu locura la de ellos, y renacerán en los infiernos más remotos, más oscuros, más un extremo de una misma cosa, y tú no morirás ese día, sino otro, en un día perfecto para morir siendo tú. Porque tú, ¡tú!, hundiste al PRI.

            -Pues no, fíjate. Yo nunca quise hundir al PRI. Lo hundió alguien más, en quien confié. Perdí.

            -Confiar en él estando loco fue hundirlo. ¡Estabas loco si confiaste en él! ¿No crees?

            -Ya te lo dije: Perdí.

            -¿Y el dinero?

            -No lo he gastado, sólo lo he tocado.

            -¿Él te toca a ti?

            -Me ama como a un padre.

            -México, sin dinero, se ve obligado a desarrollarse en el narcotráfico, como si fuera un chiquillo hambriento de Honduras.

            -Le voy a decir a la Mara ¿eh?

            -¡Es mi trabajo!

            -Pues haz tu trabajo, Prosista; pero no odies las letras que definan qué tan tal por cuál es tu tal por cuál, y ya. Libérate.

            -¿Qué hay del Neoliberalismo?

            -Yo no lo quería, pero la gente sí. Democracia.

            -No lo querías, la gente sí, entonces nos invade el Chupacabras.

            -O sea, yo.

            -O sea, tú. Sí.

            El Chupacabras se levantó y se desprendió el rostro demoniaco con todo y hocico. Apareció el rostro de Carlos Slim.

            -Yo no hice las cosas mal, ¿o sí?

 

10

La Mujer broncea su piel de lagarto de bronce, su estómago sin arrugas, firme, sus senos aún deseables, aún muy pechos, en contienda con la nada, friendo el tiempo para devorarlo en su telaraña erótica donde se crispan las ánimas perdidas de otras mujeres derrotadas por las alhajas de serpientes o las ideas progresistas gordas como un Neruda, a quien lee. Su pubis está completamente depilado. No es la vagina de una adolescente pero sí es la forma dura de la yegua y el horror. Su ano, cuando expandido, es una “o” sin bordes, un hoyo donde desapareces…

            El Prosista habla con el Lanchero. Al terminar, regresa al lado de la Mujer.

            -¿Qué te dijo?

            -Me contó la historia de su vida, y luego concluyó diciéndome: “Hoy soy zeta”.

 

11

Con un cable de luz, Texcocas está siendo golpeado en la espalda, en un lugar húmedo, de cemento, de olor a aceite quemado, sangre y vómito.

            -Yo aguanto.

            Latigazo.

            -Yo aguanto.

            Latigazo.

            -¿Ah, sí?

            Le hacen algo, aquí no descrito, que le sabe al peor dolor en toda su vida. Caen lágrimas calladas y gotas de sudor cansadas.

            -¿Todavía aguantas?

            -Sí.

            -Sobres, pues.

            Lo mismo. Texcocas grita.

            Una vez más. A alaridos, Texcocas dice:

            -¡Ya, por favor! ¡Ya no me importa lo del puente!

            En ese momento, sale de la pared un espectro: Es el Poeta, que dice:

            -He visto las últimas parvadas cruzar en vuelo cálido las palabras del castillo estático de cristal y agua limpia. No puedo negar haberme desesperado. Hermanos: Bebed de la sangre que guardáis en los odres de la culpa clara, de los vinos turbios, de no mirar la cara, borrada cada mañana por la ebriedad de la noche pasada entre lunas turcas y pirámides-soles que dejáis hambrientas, porque sabe más un hombre que el Sol, si soy blasfemo, mas no vale más que el Sol un hombre con todo el conocimiento, y el mar lo sabe cuando se atolondra y nos escupe a la orilla de la soledad, que toca la paz con manos frías. Os digo, verdugos, que dejéis a este Pedro sin capitán, a este cuerpo sin mayor magulladura, que el hombre al que pertenece vela por la materialización de los deseos de una dictadura.

            -¿Ya ven? –dice Texcocas- Suéltenme…

            Los torturadores no saben qué hacer, pero se inclinan a creer que están en problemas: Ellos son un coronel y un juez del “Supremo corte de justicia”, divirtiéndose, nomás, con ese pobre hombre. Han visto de todo, sobre todo su propia mierda, pero un fantasma no.

            ¿Sólo es política? Si hay una política psicológica, habrá una política parapsicológica. ¡Y tienen la buena educación con la cual entender las palabras y razones del espectro! Y tienen la autoridad para perdonar a Texcocas luego de que limpie su propio vómito.

 

FIN

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