DIOS DE SANGRE (Cuento)
DIOS DE
SANGRE
1
El avión
despegó.
2
¿Cuánto
tenía sin fumar? Treinta años ya. Mandó al chofer por una cajetilla.
3
Estaba
divorciado, finalmente, Xavier Flores, piloto, hijo del escritor Pablo Flores.
-No te divorcies de ella, no seas
cabrón.
-Papá, yo quiero un hijo.
-Adopta.
-No quiero adoptar, quiero un hijo
de mi sangre. ¿Tú no quieres un nieto de tu sangre?
-Hijo, piensa en lo lastimada que
dejarías a Lorena. Ella también quiere un hijo, y necesita ahorita de un
marido.
-Seguimos siendo amigos. Si me
necesita, aquí estoy.
-No seas pendejo, Xavier, estás
hablando de tu mujer.
-Papá, los documentos están
firmados. Ya no estamos casados. Ya no somos un matrimonio.
4
Pablo tenía
setenta y cinco años, y pensaba que en dos años iba a morir. Pero no le
importaba, se puso a escribir en la mañana un libro nuevo de cuentos mexicanos.
“Todavía me quedan días así, todavía puedo escribir algo que encuentre alguien
que lo va a disfrutar o hallar útil en la vida”. Porque ya lo había escrito
todo, si uno es sincero. No necesitaba escribir más. Sin embargo, iba a
hacerlo. “Lo que sí es que el Nobel ya no me lo dieron. Ni modo. Pinches
mamones…”
5
El avión
aterrizó.
6
Lorena y
Xavier tienen sexo por última vez, porque no quieren volver a verse.
7
Pablo abrió
la ventana de su estudio-biblioteca. Chispeaba. El humo no se saldría, Bertha
se daría cuenta. Jajajá, a sus setenta y cinco años se escondía y lo regañarían
por prender un cigarro.
Se preguntó si la chica, ¿cómo se llamaba?
¡Esmeralda! Sí, si Esmeralda acudiría a la cita. Faltaba poco para la hora
acordada.
¡Cómo era plácido fumar! ¿Y si
volvía? No… Se aburriría en quince días y le vendría una tos terrible. Apagó el
cigarrillo en el alféizar de la ventana. Su mano se cubrió de llovizna. En la
calle alguien lo reconoció y le gritó:
-¡Hola, maestro!
-¡Hola, güey!
-¡Muy chingón “El árbol de frío”, es
mi favorito!
-¡Ah, muchas gracias! ¡Espérese un
minuto, le voy a mandar algo con la muchacha!
-¡Sí, maestro, aquí me espero!
Pablo tomó un ejemplar de “El árbol
de frío”, una de sus novelas más bellas. Se asomó otra vez:
-¡¿Cómo te llamas?!
-¡Lucas!
¡Lucas Zaldívar!
Autografió y dedicó el libro. Cruzó
los libreros y salió al pasillo. Bertha, hermosa, le preguntó con quién
hablaba.
-Con un cuate que me reconoció.
Dile, mi amor, a Asunción que le lleve este libro; es un joven con camisa roja.
-¿Fumaste? –preguntó Bertha con
extrañeza más que con enfado.
-Sí.
-Ah, vaya… No te vaya a dar tos.
-Fue sólo uno, mi amor.
Hasta que no vio a Asunción, apurada
por la llovizna, entregar el libro a Lucas, no se separó de la ventana.
-¡Gracias, maestro!
-¡Gracias a ti, Lucas, buenas
tardes!
8
Muy crítico,
muy violento, pornográfico, obsceno. No se le entiende nada.
9
Y ahí una
pradera, donde persigue Florencia un conejo y Xavier juega con un avión. Donde
Rosaura y él se tumban en la yerba como dos animales salvajes, y no hunde la
ciudad sus puñales de acero, con sus gritos, sus palabras, valle acuchillado
por el Sol desesperado, con corazones en los labios, tambores de guerra.
Una pradera que mucho enseña al
tiempo.
Una pradera que se sacia con su
propio seno de alegría y libertad.
Ni siquiera una utopía, no. Sólo
algo existente.
10
Bertha
Alkinson se casó con Pablo Flores veinte años atrás. Pensaba ella, tan guapa y
bella, no casarse nunca. Pero era él, Pablo Flores, quien se lo pidió una noche
en Londres pasada en el Savoy.
Ella confiaba en que iba a ser un
matrimonio feliz, y lo fue, lo era.
11
Asunción
conducía a Esmeralda por los pasillos de la casa de Pablo y su mujer hacia el
estudio-biblioteca.
Xavier se cruzó con ellas, ¿y qué
vio? Una mujer joven, morena, ojos verdes y cuerpo de gimnasta, que venía a ver
a su padre.
-Buenas tardes, mi nombre es Xavier,
soy hijo de don Pablo. ¿Me permite, Asunción? Yo la conduzco al estudio de
papá.
Su nombre era Esmeralda.
-¿Cómo sus ojos, señorita?
-Sí, de hecho por eso me llamo así.
“¡Claro, qué tonto!”
Era comunicóloga desde hacía poco
tiempo, y se topó con Pablo Flores en el aeropuerto y pensó: “¡Es Pablo Flores!
Es amigable con los periodistas. Le pediré una entrevista”. Y se la concedió.
Xavier dijo:
-Es amigable con los periodistas,
pero ¿los periodistas son amigables con él?
Esmeralda abrió mucho los ojos:
-Voy a preguntárselo…
-Buena pregunta, ¿no?
-Sí, es verdad que sí.
-Y eso que soy piloto.
-Pero hijo de don Pablo.
-¡Otra vez mi papá! Esmeralda: Yo
también tengo sentimientos.
-¡Claramente!
12
Sí había
llegado la chica comunicóloga. Corrió Pablo a peinarse y darse un pellizco de
coca en el baño del estudio-biblioteca.
Salió. Tocaron la puerta.
-¡Pasa, Asunción!
Se abrió la puerta.
-Soy yo, papá. Te traigo a la
licenciada Esmeralda.
-Eres una fiera, ¿lo sabes?
13
Xavier
Flores tenía dos sueños: Ser piloto (para llevar a papá a todos lados) y tener
un hijo.
Su mujer era estéril, y se divorció.
Papá se molestó con él, le gritó por
teléfono. Pero ya estaba divorciado.
Xavier solicitó vuelos a Europa.
Sólo viajaba a Estados Unidos, el Caribe y Centroamérica.
Xavier siente que ya no es una
persona.
Se derrite el tablero del avión, se
da en la madre. Despierta. Fue una pesadilla.
Nunca ha leído un libro de papá
completo que no fuera “Mi viejo esqueleto”.
Tuvo problemas toda su vida porque
papá escribía sobre muertos y encueradas, y rompía reglas ortográficas y
gramaticales, influenciado por un pinche loco irlandés. Y papá escribía “culo”
y “caca” y “verga”. Ni siquiera era un autor “productivo”, “constructivo” o
“decente”. Y Xavier creció con ese estigma en las mejores escuelas del mundo.
Tuvo que escoger, o papá o el mundo. Y seguía sin tomar la decisión hasta que
lo consultó con él: “¿O tú o el mundo, papá?”, y Pablo Flores le contestó:
“Escoge México”.
14
-Esta
llovizna, esta emperatriz de agua, es una invitación a tomarse un café,
Esmeralda. Ahorita llega Asunción con café, vas a ver. Y si no… ¡la regañamos!
Pablo rió, Esmeralda no supo si
hacerlo. Y el café, en efecto, llegó.
-¿Cómo lo tomas, Esmeralda?
-Azúcar y crema.
-Se dice “con todo”.
Ahora sí, ella se rió.
-Déjame adivinar algo cuya
adivinación te va a ayudar a sentirte en confianza conmigo.
-¿Qué va a adivinar, don Pablo?
-Que para tu entrevista buscas una
figura mediática del escritor que soy, y no una figura literaria de mi literatura.
Esmeralda se sonrojó:
-Me imagino que conoce una
entrevista, mejor que nadie.
-Sí, antes se leía más en este país.
Los políticos leían; hoy sólo leen libros de Derecho y Economía.
-Pero se han de conocer “Cien años
de soledad”.
-Bueno, pues, a ese autor fantástico
de “Cien años de soledad”, único, hegemónico, verdadero, yo lo conocí…
-Sí, lo sé.
-Espera. Yo lo conocí
entrañablemente. Podría hablar de cómo le gustaban las putas, de qué se metía,
de a dónde iba… Pero eso sería hablar de su figura personal, no de la figura
literaria de su literatura.
-Creo que mi percepción abarca lo
que de usted es figura mediática literaria, ¿eso está bien?
-Niña, yo no te he dicho en ningún
momento si algo está bien o mal. Ya no estoy en edad de ser tu padre… ni tu
escritor favorito. Carmen Aristegui me hablaba para preguntarme de Fox,
¡imagínate! Pero casi nadie me pregunta ya por Lezama Lima, o por mi novela más
experimental, “El seno de Fernán”, ¡muy controversial por su estilo, más que
por su contenido! A lo que voy: ¡No tienes la menor idea de qué chingados soy!
Ella guardó silencio, Pablo dio un
trago a su café después de prepararlo.
-También lo toma “con todo”, don
Pablo.
Pablo Flores suspiró.
-Te debo una disculpa. Ya no estoy
en edad de meterme coca para una entrevista. Como no te puedo besar, te
cacheteo… Perdón por eso.
-Pero, ¿usted cree que mintió?
-No.
-¿Entonces?
Él la miró a los ojos, trató de
sonreír.
-Leí “Mi viejo esqueleto” y “La
chica de Babilonia”.
-¿Te gustaron?
-Lo suficiente para terminarlos… Don
Pablo, ¿puedo usar en mi artículo lo que ha pasado y ha sido conversado?
-Eso es lo que intentaba hacer.
El escritor tomó la cajetilla y
prendió un cigarro.
-¿Fumas?
-No, don Pablo, gracias.
-Yo sí.
-No parece fumador.
-Dejé de prenderlos hace treinta
años.
15
Prendió
otro, frente a la ventana. “¿Valgo madres?”, se preguntó. Pero sabía que no.
Esmeralda se fue de la entrevista fascinada por el material. Fue un escritor
sincero, como cuando era joven y escribió “Los ojos contra el vidrio”, su gran
obra maestra.
Era su oficio lo que le dejaba
angustiado. Amaba la política, sí, era de esa generación, pero las letras no
deben quedar solas. Hasta las que ya están inclusive impresas, no deben quedar
solas.
16
-Rosaura, su
segunda esposa, mi madre, murió de leucemia. Su primera mujer, Adelina, no
soportaba su forma de tomar. Bertha Alkinson es su mujer actual… Pero lo más
difícil sobre mi padre es saber que ya no existe. Ya nadie lee, y como persona
él es difícil de tratar, tiene todas las respuestas y tiene todas las
preguntas. Lo suyo, la literatura, ya murió…
-Y la política está muriendo.
-Sí, también. A nadie le importan
las mentiras, a nadie le importan las verdades. Ese juego también desaparece…
Los jóvenes leen a García Márquez, no a Pablo Flores. No hay tiempo…
…para descifrarme, no hay tiempo
para recordar el hombre vivo de mi piel, el alarido de Tlatelolco, ir en auto a
Tlaquepaque, no hay tiempo para un suéter de Chiconcuac, porque no hay tiempo
para el tiempo, ni esfera ni serpiente que nos distraiga del rito triste de la
evolución, sangrándonos todo, matándonos todo todos nos odiamos porque nos
odiábamos, y la daga entró en la glándula con la que nos entendíamos, no hay
tiempo para dar indicaciones a la persona feriada, a la nota ridícula de una
derrota literatúrica, como túnica nos bajan a los hombres las estrellas y éstas
nos queman la cara, el rostro, la jeta, y nuestros huesos metateados se
pulverizan en verbos de campana y rebozo, de rigores y de un rigoroso asentir,
porque no somos planetas giratorios que se consienten los músculos fríos y se
enfrían los músculos ardiendo de emoción, ¡de música, chingada madre! No hay
tiempo para la traición enigmática, sólo la traición barata impera, la suerte
se la juega, ni modo, se la pela, cual lengua que sepa el huauzontle con queso
panela de la abuela, porque es la vida, y la muerte es un caldo de leucemia que
lo deja a uno inflado como globo de Sears, y seas de donde seas, no puedes ya
descifrarme, escuchando decir “Te amo” o “Pon el seguro a tu puerta”, y soñé
una pradera con la que crees que amé menos, mi hijo, tú, hijo mío, allá vas,
cumpliste tu sueño primordial, y ahora, entre mi zozobra y mi boca escurriendo
el pipián, encontrarás con Esmeralda un hijo de sangre (te vi partir con ella),
mientras a mí me toca, maldito seas, de sangre encontrar a un Dios: ¿Qué acaso
no ves las pirámides, pendejo? ¿O las nubes, al volar?
FIN
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