EL ANTICRISTO (Cuento)
EL ANTICRISTO
A los verdaderos
católicos mexicanos, cuyo amor es mi única fe, cuyo credo es también mi
religión. Eric.
I
Gabriel pasó
toda la tarde hablando de Kennedy, de los daños causados a su masa encefálica,
de la teoría de la conspiración. Fue Cuba o la CIA o la Mafia o los petroleros
texanos o los judíos siderúrgicos o el Islam o etcétera. El Caso es que Jackie
Onassis estaría contentísima de verse librada del imbécil que tenía por marido,
cuando todo ocurrió.
Estaban bebiendo en casa de
Francisco, una auténtica residencia, mientras las niñas de nueve y diez años,
las hijas, jugaban en el jardín alegres de estar vivas, cuidadas por las cinco
madres que tomaban café y fumaban un cigarrillo tras otro.
Paquito, el hijo de quince años de
Francisco, mostraba, como siempre que estaba en casa, su colección de juguetes
a Andrés, el hijo menor de Gabriel. En ese entonces, estamos hablando de 1994,
las diversas insuficiencias mentales en las personas especiales eran
indistintamente conocidas como “retraso mental”. Andrés, con su cabecita en
forma de higo, los ojos verdes y pequeños, divinos, el cabello rubio y corto,
su boca en forma de o, alterada por su manera inconsciente de torcerla y
hacerla salivar, era un pequeño “retrasado mental” de seis años.
Junto con Gabriel, estaban en la
casa de Francisco también Luis, Jaime, Manuel y Fernando. Eran estos caballeros
un grupo unido desde que se conocieron en el preescolar de las hijas. Se reunían
muy seguido para tomar y disfrutar de sus familias, que eran casi una sola y
muy grande familia; mas a Gabriel no se le veía tomado en presencia de sus
hijos, así tuviera que dar uso de un pellizco de la cocaína que siempre, o uno
u otro de los caballeros, cargaban.
Francisco era un político, para
algunos, de baja escala, ingenuamente, pues Francisco conocía personalmente a
Carlos Salinas de Gortari, presidente de México en ese entonces, y, mejor aun,
a Luis Donaldo Colosio Murrieta, candidato presidencial y sucesor de Carlos
Salinas, miembro del Partido Revolucionario Institucional. Su fortuna era
considerable y no había indicios de que fuere ilegítima.
Ya que Gabriel empezó a hablar de
Eldridge Cleaver, Francisco se disculpó con él por interrumpirlo para decir:
-Colosio me va a apoyar. Estamos
hablando de una gubernatura o de una secretaría. Y, por supuesto, yo no tengo a
nadie a quien promover que no sean ustedes. Que mi familia chingue a su madre,
sólo ustedes, mi hija y mi mujer están conmigo y han creído en mí. ¡Vamos a
hacerla, y en grande! Hablé personalmente con Luis Donaldo, y va a ser así.
Con lágrimas de felicidad,
brindaron… comprendieron. Las puertas de los Cielos estarían abiertas para
ellos.
-Y es importante –dijo Francisco,
dirigiéndose a Gabriel- saber que mi prioridad, sobre mi mujer, sobre mi hija,
es Andrés, Gabriel. Va a salir adelante, te lo prometo. Pero, eso sí, ya deja
de hablar de Kennedy, porque nos vas a echar la sal, Gabrielito.
El rostro de Gabriel se deformó
conmovido, él se levantó y abrazó a Francisco.
La euforia se depositó en estos
caballeros que fumaban cigarrillos caros y olían a coñac. El coñac de
Francisco, líder del grupo (Todos estaban tomando un parís de noche, coñac con
cocacola, menos Gabriel, quien consideraba el parís de noche como una barbarie;
él tomaba su coñac derecho).
II
Francisco
había tenido que elegir ente Carlos Salinas y Luis Donaldo Colosio. Ya habían
pasado unos meses desde aquélla vez que en su casa se destapó como protegido de
Luis Donaldo.
Reunidos los caballeros, Francisco
lo planteó: Colosio, a pesar de su amistad y de su deuda absoluta con Carlos
Salinas, decidió romper con el casi concluido sexenio.
-Colosio quiere hacer un cambio a
fondo…
Gabriel, quien solía decir: “Piensa
mal y acertarás”, comentó:
-Colosio se quiere quedar con todo
el poder, ¿correcto?
-En pocas palabras y aquí en
confianza, sí. Difieren en cuanto a intereses económicos.
-Y en cuanto al poder –Gabriel
repitió.
-Pues sí, Gabrielito, Salinas se
está moviendo mucho a la izquierda, empezando por su apoyo a los Zapatistas;
les está dejando hacer lo que se les ocurra. Tampoco quiere reconciliarse con
la Iglesia, pero Colosio sí, Gabrielito. Todos somos católicos.
-Yo no –replicó Gabriel.
-Pero tu hija sí.
-Y mi mujer también. Pero yo no.
-¿Y qué importa?
-Mucho.
Luis intervino:
-Gabriel… ¿Te quedas con los que
ganen o con los que pierdan?
-No sé si Colosio vaya a ganar. Si
realmente está peleado con Salinas, quién sabe lo que vaya a suceder. Salinas
de Gortari no es para subestimarse.
-Con Salinas no hay gubernatura ni
secretaría. O nos quedamos con Colosio o nos quedamos sin nada. Volví a hablar
con Luis Donaldo. Es un hecho, nos promueve.
Gabriel guardó silencio, miró sus
zapatos mientras pensaba.
-Pero… ¿son desacuerdos o una
enemistad? No es lo mismo.
-A cambio de todo el poder, es lo
mismo, Gabriel, exactamente lo mismo, Gabrielito.
Gabriel empezó a pensar en Kennedy;
no lo dijo, pero estaba pensando en Kennedy, en su masa encefálica destruida.
-Yo con Salinas no me meto.
-Salinas va para afuera, Gabriel. El
dinero está con Colosio, la gente está con Colosio, la Iglesia está con
Colosio.
Luis apuntó:
-Nuestros hijos están con Colosio.
Se hizo un silencio.
Desde el jardín llegaron gritos de
alegría y risas.
-Nosotros estamos con Colosio –dijo
Jaime.
Gabriel se puso de pie.
-Mejor “aquí corrió” que “aquí
quedó”.
Fue al jardín. Al otro extremo,
corrían las niñas. Andrés, a quien hacían parte del juego, confundido se
dirigía a una y luego a otra según pasaban volando cerca de él, como un pequeño
ogro rodeado de ninfas. Ese era su Andrés, lo más amado en este mundo, un rey.
Andrés sostenía un dinosaurio de juguete, regalo de Francisco en una fiesta
reciente; ¡Andrés amaba los dinosaurios!
Carolina, la princesa de papá, se
percató de Gabriel y echó a correr hacia él cruzando el inmenso jardín.
-¡Hola, papi! –exclamó exhausta.
-¡Hola, paloma!
La cargó y le dio uno de esos besos fríos pero amorosos que sabía
dar.
-¿Ya nos vamos? –le preguntó su
hija.
-¿Quieres ir a ver a tu abuela?
-¡Sí!
-Pues bien, despídete de todas y trae
a Andrés. Yo voy a despedirme también. Los espero adentro.
Gabriel regresó a la sala donde
estaban tomando. Fernando se levantó.
-¡Gabrielito! Hemos hablado. Pedirte
que tomes una postura, sí, peligrosa, no es tu obligación. Eres un hombre con
familia, debes pensar las cosas, darte un tiempo para pensar las cosas… ¡Pues
piénsalas, Gabriel! Sabes que el respeto aquí es primordial. No vamos a dejarte
a un lado, pase lo que pase, pero hoy no sólo es día de pensar en nuestras
familias… es el día de luchar por ellas.
III
Doña Luz se
alegró al ver a su hijo y sus dos nietos cuando no los esperaba. Gabriel le dio
un beso y un abrazo y le preguntó si no estaba viendo su telenovela.
-No, Gabo, es en dos horas, y no
tengas cuidado… ¡Muñequita! ¡¿Cómo está mi muñequita?!
Doña Luz saludó afectuosamente a sus
nietos y pasó directamente a preparar café para su hijo.
-Tengo tantito amaretto, Gabo, para que te tomes una copita con tu café.
-Gracias, mamita, sí se me antoja.
Mandó a los niños a ver la
televisión. Se sentó a la mesa del comedor y suspiró. Tenía que aceptar que
Colosio le había hecho soñar muchos sueños, y que le entristecía dejar de
soñar. Pero ¿qué hacer? Francisco, y esto en verdad no era una broma ni una
exageración, conocía a Luis Donaldo y sí le esperaba lo que en México se llama
un buen “hueso”, o más que un hueso, teniendo en cuenta que el hueso ya lo tenía
Francisco y lo roía desde hace años. Una gubernatura, una secretaría, Dios, los
haría millonarios a todos.
Doña Luz escuchó atenta a su hijo,
fumando cigarrillo tras cigarrillo. Al final, le dijo:
-No existe el dinero fácil. No
existe el poder gratuito. Sin embargo, no está prohibido buscarlos, hallar una
excepción a la regla. Es lo que hacen los hombres con sus vidas, hallar esa
excepción. Pero hay algo que sí no me da confianza… Por lo que me dices, o,
bueno, lo que imagino de lo que me dices es que Salinas y Colosio van a
terminar agarrándose a balazos.
Al llegar a su casa y saludar a
Helena, su esposa, Gabriel la abrazó más fuerte que nunca.
IV
Al terminar
de ver el discurso de Luis Donaldo Colosio, un 6 de marzo de 1994, Francisco
corrió al baño a volver el estómago. Colosio estaba haciendo la guerra a todo
México, empezando por el PRI. La apuesta, más que nunca, era doble o nada. ¡Por
supuesto que podrían meterle un balazo a Luis Donaldo! Hablaba, para gente
entendida en las sutilidades y albures del discurso político, de un gobierno
que había sido insensible ante los indígenas, esto es, que se pasaba por los
huevos lo que Salinas y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional habían
hecho juntos, y “profetizaba” la disolución del programa socioeconómico
salinista llamado “Solidaridad”, mismo que, años después, en uno de los libros
que escribe, Salinas cataloga como lo que pudo hacer avanzar a México una
década de progreso, lo que más importaba en su sexenio, y lo escribe como
conclusión de aquél libro que hace llorar. “Solidaridad” estaba encargado,
principalmente, a Luis Donaldo Colosio Murrieta.
Colosio, avanzado en su tiempo en
relación a realidades que mucho después podrían ser abstraídas por otras
personas, notablemente por el mismo Salinas, Colosio, pues, le estaba haciendo
la guerra al Narcoestado mexicano. Además, el discurso estaba plagado de dobles
sentidos fuertemente sexuales.
Pero, con todo, Francisco no se vino
abajo. Se cepilló los dientes, se afeitó, se bañó, se vistió cómodamente y
salió a fumarse un cigarrillo a su jardín inmenso. Era tiempo, en efecto, de
luchar.
Lorena, su esposa, salió y le
extendió el teléfono:
-Es Gabrielito.
Francisco contestó. Gabriel le pidió
ir a tomarse un café a su casa. Alegre, aún un amigo, Francisco dijo:
-¡Faltaba más, Gabrielito, aquí te
espero!
Gabriel llegó con Andrés. Se veía
contento, fortalecido, deseoso de hablar. Se sentó en un sofá donde acomodó
también a Andrés.
-Francisco… ¡Vi el discurso!
¿Cuántos miles de personas estaban ahí? ¡El país es de él, de él! ¡Y yo quiero
ese país, Francisco! ¡Yo quiero cambiar las cosas con él! Salinas es un pobre
pendejo, no me interesa. ¿Cómo pude no haber visto el poder de Luis Donaldo…?
-Te lo dijimos, Gabrielito. Con él
vamos a ganar. Y a ganar en serio.
La empleada les sirvió café. No
hablaron hasta que se fue, pues, claramente, su presidente no era su tema.
La conversación se extendió hasta
tarde, bebieron un poco de amaretto,
no mucho, Gabriel nunca se embriagaba frente a sus hijos, dicho está.
V
Primero
entró una bala en su cerebro, después entró una bala en su abdomen, mientras
“La culebra” estaba puesta. Acaba de dar un discurso en Lomas Taurinas, barrio
de Tijuana. Un discurso en el que, como candidato priista, no mencionó, cosa
curiosa, al PRI.
Una senda de sangre brotó de su
cabeza.
Veía luz, veía nada, no veía, sí veía;
pensaba: en que, en efecto, le acababan de comprobar la reacción de su causa,
el poder de lo que se llamaba “gobierno” en México; pensaba: en Carlos Salinas
de Gortari y hasta en Manuel Camacho Solís; pensaba: en su esposa con cáncer,
en su hijo. Pensó, por unos segundos, por un instante, en Francisco.
Al par de horas se le declaró
muerto.
VI
El único que
aparentemente no enloqueció con la muerte de Luis Donaldo Colosio fue
Francisco, porque ya lo esperaba, porque se había preocupado, porque el loco
era Colosio, no él.
Mandó hacer una fiesta en su jardín.
Se levantó un palenque, los gallos se mataban. Gabriel estaba completamente
borracho, frente a su esposa y frente a sus hijos; Carolina disimuló, ya era, a
sus diez años, una prudente señorita; Andrés ni lo notó, llevaba sus
dinosaurios y no tardaría en dormirse.
Francisco miraba a Gabriel. Gabriel,
el que no tomaba parís de noche. Gabriel, que hablando de Kennedy atrajo la
maldición a la vida de todos, de Colosio, de Francisco, de su mujer, de las
niñas, de todos. Gabriel apoyado en Jaime. Gabriel apostándoles a gallos que
terminaban despedazados.
A las cinco de la mañana, Francisco
entró a la casa por una línea de cocaína. Al bajar de su recámara, pasando
junto a su estudio, se encontró, nada más y nada menos, con Andrés, que
sostenía el dinosaurio que le regaló en la fiesta aquélla. Era, Andrés, en
verdad, una creatura adorable que le miraba con sus bellos ojos verdes,
mientras imitaba un gruñido de dinosaurio.
-¡Andrés! ¿Cómo estás, Andrés?...
Andrés lo seguía mirando, aún
haciendo el ruido del dinosaurio.
-Espera aquí un minuto, campeón,
sólo un minuto.
Francisco entró rápidamente a su
estudio y salió triunfante con un dinosaurio en su empaque original. Se acercó
al adorable ser y se recargó en una rodilla.
-Toma, chaparro, es para ti.
Salivando, Andrés tomó con su manita
el juguete.
-¿Quieres que te lo abra?
Andrés lo miró con ojos fijos.
Francisco sacó el dinosaurio de su
empaque y se lo extendió a su pequeño amigo, quien lo tomó, sonriendo.
FIN
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